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(IVÁN): AMANDO A DIOS Y LOS DESEOS DE LA CARNE
(demasiado antiguo para responder)
valarezo
2006-10-01 06:15:58 UTC
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Sábado, 30 de septiembre, año 2006 de Nuestro Salvador Jesucristo,
Guayaquil, Ecuador - Iberoamérica


(Este Libro fue Escrito por Iván Valarezo)



AMANDO A DIOS Y LOS DESEOS DE LA CARNE


Pues amamos a nuestro Padre Celestial, porque hemos sido formados en su
imagen y conforme a su semejanza santa para amarle, eternamente y para
siempre, por medio de los frutos de vida eterna, de su Árbol de vida,
su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Por eso nuestro Dios guarda a
los que le aman en el espíritu y en la verdad, de su nombre y de su
palabra santa, pero destruirá a todos los impíos, de sobre toda la
faz de la tierra, sin que jamás quede ninguno de ellos, para empezar
entonces su nueva vida celestial, en su nuevo reino infinito.

En donde, sólo el espíritu de amor y de justicia eterna prevalezca,
en el corazón de todas sus criaturas, hombres y ángeles por igual,
delante de su presencia santa y de su Árbol de vida eterna, para
siempre. Por esta razón, mi boca expresará la alabanza de mi Dios y
de mi redentor eterno, todos los días de mi vida por la tierra y aun
en el más allá, también, porque nuestro Dios es digno de suprema e
infinita alabanza, de la gloria y de la honra de nuestros corazones y
de nuestras almas redimidas por Él.

Pues sólo él es el Dios infinito de mi victoria, sobre cada una de
mis tinieblas, de los que se ven y de los que no (se ven), en la tierra
y en el más allá, también. Por lo tanto, en toda la tierra y sin
cesar: ¡Bendiga todo mortal su bendito nombre, desde hoy mismo y
eternamente y para siempre, en su nueva vida infinita del reino de los
cielos! Porque hay muchas riquezas de los dones del Espíritu Santo de
milagros y de maravillas, desde ya, para cada uno de los que le aman a
Él y a su vida santa de su nuevo reino celestial, en la tierra y en el
cielo.

Ya que, sólo nuestro Padre Celestial es santo en nuestros corazones y
en nuestras almas vivientes, en la tierra y en el más allá, también,
por siempre. Y como él no hay otro Dios igual, hoy en día en la
tierra, ni para siempre, en la eternidad venidera, de su nuevo reino
infinito, de su Árbol de vida y de su humanidad inmortal, en el más
allá.

Porque sólo nuestro Dios ha creado los cielos y la tierra, para que su
nombre sea eternamente engrandecido en el corazón, de cada hombre,
mujer, niño y niña, de la humanidad entera. Y esto es realmente de la
misma manera, que ha sido engrandecido en el corazón, de cada uno de
sus ángeles, arcángeles, serafines, querubines y demás seres santos,
de su reino celestial, en la inmensidad.

Puesto que, el plan infinito de Dios ha sido desde siempre hacer una
vida totalmente nueva y eternamente gloriosa, y aun mucho más gloriosa
que la antigua, en su nuevo reino de los cielos y en toda la tierra, de
nuestros días, también, por medio de la vida única y sumamente
honrada de su Árbol de vida eterna. Es por eso, que el Señor
Jesucristo siendo el Árbol de vida en el epicentro del paraíso,
entonces tenia que ser también el Árbol de vida, en la tierra
escogida de Israel para la humanidad entera.

Por eso, la tierra volverá ha nacer con nuevos cielos, "libre del
mal del pecado" de mentira y de maldad del corazón perdido, de
Lucifer y de sus ángeles caídos, por ejemplo, para que entonces el
hombre y la mujer vuelvan a ocupar la tierra y vivirla, libremente de
toda amenaza de mentira y de muerte eterna del infierno. Y sólo
entonces se alimenten sus corazones y sus almas redimidas del poder del
pecado por los frutos de vida y de salud eterna del Señor Jesucristo,
porque sólo Jesucristo es "el alimento principal" de sus corazones
y de sus espíritus humanos en la tierra y en el paraíso, para vida en
la tierra y para la eternidad, también.

En otras palabras, la voluntad de Dios ha de ser hecha en la tierra,
como siempre lo ha sido en el reino de los cielos, pero con mayores
glorias y con mayores santidades que las anteriores, por ejemplo. Y
esto es de que el nombre de su Jesucristo, en su corazón y en los
corazones de sus ángeles santos, sea honrado de la misma manera, en el
corazón de cada hombre, mujer, niño y niña, de la humanidad entera,
en la tierra y en la eternidad venidera, de su nueva vida infinita y de
su Espíritu Santo.

En vista de que, nuestro Padre Celestial ha decido destruir la vida de
todos los impíos de todas las familias de las naciones, para redimir
por fin para su reino santo, a todos los que le han sido fieles a su
nombre bendito en sus corazones, durante sus días de vida delante de
su presencia santa, en la tierra. Porque sólo ellos, en sus millares,
de todas las familias, razas, pueblos, linajes, tribus y reinos de la
tierra, son dignos de vivir con Él y con su Árbol de vida eterna, en
el paraíso y en su nueva ciudad celestial, de su Espíritu Santo y de
su humanidad entera, protegida por siempre por sus ángeles fieles, en
la eternidad.

Porque como la boca del impío ha maldecido mucho su nombre santo, como
los infieles lo han hecho a través de los tiempos, en los mundos de la
antigüedad y hasta en el bajo mundo de los muertos, en el infierno,
por ejemplo. Pues entonces la boca de los justos le han de alabar y le
han de exaltar día y noche en la tierra y por los siglos en su nueva
vida infinita, de la tierra santa del nuevo reino de los cielos, como
en el paraíso o como en la nueva ciudad celestial: La Jerusalén Santa
y Eterna del más allá.

Ya que, el nombre de nuestro Dios Eterno tiene que ser exaltado y
alabado en cada corazón del hombre, de la mujer, del niño y de la
niña, de toda la humanidad entera, así como ha sido siempre honrado
en los corazones, de los ángeles del reino de los cielos, por ejemplo,
desde los días de la antigüedad y hasta nuestros tiempos. Por eso,
nuestro Dios ha de guardar día y noche a todos los que les aman a Él,
en el espíritu y en la verdad sobrenatural de su nombre glorioso y
eternamente salvador de su Hijo amado, el Señor Jesucristo. Y jamás
tu corazón ha de temer al pecado ni al enemigo de tu vida, porque es
Dios quien te guarda por siempre hasta aún más allá de la eternidad,
por amor al nombre de su Jesucristo.

Dado que, no hay otro nombre mayor que el nombre del Señor Jesucristo
en el cielo y por toda la tierra, también, en el cual podamos ser
perdonandos, sanados y redimidos de los poderes sobrenaturales del
pecado y de la muerte eterna, en el más allá, en el fuego del
infierno. Por eso, los que aman a Dios, entonces aman también a su
Hijo amado, recibiendo así su nombre santo en sus corazones, para que
sus nombres sean entonces escritos en "el libro de la vida", en el
reino de los cielos, por el dedo de Dios y con la tinta sangre de
nuestro redentor eterno, el Señor Jesucristo.

Además, nuestros nombres jamás han de ser borrados del libro de la
vida eterna de Dios, sino que han de permanecer para siempre, como el
nombre del Señor Jesucristo ha de permanecer por siempre también, en
la tierra y en el más allá, en la nueva vida infinita del nuevo reino
de Dios y de su Espíritu Santo, por ejemplo. Porque la verdad es que
una vez que Dios ha escrito su nombre santo en tu corazón, como el
nombre de su amor eterno, el Señor Jesucristo, entonces no hay poder
sobrenatural alguno que lo pueda borrar de ti, para siempre.

Por esta razón, bienaventurado es el hombre fiel en su corazón a su
Dios y a su salvador celestial, el Señor Jesucristo, y que persevera
bajo la prueba del enemigo, en todos los momentos de su vida por la
tierra, para vencer siempre al mal, a como de lugar, en su corazón y
en toda su alma viviente, también. Porque fiel es Dios para guardarlo
siempre de todos los ataques, aún más crueles de sus enemigos, por el
poder sobrenatural del nombre sagrado de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, y en el fin de todas las cosas de su vida por la tierra,
entonces darle su "corona de vida eterna".

Porque, cuando haya sido probado, como el oro delante de su Dios y de
su Árbol de vida, durante su vida por la tierra, entonces "recibirá
la corona de vida" que Dios ha prometido sólo a los que le aman, en
el nombre sagrado de su Jesucristo, el Eterno, ¡el Santo, el único
salvador de Israel y de las naciones! Y ésta corona de vida eterna no
se la podrá quitar jamás nadie, ni ningún poder sobrenatural de la
tierra, ni del más allá, tampoco, para siempre. Porque ésta corona
es para vida eterna de él o de ella, en su nueva vida infinita del
reino de los cielos, por amor al nombre santo del Señor Jesucristo en
su corazón, quien la adquirió y la pago con "el precio santo de su
misma sangre eterna".

Por cierto, no hay prueba más sublime para nuestro Dios, que el
hombre, la mujer, el niño y la niña, de la humanidad entera, que le
sea siempre fiel al nombre santo del Señor Jesucristo, en su corazón:
todos los días de su vida en la tierra y aun en el más allá,
también, en su nueva vida celestial. Pues para Dios el corazón del
hombre fiel a su nombre santo, ha de ser como el corazón sagrado de su
Jesucristo, por ejemplo, que siempre le ha sido fiel, no sólo a su
nombre bendito, sino que también (fiel) a su Ley Eternal, en el cielo
y en la tierra, para siempre.

Y esto ha sido verdad en Jesucristo, desde el día que nació en Israel
y hasta el día que fue condenado a morir, en las afueras de
Jerusalén, para cumplir y exaltar la Ley, todos los días de su nueva
vida con los hombres, como lo ha hecho siempre, en el reino de los
cielos con los ángeles, por ejemplo. Porque la Ley de Dios tenia que
ser exaltada y honrada en el corazón del hombre pecador y de la mujer
pecadora, también, solamente por medio de la fe viviente, del nombre y
de la sangre sagrada del Árbol de la vida eterna, el Señor
Jesucristo.

Por cuanto, Dios no quiso jamás que el pecador y que la pecadora de
toda la tierra: cumpliera su Ley santa en su corazón, sin la
bendición o sin la vida gloriosa y sumamente honrada de su Hijo amado,
el Señor Jesucristo. Porque muchos siempre han creído, a través de
los tiempos y aun hasta nuestros días, también, de que tenían que
cumplir y exaltar cada palabra, cada letra, cada tilde y con su
significado eterno de la Ley de Dios, en sus corazones y en sus almas
eternas, y sin la ayuda de Dios ni de nadie. Esto era algo que sólo
ellos tenían que hacer y cumplir en sus vidas, a como de lugar y sin
el Mesías si fuese posible hacerlo así, en sus corazones eternos.

Pero esto jamás fue así, con ningún hombre ni con ninguna mujer, en
toda la tierra de la antigüedad y de nuestros días también; es
decir, que Dios jamás le pidió al hombre que hiciese algo así tan
imposible en su vida imperfecta y pecaminosa con su Ley Sagrada. Así
como Dios jamás le pidió al hombre que se dejase clavar a un árbol,
de sus manos y de sus pies, como lo tuvo que hacer el Señor
Jesucristo, para dejar correr su sangre sobre la roca eterna y ponerle
fin al pecado para redimir a la humanidad entera de su muerte, en el
más allá, en el infierno.

Porque la verdad es que Dios le entrego su Ley Santa, por las manos de
Moisés, para que sea cumplida en su corazón y en toda su vida,
solamente por medio de la vida gloriosa y la sangre sumamente sagrada
de su único altar eterno, en la tierra y en el reino de los cielos,
¡el Señor Jesucristo! Y de otra manera, Dios no iba a aceptar ninguna
exaltación, ni ninguna honra de su Ley Santa, en el corazón del
pecador o de la pecadora de toda la tierra, sin la fe eterna, del
nombre de su Hijo amado, en su sangre y en toda su vida.

Es por eso, que Dios les dio la Ley Eterna a todos los hombres de la
tierra, comenzando con Israel, por ejemplo, porque sabia muy bien en su
corazón santo, de que no podrían cumplirla jamás, salvo por medio
del Señor Jesucristo. Es decir, si Jesucristo descendía a Israel y la
cumplía y honraba en su vida santa por amor a cada uno de ellos, en
sus millares, en toda la tierra, comenzando con Adán y hasta su ultimo
descendiente que nazca en la tierra, también, por ejemplo.

Dado que, solamente por medio del Señor Jesucristo su Ley Bendita
puede ser cumplida y verdaderamente honrada, en el corazón y en la
vida de cada hombre, mujer, niño y niña, de la humanidad entera, en
la tierra y en el reino de los cielos, también, hoy en día y por
siempre, y en la eternidad venidera. Por lo tanto, hoy en día, si oyes
del nombre del Señor Jesucristo, ha de ser porque Dios te está
llamando, para que te acerques a Él y a su vida eterna, la cual te la
ha entregado a ti, para que la comiences a vivir, desde hoy mismo en la
tierra, antes que entres en la eternidad.

Y si recibes a su Jesucristo y a su amor santo en tu corazón, entonces
Dios te ha de dar de su "corona de vida eterna", la cual se la ha
prometido a todo aquel que le ame a Él, sólo por medio de la vida y
del nombre sagrado de su Hijo amado, el Señor Jesucristo. Puesto que,
sólo el Señor Jesucristo es verdaderamente "el Santo de Israel y de
la humanidad entera", para perdón, para bendición, para sanidad y
para salvación y felicidad eterna, en la tierra y en el paraíso,
también, hoy en día y por siempre, en la eternidad venidera del nuevo
reino de los cielos, en el más allá.

Además, ésta corona de vida de nuestro Dios, es una corona, no sólo
de vida y de salud eterna, sino que también es para reinar con Él, en
sus tierras santas de su nuevo reino glorioso, de su Espíritu Santo y
de su Árbol de vida, rodeado por siempre por los millares de ángeles
y de la humanidad entera, también. Y entre todas estas razas,
familias, linajes de pueblos y de reinos, has de estar tú, también,
con todos los tuyos, mi estimado hermano y mi estimada hermana, para
seguir viviendo la vida eterna de nuestro Señor Jesucristo para miles
de siglos venideros, en el más allá.

Es por eso, que es muy bueno que comiences a amar a tu Dios y Creador
de tu vida, solamente por medio de la invocación, del nombre de su
Jesucristo, desde lo profundo de tu corazón y de tu espíritu humano,
para gloria y para honra eterna de su nombre bendito, en la tierra y en
el cielo, también, para siempre. Porque sólo en la invocación del
nombre del Señor Jesucristo con tus labios y desde lo profundo de tu
corazón, entonces Dios se ha de comenzar a mover para bien de tu alma
y para bendición eterna de cada uno de tus días por la tierra y de tu
nueva vida infinita, en el reino de los cielos, también.

Por esta razón, siempre hagan morir los malos deseos de sus cuerpos,
como por ejemplo: adulterio, vicio, malas pasiones, malos deseos y la
tacañería, que es sobre todo mal infidelidad, paganismo mortal ante
nuestro Dios y su Ley Eterna. Y por causa de estas cosas y sus muchos
malos frutos, del espíritu humano y pecador del hombre, entonces viene
la ira de Dios sobre los que practiquen tales cosas en sus vidas, en
todos los lugares de la tierra, sin dejar que ningún de ellos se
escape del justo juicio de Dios y de su Jesucristo, en los días
venideros.

En la medida en que, no es posible que ningún pecador o pecadora se
burle de nuestro Padre Celestial y de su Jesucristo, y quede sin
recibir su justo castigo por su culpa, por su maldad, en esta vida y en
la venidera, también, como en el fuego eterno del infierno, en el más
allá. Porque la verdad es que jamás nadie se ha burlado de Dios, ni
de su Jesucristo, tampoco, ni menos de su amor o de su Espíritu Santo,
desde los primeros días de la antigüedad, en el reino de los cielos y
en la tierra, también, hasta nuestros días, por ejemplo.

Y el ángel que lo intento, entonces lo tuvo que pagar con su propia
vida, como Lucifer y sus millares de ángeles seguidores de todos los
rangos de poder y de gloria del antiguo reino de los cielos, que hoy en
día, son cada uno de ellos ángeles caídos ante Dios y ante su Árbol
de vida, el Señor Jesucristo. Y lo mismo le sucedió al hombre, como
por ejemplo con Adán y Eva, pues ellos vivían muy felices en el
paraíso, gozando día a día de toda la gloria de la vida santa, del
reino de los cielos y de sus ángeles gloriosos, también.

En Adán y Eva no había pecado alguno, sólo felicidad eterna en sus
corazones y en sus almas flamantes y celestiales. Todo era fabuloso y
sin maldad alguna en sus corazones, en donde Dios había puesto su
mismo amor infinito, para jamás abandonarlos por ninguna razón, en
todos los días de su vida, en el cielo o en cualquier otro lugar de su
creación de toda su inmensidad, en el más allá.

Pues entonces Adán y Eva sólo conocían la felicidad profunda de sus
corazones ante Dios y ante la gloria infinita de su Árbol de vida
eterna, en el epicentro del paraíso, para miles de siglos venideros,
en la eternidad venidera. Realmente ambos eran felices con su Dios,
hasta que se encontró maldad en sus corazones, porque la palabra de
mentira de parte de Lucifer había llegado a ellos por engaño, de los
labios de la serpiente antigua, del Jardín del Edén y amiga personal
de Eva.

Y desde aquellos días en adelante, ninguno de ellos, ya sea Lucifer
con sus ángeles caídos, o Adán con sus descendientes como Eva, por
ejemplo, no pudieron seguir engañando a Dios y a su Árbol de vida, ni
por un sólo minuto más, porque tuvieron que partir de la presencia de
Dios, para abandonar el cielo y descender hacia abajo. Lucifer tuvo que
entrar en el mundo de los muertos, el Abadón, el infierno. Y Adán con
Eva y cada uno de sus descendientes, incluyendo el Árbol de vida, tuvo
que descender a la tierra ha vivir sus vidas particulares ante su Dios,
hasta cumplir y honrar la Ley Viviente de Dios y de Moisés en sus
corazones eternos, para gloria y para honra de nuestro Padre Celestial
que está en los cielos.

De hecho, esto fue algo que ni aun Adán pudo cumplir, hasta que el
Señor Jesucristo lo logra en su vida santa y eternamente honrada en la
tierra de Israel, para glorificar y para exaltar la Ley Paradisiaca,
como jamás antes había sido exaltada en toda la vida ni aun en su
gloria antigua e infinita del reino de los cielos, por ejemplo. Y desde
aquel día, en adelante, desde que el Señor Jesucristo por fin logra
exaltar la Ley Divina que estaba caída en el corazón de Adán y de
cada uno de sus descendientes, en sus millares, en toda la tierra,
entonces el corazón del hombre llega a conocer: lo que es bueno
"adorar y servirle al SEÑOR" de todo corazón.

Y desde aquel día, en adelante, el corazón del hombre, con en el
nombre del Señor Jesucristo viviendo en su espíritu humano, ha
conocido sólo bendición tras bendición, siempre lleno del amor y de
los poderes sobrenaturales de su nombre, para bendecir su vida y la
vida de los suyos, también, en la tierra y en el más allá, por
siempre. Y esto es verdad, hoy en día y por siempre, con cada hombre,
mujer, niño y niña, que se ha convertido sobrenaturalmente, a través
del espíritu de fe, de invocar su nombre santo, en un hijo o en una
hija de Dios, como en el paraíso o en La Nueva Jerusalén Santa y
Eterna del nuevo reino de los cielos.

Entonces nadie jamás se ha burlado de nuestro Dios y de su Árbol de
vida eterna, el Señor Jesucristo. Y el que pensó que lo ha hecho,
luego en su día no muy lejano se ha encontrado con la realidad en su
corazón, que jamás fue así. Porque es imposible burlarse de Dios con
los deseos de su carne, en el pecado del fruto prohibido, del árbol de
la ciencia del bien y del mal, que ha llegado a su vida, por medio de
la sangre de Adán y de Eva, en su vida, no para bendecirla, sino para
destruirla día y noche y hasta el fin.

Es por eso, que Dios nos ha llamado a que hagamos morir los deseos de
la carne, que el fruto prohibido del árbol de la ciencia del bien y
del mal empezó en nosotros, en nuestros corazones y en nuestros
espíritus humanos, por la sangre corrupta de Adán. Y que, a la vez,
hagamos revivir por la fe los frutos del fruto de vida eterna, de su
Árbol de vida, el Señor Jesucristo, para agradar a toda verdad y a
toda justicia infinita, de nuestro Padre Celestial, en la tierra y en
el cielo, hoy en día y por siempre, en la eternidad venidera, por
ejemplo. Porque sólo Jesucristo es "la paz y la felicidad" de
nuestros corazones eternos, en el cielo y en la tierra, para siempre.

A causa de, que nuestro Dios sólo ha de ser feliz con cada uno de
nosotros, en nuestros millares, en toda la tierra, y en el paraíso,
también, si tan sólo creemos en nuestros corazones y confesamos
siempre a Jesucristo, con nuestros labios ante su presencia santa y la
presencia gloriosa de su Espíritu Santo y de sus ángeles del reino de
los cielos. Porque mayor amor del corazón del hombre, de la mujer, del
niño y de la niña, de toda la tierra, que no sea la invocación del
nombre del Señor Jesucristo, no hay para Dios, ni para su Espíritu
Santo, en la tierra, ni menos en el paraíso ni en su nueva vida
celestial, de su nuevo reino de los cielos.

Es por eso, que el Señor Jesucristo es tan importante para el hombre
en la tierra o en el paraíso, como siempre lo ha sido para el ángel
del reino de los cielos, por ejemplo. Porque una vida sin Jesucristo no
es vida, sino sólo enfermedad y muerte entre las profundas tinieblas
del más allá. Y si hoy oyes del Señor Jesucristo, entonces recíbelo
en tu corazón, y no lo abandones nunca. Porque el Señor Jesucristo
jamás te ha de abandonar por ninguna razón, ni por el pecado más
terrible de tu vida, sino que ha de permanecer fiel a ti y a los tuyos,
por siempre, como cualquier árbol es fiel y nunca se mueve de su
lugar, ni aun en su muerte.

Por esta razón, siempre amen a su Dios y Creador de sus almas eternas,
mis estimados hermanos y mis estimadas hermanas, en el poder
sobrenatural de la invocación del nombre del Señor Jesucristo, porque
es el fruto de vida eterna, del Árbol de vida de Dios. Porque
verdaderamente Jesucristo es el fruto de vida y de salud que Dios le
entrego a Adán y a sus descendientes en el paraíso, para que sus
corazones sólo conozcan la paz, la felicidad y la vida con sus muchas
bendiciones y maravillas de su amor eterno para con cada uno de ellos,
en toda su creación, para la eternidad. Para que entonces ellos le
puedan amar y servirle a Él, como su único Dios Eterno, y a su
salvador celestial, el Señor Jesucristo, sólo por los deseos
infinitos y agradables a su corazón santo, del espíritu de la vida y
de la carne sagrada de su "Cordero Escogido", Jesucristo, en la
tierra y en el cielo, para siempre.


Libro 134


DESEOS DE LA CARNE

Mediante poderes sobrenaturales nosotros hemos sido formados, en las
manos santas de nuestro Dios y Padre Celestial que está en los cielos.
Y de estos no han sido poderes del árbol de la ciencia del bien y del
mal, en nada, sino solamente del Árbol de vida eterna, su Hijo amado,
el Señor Jesucristo.

Es decir, también, que así como hemos salido del corazón de Dios,
pues también, hemos salido del corazón y de la vida perfecta y
sumamente gloriosa, de nuestro gran rey Mesías, el Señor Jesucristo.
Porque la verdad es que también somos hechura de sus manos santas,
como lo somos de la mano de nuestro Padre Celestial y de su Espíritu
Santo.

Es por eso, que por medio de nuestro Señor Jesucristo, nos han sido
dados grandes poderes sobrenaturales, de la gracia salvadora de su
espíritu de vida y de su carne sumamente santa y eternamente justa,
para bendecir a Adán y a cada uno de sus descendientes por doquier, en
todos los rincones de la tierra, de hoy y de siempre.

Y estos son poderes sobrenaturales, por cierto, que están en vigencia,
cada uno de ellos, en nuestros corazones y en nuestros labios,
también, si tan sólo creemos en el Señor Jesucristo y confesamos su
nombre santo, con nuestros labios, en nuestras vidas por toda la
tierra, por ejemplo, para recibir del cielo, por siempre.

Con el fin de que sus numerosos poderes sobrenaturales, de su gracia
redentora comiencen a obrar día y noche en nuestras vidas, para
edificación eterna de nuestras almas vivientes, en la tierra y en el
paraíso, también, y por siempre, en el más allá, en la nueva vida
infinita de nuestro gran rey salvador, ¡el Señor Jesucristo!

Es por eso, que cada uno de nosotros es participe legitimo, de la
naturaleza divina de nuestro Padre Celestial y de su Árbol de vida,
por designio de Dios y por los poderes sobrenaturales que Él mismo
uso, en el día que nos comenzó a crear del fango de la tierra, para
que nosotros seamos una copia exacta como Él.

Es decir, para que llevemos cada uno de nosotros de su imagen y
conforme a su semejanza santa, en el paraíso y por toda la tierra,
también, hasta que entremos por fin a nuestra ultima fase de nuestra
creación, la vida eterna de nuestro Señor Jesucristo, en su nueva
ciudad celestial del más allá: La Nueva Jerusalén Santa y Eterna.

Por lo tanto, cada uno de nosotros tiene ya poderes sobrenaturales, de
la naturaleza divina de nuestro Padre Celestial y de su Árbol de vida,
en nuestros corazones y en nuestros espíritus humanos, para escapar
cada uno de los deseos malévolos, del corazón de la carne de nuestros
cuerpos, manchados por el pecado de Adán y de Lucifer, por ejemplo.

Y cada uno de estos poderes sobrenaturales de nuestros cuerpos,
espirituales y corporales, comienzan a actuar para bien de nosotros y
en contra, de cada uno de los ataques del enemigo, de todos los deseos
del espíritu de error, en nuestras carnes de parte de Lucifer, si tan
sólo creemos en nuestros corazones y confesamos con nuestros labios a
"Jesucristo".

Puesto que, «sólo en el nombre del Señor Jesucristo es donde nuestro
Padre Celestial ha depositado toda nuestra gracia salvadora, de
nuestros corazones y de nuestras almas vivientes», para que nuestros
cuerpos sean protegidos e edificados también, a la misma vez, en Él,
en el paraíso, en la tierra y por siempre, en la nueva eternidad
venidera del más allá.

Es por eso, que Dios jamás nos dio "otro nombre", por el cual
podamos ser sanados de todos nuestros males eternos y aun de nuestra
muerte eterna, en la tierra y en el fuego del infierno. Porque "todos
los poderes sobrenaturales" de milagros, maravillas y de prodigios en
los cielos y en la tierra, para sanar e edificar nuestros corazones y
nuestras almas vivientes, sólo se encuentran para cada uno de
nosotros, en la invocación y en la fe sobrenatural del nombre bendito,
del Señor Jesucristo.

Ya que, si hubiese existido otro nombre, por el cual la misericordia y
la gracia infinita de su vida santa, en el reino de los cielos, se
manifestase en cada uno de nosotros, entonces ya hubiese nuestro Padre
Celestial miles de años atrás, anunciando por boca de sus profetas y
por sus escrituras, también, de que es así.

Pero la verdad antigua no es así; pues, no hay poderes sobrenaturales
de misericordias y de gracia infinita, sino sólo en creer y en
confesar el nombre salvador de nuestro Señor Jesucristo, con nuestros
labios. Porque sólo en ésta confesión de fe, de nuestros corazones y
de nuestros labios son donde están todas nuestras bendiciones y
salvación eterna, de nuestras almas vivientes, en la tierra y en el
paraíso, por siempre.

Para que entonces nuestras vidas sean siempre protegidas de todos los
poderes sobrenaturales del mal, del fruto prohibido del árbol de la
ciencia, del bien y del mal, por ejemplo, en nuestras vidas, en el
paraíso y por toda la creación, también, hoy en día y por siempre,
en la eternidad venidera, del nuevo reino de los cielos.

En vista de que, Lucifer ha puesto los deseos carnales del fruto
prohibido para destruir su vida y la vida de cada uno de sus
descendientes, incluyendo al Señor Jesucristo, también, si tan sólo
le fuese posible hacerlo así. Pero Lucifer no pudo jamás vencer a
Cristo, como venció a Adán y a Eva, por ejemplo, en el paraíso y en
toda la tierra con cada uno de sus descendientes.

Es por eso, que Dios nos ha dado de la vida misma de su Hijo amado, su
Árbol de vida y de salud eterna, si tan sólo creemos en nuestros
corazones y confesamos con nuestros labios su nombre libertador. Y es
de esta confesión sobrenatural, de nuestros labios, la que Dios
siempre ha estado esperando pacientemente, a través de los siglos y
hasta nuestros tiempos, por ejemplo, para darnos vida y aun confiarnos
mayores poderes sobrenaturales, también, de su nombre y de su Hijo
Santo, el Señor Jesucristo.

Es decir, que estos son de los poderes sobrenaturales de misericordia y
de gracia infinita, que sólo están en Jesucristo, para contrarrestar,
espiritualmente hablando, cada uno de los deseos de las tinieblas de
perdición eterna, de nuestros cuerpos corporales e espirituales,
también, en cada momento de nuestras vidas, delante de Él y de su
Espíritu, en toda su creación.

Dado que, sólo en el nombre de Jesucristo podemos vencer a cada uno de
los deseos malvados de nuestros corazones y de nuestras carnes
corruptas, por el espíritu de gran maldad y de mentira del árbol de
la ciencia, del bien y del mal, en cada uno de nosotros, en el paraíso
y en toda la tierra, también, hoy y siempre.

Y sin Cristo Jesús en el corazón del hombre, entonces el corazón del
hombre y su carne corrupta son descontrolados, siempre guiados día y
noche a hacer el mal, delante de Dios y de su Espíritu Santo, en la
tierra y en el cielo, también, para siempre. Es por eso, que cuando
Dios vio en los días de Noé, por ejemplo, «que el corazón del
hombre era de continuo de mal en peor, hacia su prójimo», entonces se
asusto en su corazón santo, y le dolió mucho haberlo creado con sus
manos santas.

En la medida en que, Dios jamás pensó crear al hombre para que
"viva" en el espíritu corrupto de su carne, haciendo siempre el
mal hacia su hermano y hacia su hermana día y noche y para siempre.
No, de ninguna manera, sino por lo contrario, Dios ha creado al hombre
para que le sirvan a Él, como los ángeles le han servido por siempre,
por medio del nombre santo de su Árbol de vida eterna, el Señor
Jesucristo, en toda su creación.

Porque la verdad es que Dios había creado al hombre para que su
corazón y la carne de su cuerpo caminasen siempre, en los frutos del
espíritu de vida, de su fruto de vida, de su único Árbol viviente,
su Hijo amado, Jesucristo, en el paraíso y en todo su reino celestial,
y jamás lo que vemos en la tierra.

Por eso, Dios se dolía en su corazón día y noche de tan sólo ver,
como en el corazón del hombre y "los deseos de su carne salvaje",
iban cada vez, de mal en peor, sin retroceder ni por un sólo instante,
para pensar del mal que se estaban haciendo ellos y a los demás
también, en toda la tierra.

Dios no veía, en el dolor de su corazón santo, ninguna salvación
para el hombre, sino sólo la misma vida y la misma carne de su Árbol
de vida eterna, el Señor Jesucristo. Por ello, Jesucristo tenía que
descender del cielo a la tierra, para entregarse a sí mismo, a la vida
del hombre, para redimirlo de su mal eterno, de su corazón corrupto y
de sus deseos infernales, de su carne perdida.

Además, la única manera que el Señor Jesucristo podía redimir al
hombre era tan sólo, en su espíritu, en su vida, en su sangre y en su
amor infinito hacia toda la verdad y toda la justicia infinita de
nuestro Padre Celestial, que está siempre sentado en su trono santo,
de gran gloria y de gran honra, para siempre.

Y de la manera que el hombre manifestaba los deseos perdidos del fruto
prohibido del árbol de la ciencia, del bien y del mal, en su corazón
y en su carne humana, entonces Dios no podía enviar a su Hijo Santo a
la tierra, para redimirlo de su mal eterno, sólo si hubiese un cambio
drástico en su vida espiritual.

Y esto era algo que no iba a venir por voluntad propia del corazón del
hombre; Dios espero muchos años por este cambio en la vida del hombre,
pero jamás llego. Entonces Dios decidió destruir a toda la carne de
la vida de la tierra, con "un gran diluvio", del agua que saldría
de la tierra y de los cielos, también.

Para entonces sumergir a toda la tierra en "un sólo juicio total"
y así ponerle fin a los malos pensamientos de los corazones y los
deseos desordenados de sus carnes corruptas, de todos los hombres
malvados e irreverentes al nombre sagrado, de su Árbol de vida eterna,
su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!

Y sólo entonces Dios pudo luego enviar a su Hijo, como el salvador de
una gran nación y de la humanidad entera, en la tierra, para entonces
poder él comenzar una nueva vida, libre de las pasiones desordenadas
de la carne del pecador, y sólo llena de las pasiones de vida y de
verdad eterna, de su Gran Jesucristo.

Por esta razón, no dejen que reine el pecado del espíritu del fruto
prohibido, del árbol de la ciencia del bien y del mal, en sus vidas,
mis estimados hermanos y mis estimadas hermanas, para que no obedezcan
jamás a sus deseos desordenados. No hagan como Lucifer hizo. O como
Adán y Eva hicieron, por ejemplo, ante el Árbol de vida eterna,
delante de Dios y de su Espíritu Santo, en el paraíso, para mal
eterno de muchos.

Deseos desordenados del corazón y de la carne de todo hombre pecador y
de toda mujer pecadora, que conllevan día y noche a la maldición y a
la muerte eterna de nuestras almas, en la tierra y en el fuego eterno
del infierno, también, para finalmente descender a su segunda muerte,
el lago de fuego, en el más allá.

Por eso, les pido siempre que se mantengan lejos de los deseos perdidos
de sus corazones y de sus carnes corruptas, sin que toque en corazones
"la bendición infinita", de haber invocado el nombre del Señor
Jesucristo en sus vidas, para que no pequen más. ¡Ya basta de pecar!
Porque los deseos desordenados del corazón y de la carne corrupta
sólo traen maldición y perdición eterna, en la muerte de la tierra y
del más allá, también, como en el infierno o el lago de fuego, por
ejemplo.

Y que sólo obedezcan a los deseos de sus corazones y de la carne de
sus cuerpos, al fruto de vida del Árbol Viviente, el Señor
Jesucristo, que ha de estar en cada uno de ustedes, desde el momento
que creen en Él e invocan su nombre, para bendición y para
salvación, de sus vidas y de sus almas, también. Porque sólo ésta
fe, salvadora del cielo, es la salvación de sus almas perdidas en el
pecado, en la tierra y en el más allá, también.

Porque los deseos del corazón y de la carne, sin el toque y la
bendición sobrenatural del nombre del Señor Jesucristo, son contra el
Espíritu de vida de Dios y de su Jesucristo, que combaten día y noche
para destruir eternamente: al hombre y a la mujer de toda la tierra. Y
esta es nuestra verdadera lucha día y noche hasta el final, con
nuestro propio corazón y con nuestra propia carne, en sus deseos
desordenados y corruptos ante Dios y su Jesucristo.

Pero los deseos del corazón y de la carne del hombre, que ha recibido
el nombre del Señor Jesucristo, son día a día y por siempre, en la
tierra y en el infinito, para edificación y crecimiento del espíritu
humano y de su alma viviente hacia Dios y hacia su nueva vida infinita,
en el nuevo reino de los cielos.

DIOS CREA LA CARNE DEL HOMBRE, PARA QUE SEA COMO LA DE CRISTO

En el principio, en el paraíso, el hombre no tenía deseos carnales,
de su corazón y de todo su cuerpo, como lo ha tenido siempre en la
tierra, hasta nuestros días, por ejemplo, sino que era totalmente
libre de todo esto, en todo su espíritu humano. El hombre era
totalmente libre de todos los males del pecado, pues "no había
comido aun" del fruto prohibido del árbol de la ciencia, del bien y
de mal.

Pero, sin embargo, Dios deseaba despertar en el hombre: unos deseos muy
especiales de su espíritu humano y de su alma viviente, también.
Porque Dios deseaba que el hombre "le amase a Él", en el espíritu
y en la verdad del corazón y del cuerpo viviente, de su Árbol de vida
eterna. Y todo esto no era posible en el hombre, por la obra santa de
sus manos gloriosas en él.

Por lo tanto, esto era solo posible en el hombre, si tan sólo comiese
de su fruto de vida, de su Árbol viviente, en el epicentro del
paraíso, para despertar en su corazón y en todo su cuerpo humano,
"deseos sobrenaturales y divinos de su amor eterno", puro, santo,
perfecto y único para con Él y para con su Espíritu Santo.

En verdad, para Dios despertar éste gran amor puro, santo y sumamente
glorioso hacia Él, el Dios del paraíso y de toda la tierra, entonces
Adán tenia que comer del fruto de vida de su Hijo amado, "por su
propia voluntad y del deseo propio de su corazón", libre y limpio de
todo mal, hasta aquel día, en el paraíso.

Es decir, que Dios no podía obligar ni menos forzar a Adán ha comer
de su fruto de vida eterna, de ninguna manera, ni de ninguna forma,
también. En realidad, sólo la mano de Adán tenia que alzarse hacia
el fruto de vida eterna y tomarla, para llevarla a su boca y
consumirla, algo que Dios no debía hacer por Adán, sino que Adán
tenia que hacerlo por decisión propia de su corazón y de su vida
celestial y eterna, también.

Esto era algo que nadie, ni Dios mismo, ni ningún ángel del cielo,
podía hacer por Adán ni por Eva, ni por ninguno de sus descendientes
en el futuro, salvo el mismo hombre y por su propia voluntad humana, de
su corazón y de su alma viviente, también, "para despertar deseos
del espíritu de vida".

Deseos de la vida eterna, como el deseo de la verdad, de la justicia y
del amor infinito, entre muchos más, para con su Dios y para con su
salvador eterno, el Señor Jesucristo, por ejemplo. Y Lucifer sabía
muy bien que era lo que estaba pasando en el paraíso con Dios y con el
hombre.

En verdad, Lucifer sabía que si Adán comía del fruto de vida eterna,
entonces deseos buenos y nobles hacia el Dios del cielo y de la tierra
iban a despertar, en el corazón y en el cuerpo y espíritu humano de
Adán. Y esto era algo que Lucifer deseaba parar, antes de que empezase
en la vida de Adán y de cada uno de sus descendientes, como Eva, por
ejemplo.

Porque Eva, su mujer, fue la primer descendiente del hombre, Adán. Y
como Lucifer no podía acercársele a Adán, por mandato directo de
Dios hacia él, entonces tenia que acercársele de una manera
totalmente indirecta, sin que Adán lo viese, ni se diese cuenta de
nada. Absolutamente todo, tenia que ser hecho en secreto, por Lucifer,
para no despertar sospecha alguna en Adán, ni en los ángeles del
cielo, ni menos en el Dios del cielo.

Porque Adán estaba instruido por Dios mismo, no dejar jamás que
Lucifer se acerque a él, por ninguna razón, ya que en las palabras de
Lucifer había "sólo mentira y engaño eterno" de su corazón
perdido y lleno de las profundas tinieblas del más allá, por ejemplo,
para perdición y destrucción de su vida y de sus seguidores,
también.

Entonces Lucifer sabiamente se acerca al paraíso, no para hablar con
Adán ni con su esposa, sino con la amiga de Eva. Y esta amiga de Eva
era la serpiente antigua del Jardín del Edén. Que, por cierto, era
muy sabia en todo lo que concernía el Jardín de Dios, en el cielo y,
por lo tanto, era bien conocida y amiga de Lucifer de mucho tiempo.

Entonces Lucifer se acerca a la serpiente con gran confianza, para
conversar con ella. Y en ésta conversación que sostuvieron entre los
dos, entonces Lucifer le dio entender a la serpiente, de que Adán y
Eva podían abrir sus ojos y despertar como los ojos de Dios, para ver
y conocer lo bueno y lo malo, si tan sólo comiencen del fruto del
árbol de la ciencia, del bien y del mal.

Y esto le pareció algo muy bueno a la serpiente, para su amiga Eva. De
ver como su amiga también podía abrir sus ojos, para despertar y ver
como los ojos de Dios ven todo, en toda la creación, lo bueno y lo
malo de todo ello. Esto era fantástico para el corazón de la
serpiente, y desea ver ya, como los ojos de un ser viviente, como Eva y
como el hombre, por ejemplo, podían abrirse para ver y conocer: lo
bueno y lo malo, como Dios lo hace con sus ojos sobrenaturales, en el
cielo y en el resto de su creación.

Lo que no le dijo Lucifer a la serpiente, era que si Eva y Adán
comían del fruto prohibido, entonces sus ojos iban a despertar con un
corazón totalmente contrario al corazón de Dios y de su Árbol de
vida eterna, para solamente conocer todos los frutos del pecado y del
mal eterno del más allá.

Como, por ejemplo, el corazón del hombre comenzaría a odiar, a
destruir, a robar, a mentir, a engañar, a matar y hasta menos preciar
con malos deseo de su corazón: todo lo que es bueno de Dios y de su
Árbol de vida eterna, el Señor Jesucristo, en el cielo y en el
paraíso, también, para siempre.

Entonces cuando la serpiente le dijo a Eva, que realmente si comía del
fruto prohibido del árbol de la ciencia, del bien y del mal, sus ojos
iban a ser abiertos para ver como Dios ve, y conocer todo lo bueno y
todo lo malo, en toda la creación del cielo y de la tierra. Y Eva se
lo creyó en su corazón, palabra por palabra, toda la palabra de
mentira y de muerte del corazón perdido de Lucifer, sin entender
jamás lo que estaba sucediendo realmente en su vida y en la vida de
sus descendientes, para siempre.

Por lo tanto, Eva, sin pensarlo dos veces, alzo su mano para coger del
fruto prohibido y comer de él. Y a la vez, le dio de comer a su
esposo, Adán. Para que sus ojos fuesen abiertos como los ojos de Dios
para conocer el bien y el mal de sus vidas, en toda la creación.

Pero para sorpresa de todos, lo que le había dicho la serpiente a los
dos, era verdad; y así fue los ojos de Adán y de Eva se abrieron para
ver y conocer lo bueno y lo malo en todos sus contornos, en el cielo y
en la tierra, desde el instante que probaron de fruto prohibido en los
labios de sus bocas.

Ahora, lo que no sabia Adán ni Eva, tampoco, ni menos la serpiente
antigua, era, sorpresa tras sorpresa, que también iban a despertar los
dos, todos los deseos de la carne, totalmente contrarios a la vida
santa y perfecta del fruto de vida eterna, del Árbol de Dios, el
Señor Jesucristo.

Pues esto se lo había encubierto Lucifer a la serpiente, para que
Adán y Eva cayesen en el pecado y en la profunda oscuridad de su
perdición eterna, entre las profundas tinieblas del más allá, por
ejemplo, como en el infierno y el lago de fuego. Sitios de condenación
y de tormento eterno, los cuales ya existían en aquellos días, por
culpa del pecado y de la rebelión de Lucifer y de sus ángeles caídos
ante el nombre del Señor Jesucristo, en el reino de los cielos.

Cuando Lucifer, ni ninguno de sus ángeles caídos, en sus millares,
jamás deseo en su corazón, despertar el amor por el fruto de vida de
Dios, sino sólo por el fruto prohibido del árbol de la ciencia, del
bien y del mal. Y cuando Adán y Eva cayeron en la trampa de Lucifer,
para comer del fruto prohibido, entonces los deseos de sus corazones y
de sus cuerpos despertaron, para ir de mal en peor, para jamás
apagarse para siempre.

A no ser que ellos vuelvan a nacer, no de la carne del pecado del
árbol de la ciencia del bien y del mal, sino mucho mejor que este mal
eterno. Y esto es de volver a nacer, de la carne y del espíritu de
vida, del Árbol de Dios, el Señor Jesucristo, en la tierra, para
seguir viviendo sus vidas normales y celestiales, en el reino de los
cielos, con Dios y con su Espíritu Santo, rodeados de los ángeles
gloriosos y fieles a Jesucristo por siempre.

LOS DESEOS DE LA CARNE PROVIENEN DEL FRUTO PROHIBIDO

Porque todo lo que hay en toda la tierra, como, por ejemplo: --los
deseos de la carne, los deseos de los ojos y la maldad de la vida
pecadora y rebelde-- no proviene del Espíritu de Dios, sino del
espíritu rebelde y de gran error de Lucifer, en todos los rincones del
mundo entero. Y como pasa el tiempo, entonces el mundo también está
pasando, y sus deseos mundanales desaparecen con él, los cuales son
contrarios al Espíritu de Dios y a la vida sagrada de su Hijo amado,
el Señor Jesucristo.

Pero, sin embargo, el que hace la voluntad de Dios permanece para
siempre, y su alma no sufrirá la muerte jamás, sino sólo gozara por
siempre la paz y la vida infinita, de Dios y de su Árbol de vida y de
salud eterna, Jesucristo, en la tierra y en su nuevo lugar celestial,
en el reino de los cielos.

En vista de que, pronto llega el día, cuando la tierra ha de volver a
ser libre del poder del pecado, de Adán y de Lucifer y de todas sus
profundas oscuridades del más allá, por ejemplo. Porque en el día
que Dios crea a la tierra y con sus cielos, fue entonces creada sin el
poder del pecado y sus muchas profundas tinieblas del más allá, como
el mundo bajo de los ángeles perdidos.

Es decir, como el mundo de la perdición eterna, en donde su
"epicentro es el espíritu rebelde" y de gran error de Lucifer y
sus miles de huestes angelicales, que se rebelaron en contra de Dios y
de su fruto de vida eterna, el Señor Jesucristo, en el reino de los
cielos, por ejemplo.

Y la única manera que toda la tierra ha de regresar a su lugar
antiguo, libre del pecado y de las profundas tinieblas del enemigo
numero uno de Dios, Lucifer, ha de ser cuando cada descendiente de
Adán haya creído en su corazón y confesado con sus labios, el nombre
de su Hijo amado, el Señor Jesucristo.

Dado que, sólo el Señor Jesucristo es "la luz del mundo", hoy en
día y por siempre, en el más allá. Es decir, como el Señor
Jesucristo es "la luz del corazón de Adán" que se apago en el
paraíso, pues así también se apago en el corazón de cada hombre,
mujer, niño y niña de la humanidad entera; entonces cuando la luz
vuelva al hombre, en aquel día la tierra ha de volver a ser luz, como
antes, para siempre.

Es decir, también, de que las tinieblas del pecado de Lucifer han
existido siempre en la tierra, porque en el corazón de Adán no había
luz, la luz de Dios y de su Árbol de vida eterna, cuando descendió
del paraíso, después de haber comido del fruto prohibido, del árbol
de la ciencia del bien y del mal, por ejemplo.

Por eso, cuando todo hombre, coma, como Adán comió de su fruto de
vida, en el día que Jesucristo fue clavado a su madero, su cuerpo, su
árbol seco y sin vida, sobre la cima de la roca eterna, en las afueras
de Jerusalén, en Israel, entonces ya hay luz en su corazón y en toda
una vida nueva, también.

Por lo tanto, cada uno de sus descendientes tiene que hacer lo mismo,
no de ser clavado a un madero, como en el cuerpo de Adán, sino de
recibir a Jesucristo en su corazón y en su vida, para que haya luz y
nueva vida, en su vida regenerada por la sangre de Cristo, por ejemplo,
en toda la tierra.

En tanto que, ésta es la única manera, como "la tierra ha de volver
a ser luz", para Dios y para sus diversas criaturas, como ángeles,
hombres y demás seres creados por Dios, en el reino de los cielos.
Porque la creación y su constitución como de cada ángel del cielo o
como cada hombre y mujer del paraíso o de la tierra, además de otros
seres creados por Dios, fueron formadas en el corazón de Dios, en los
días de la antigüedad, en el reino de los cielos.

Con el fin de que sean una realidad total hoy en día, en el mismo
cielo y en toda la tierra, también, para bien de la humanidad entera,
y para gloria y para honra infinita de su nombre santo, en el corazón
de cada uno de sus criaturas eternas. Por lo tanto, los deseos de la
carne del hombre y del espíritu rebelde de Lucifer, como de sus
ángeles caídos, no son del Espíritu de Dios, sino todo lo contrario.


Son deseos del espíritu de error, de la palabra de mentira, de las
cuales "nacieron o salieron" del árbol la ciencia del bien y del
mal, para atacar y por fin destruir, de una manera u otra, la vida
santa y eternamente perfecta del Árbol de Dios, el Señor Jesucristo,
en el reino de los cielos, en el paraíso y en la tierra, también.

Es por eso, que los deseos de la carne, del corazón rebelde de Adán
en el paraíso, o del hombre y de la mujer de la tierra, son del fruto
prohibido, del árbol de la ciencia del bien y del mal, para
destrucción de nuestras vidas, en toda la creación, y hasta en el
lago de fuego, también, por ejemplo.

EL ENGAÑO DE LAS RIQUEZAS DEL MUNDO VIL APAGA LA PALABRA VIVA

Es por eso, también, de que las preocupaciones de este mundo, el
engaño de las riquezas y la codicia de otras cosas se entrometen y
ahogan la palabra viva de Dios, y queda sin fruto en el corazón del
hombre, de la mujer, del niño y de la niña, de toda la tierra. Y esto
es un problema bien grave en cada uno de nosotros, que sólo Dios por
el poder de su Espíritu y la vida gloriosa de su Hijo lo pueden
resolver, en todos nosotros, en toda la tierra, de nuestros días.

Además, estos son de todos los que aun realmente no han conocido el
nombre bendito del Señor Jesucristo, en sus corazones, ni lo han
confesado con sus labios, tampoco, para bendición e enriquecimiento de
sus espíritus humanos, en todos los lugares de la tierra, para gloria
y para honra de su nombre, en el reino de los cielos, por ejemplo.

Entonces nosotros debemos de mantenernos fieles en Jesucristo, en
nuestros corazones, para que el Espíritu de Dios con sus frutos
sobrenaturales sobreabunden en nuestras vidas, diariamente, para
subyugar a cada una de las profundas tinieblas, del fruto prohibido del
espíritu de error, del árbol de la ciencia del bien y del mal, que
siempre nos ataca para destruir nuestras vidas.

Porque de otra manera, el espíritu del fruto prohibido que Adán
comió, y que está en nuestros corazones y por toda nuestra sangre,
también, nos ha de vencer siempre diariamente hasta llevarnos a
nuestro día final, y tirarnos, perdidos y condenados, eternamente y
para siempre, por la mancha del pecado en nuestras vidas, entre las
llamas del fuego del infierno.

Y la única manera que nosotros vamos a escapar ésta perdición y
condena eterna, ha de ser si tan sólo confiamos en nuestro Padre
Celestial y en su Espíritu Santo de su gran rey Mesías, el Señor
Jesucristo. Porque el Señor Jesucristo "es el amor de vida", que
Adán y Eva debieron haber comido, en el paraíso, para seguir viviendo
sus vidas eternas con Dios y con su Hijo amado, en todo el paraíso y
en todo el reino de los cielos, también, por siempre.

Pero como ambos no comieron del fruto de vida, sino que lo
despreciaron, al comer del fruto prohibido, del árbol de la ciencia
del bien y del mal, entonces su espíritu de rebelión y de maldad
reina en nuestros corazones y en nuestra manera de vivir, en todas las
naciones de la tierra, de hoy en día y de siempre.

Y esto es pecado para Dios y para su Hijo amado, el Señor Jesucristo,
en cada uno de nosotros, en nuestros millares, en todos los lugares del
mundo entero, es decir, pecado de muerte y de destrucción eterna, para
nuestros corazones y para nuestras almas vivientes, también, en la
tierra y en el infierno.

Pero con el Señor Jesucristo tenemos de su Espíritu Santo, lleno de
vida y de salud, si tan sólo creemos en Él, en nuestros corazones y
así confesamos su nombre, con nuestros labios, para gloria y para
honra de su nombre, en nuestras vidas, en la tierra y para nuestras
nuevas vidas celestiales, en el nuevo reino de los cielos.

Porque nuestra vida celestial e infinita, ya está en el cielo, con
Dios y con su Árbol de vida, sólo Dios espera de nosotros que hagamos
lo correcto en nuestros corazones, tan sólo al confesar nuestros
pecados a Él, en el nombre bendito de su Hijo, el Señor Jesucristo,
para perdonarnos y escribir nuestros nombres, en su "libro de
vida".

Puesto que, sólo por medio del Espíritu de vida, de su Árbol de
vida, es que Dios mismo ha de oír nuestras oraciones, ruegos y
peticiones, de los que tengamos ante Él, en la tierra para que nos
bendiga, hoy en día por siempre, en la nueva eternidad venidera de su
nuevo reino celestial.

Además, Dios nos ha de oír cada una de nuestras palabras, de todas
ellas que tengamos para con Él, hoy en día y por siempre, porque nos
ama. Porque el Espíritu de vida, de su Árbol de vida eterna, ha de
estar en nuestros corazones día y noche, latiendo vida y salud, para
con cada uno de nosotros, para servirle a Él, en el espíritu y en la
verdad de su nombre y de su palabra sagrada y eternamente honrada, en
los corazones de todas sus criaturas celestiales.

Por eso, todo lo que nosotros sintamos hacia él, en el día de hoy, ha
de ser por el poder del espíritu que ha de estar en cada uno de
nosotros. Y éste espíritu que está en nosotros, es, sin duda alguna,
el espíritu de Adán, el cual peca en contra del fruto de vida, eterna
del Señor Jesucristo, para comer del fruto prohibido, del árbol de la
ciencia, del bien y del mal, para mal y destrucción eterna de nuestras
vidas, en la tierra y en el más allá, también, en el infierno.

Pero Dios ha cambiado todo esto por cada uno de nosotros, en el
paraíso y en toda la tierra, también. Y lo ha hecho en la vida de su
Hijo amado, el Señor Jesucristo. Porque sólo Él ha podido vivir una
vida santa y eternamente perfecta y conforme a su voluntad eterna, de
cumplir y de honrar cada palabra, cada letra y cada tilde con su
significado eterno de su Ley Viviente.

Porque es en el significado eterno, de haberse cumplido la Ley en la
vida de cada hombre, mujer, niño y niña, de la humanidad entera, es
en donde está cada una de nuestras muy grandes bendiciones, de vida y
de salud eterna, en nuestro Dios y en nuestro redentor eterno, el
Árbol de vida, el Señor Jesucristo.

Es decir, que en el Señor Jesucristo tenemos el espíritu de vida y
del Espíritu de Dios, que nos dan vida y salud a nuestros corazones y
a nuestras almas, para satisfacer a nuestro Dios, en el espíritu y en
la justicia de su palabra, de su Ley, para cada uno de nosotros, en
nuestros millares, en toda la tierra.

Es decir, también, que sin la Ley de Dios cumplida en nosotros,
entonces nuestro Dios jamás ha de ser feliz con ninguno de nosotros,
por lo tanto, habremos perdido nuestra vida eterna, para entrar en el
reino de los cielos, ha vivir con Él y con sus huestes de ángeles
santos, en el reino de los cielos.

Porque nuestros corazones y nuestros espíritus humanos solamente
emitirían hacia Él, cada uno de los malos deseos de nuestros cuerpos
pecadores, y esto es terrible para nuestro Dios y para su Espíritu
Santo, en la tierra y en le cielo, también. Es por eso, que Adán y
Eva tuvieron que abandonar sus vidas santas y perfectas en el paraíso.


Ya que, ambos emitan terribles deseos de sus corazones y de sus
espíritus humanos, los cuales no eran compatibles con el espíritu de
vida del paraíso, ni menos del reino de los cielos. Por eso, ambos
tuvieron que abandonar la tierra santa del paraíso, para no volver a
regresar a ella, hasta que su espíritu de vida fuese el correcto.

Y éste espíritu de vida, el cual siempre ha sido el correcto para
nuestro Dios, ha sido desde siempre el espíritu de vida de su Hijo
amado, su Árbol de vida eterna, en el epicentro del paraíso. Es por
eso, que Dios ha llamado a cada hombre, no ha que viva de los deseos de
su carne, sino de los deseos de su Espíritu de vida eterna, su Árbol
de vida, el Señor Jesucristo, en toda su creación infinita, en el
cielo y en la tierra, también, por siempre.

Porque sólo el Señor Jesucristo tiene el espíritu de vida y de salud
eterna para cada uno de nuestros corazones y de nuestras almas
vivientes, en el paraíso, en la tierra y de nuevo en el reino de los
cielos, para cuando regresemos a la presencia santa de nuestro Dios y
Padre Celestial, en el más allá, por ejemplo.

Simultáneamente, sólo el espíritu de vida de su Árbol de vida ha de
vivir, ha de reinar, en el reino de los cielos, y más no el espíritu
del mal y del bien, del árbol de la ciencia eterna, del paraíso.
Entonces cada hombre, mujer, niño y niña, que ha nacido en la tierra,
realmente ha nacido del espíritu de Adán y de Eva.

Por cuanto, Adán y Eva se rebelaron perdidamente, sin saber lo que
hacían en sus vidas, en contra del espíritu de vida, del Árbol de
Dios, para mal de sus vidas celestiales, perdiéndolas por un tiempo,
en el día que pecaron en contra de Dios, en el paraíso. Y lo mismo le
ha sucedido a cada uno de sus descendientes, también, en toda la
tierra.

Porque cada uno de ellos es nacido del espíritu del fruto prohibido,
del árbol de la ciencia del bien y del mal; por esta razón, no podrá
ninguno de ellos regresar a su patria celestial, en el más allá, sino
que ha de morir en su espíritu de rebelión y de condena eterna, en el
fuego del infierno.

A no ser que ore a su Dios y Creador de su vida, en el nombre del
Señor Jesucristo, y así le acepte en su corazón, como su redentor
personal, para perdón de sus pecados y para que vuelva a nacer. Y esto
es de volver a nacer, aquel hombre o mujer penitente ante Dios, no de
la carne y del espíritu de Adán o de Eva, sino de la carne y del
espíritu de vida de Dios, el Señor Jesucristo, su Árbol de vida y de
salud eterna.

Ya que, sólo de esta manera el hombre, la mujer, el niño y la niña,
podrán volver a sus vidas normales del paraíso y del reino de los
cielos, también, desde hoy mismo, llenos del espíritu de vida del
Señor Jesucristo, y no de ninguna otra manera.

Porque es simplemente imposible para que el hombre y la mujer vuelvan a
vivir con su Dios y con su Árbol de vida eterna, en la tierra o en el
reino de los cielos, si es que el espíritu de su corazón y de su
sangre no es el espíritu de vida del Árbol de Dios, el Señor
Jesucristo.

EL PECADO ENGENDRA LA MUERTE, EN TODOS

Por eso, cada hombre, cada mujer, cada niño y cada niña, también, de
la tierra, es, realmente, tentado cuando es arrastrado y seducido por
su propia pasión, de su corazón en tinieblas y de su carne corrupta,
por la mancha del pecado. Y esto es del espíritu de error, del fruto
prohibido del árbol de la ciencia, del bien y del mal, que está, sin
duda alguna, en el corazón y en la sangre de cada uno de ellos,
comenzando con Adán y Eva, por ejemplo, para mal eterno de sus vidas,
en el paraíso o en la tierra, de nuestros días.

Es por eso, que Adán y Eva murieron en sus pecados: porque comieron
del fruto prohibido del árbol de la ciencia, del bien y del mal,
"despertando así pasiones carnales", que eran contrarias a las de
la Ley de Dios, en el paraíso, en vez, de comer del fruto de vida y de
salud eterna, el Señor Jesucristo.

Puesto que, si hubiesen comido del fruto de vida, del Árbol de Dios,
entonces hubiesen "despertado pasiones santas y eternamente
agradables" al espíritu de vida, de la Ley de Dios y de su reino
celestial, también. Y ellos hubiesen siempre sentido todo lo bueno y
todo lo justo que se siente en el corazón, cuando Dios ama a sus
criaturas y a sus vidas individuales, en el reino de los cielos y en
el resto de toda su creación, también.

Pero como comieron del fruto prohibido, entonces el espíritu de vida
ya no estaba en ellos, sino el espíritu rebelde de Lucifer y de su
árbol de la ciencia del bien y del mal, "despertando a un nuevo
nacimiento de deseos de la carne", totalmente contrarios a los deseos
santos y nobles, de la Ley Viviente de nuestro Dios.

Por esta razón, luego de Adán haber probado del fruto prohibido,
entonces la baja pasión de su corazón se comenzó a manifestar, como
nunca antes en su vida, dando así paso a su primer pecado, el cual se
comenzó a multiplicar hasta jamás parar, hasta nuestros días, en el
corazón de cada hombre, mujer, niño y niña de la tierra.

Además, el pecado una vez "vivo en su espíritu humano", entonces
acabo con su vida celestial, para darle paso a la muerte de su alma, en
el paraíso y en la tierra, también: eternamente para los que "no se
arrepienten" de su mal, y temporalmente para los que "se aferran a
Jesucristo", y vuelven a nacer de su espíritu de vida.

Fue por esta razón, de que la misma tierra del paraíso y como la del
reino de los cielos, también, llena de cada palabra, de cada letra y
de cada tilde y de su significado infinito, entonces abrió su puerta
celestial para despedir a Adán y a Eva, de la misma manera, que
despidió a Lucifer y a sus secuaces.

Pero con amor y una gran esperanza en sus corazones, Adán y Eva
abandonaron el paraíso, para volver a tener pronto, la misma vida
antigua del reino de los cielos, en sus corazones y en sus almas
vivientes, también, sólo en Jesucristo, en los días venideros del
nuevo amanecer, con "un nuevo nacimiento", en el nuevo reino de los
cielos.

En vista de que, para volver a tener vida en la tierra, como en el
reino de los cielos, por ejemplo, entonces el hombre y la mujer tienen
que volver a nacer, no de la carne de Adán, sino de la carne y del
espíritu de vida, del Árbol de Dios, su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo!

De otra manera, ningún hombre o mujer podrá jamás volver a nacer, ni
menos volverá a ver la vida, en esta vida, ni en la venidera, en el
más allá, sólo el fuego eterno del infierno espera por él o por
ella, por su rebelión ante Dios y ante su nombre salvador, el nombre
eternamente santísimo del Señor Jesucristo.

Visto que, el fruto de la carne es rebelión total al nombre santo de
Dios y de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Por eso, todo aquel
que no ama al Señor Jesucristo en su corazón, ni confiesa su nombre
sobrenatural con sus labios, entonces es arrastrado y seducido por la
pasión del fruto prohibido, del árbol de la ciencia del bien y del
mal que va contra el espíritu de vida, del fruto de vida eterna.

Y esto es en cada corazón de cada uno de todo pecador y de toda
pecadora, en todas las naciones de la tierra: al no creer en el Señor
Jesucristo, como su único y suficiente redentor de su vida, en esta
vida y en la venidera, también, en el nuevo más allá de Dios y de su
Árbol de vida eterna.

Por ello, una vez, el pecado de rebelión en contra de Dios y de su
Árbol de vida eterna es llevado acabo, en el corazón y en la vida del
pecador o de la pecadora, entonces con lleva a su muerte segura. Y esta
muerte del alma perdida ha de ser en la tierra y en el más allá,
también, como entre las llamas ardientes del fuego eterno del infiero
y posteriormente el lago de fuego, para destrucción de su corazón
eterno y sin el nombre salvador y sobrenatural del Señor Jesucristo,
para siempre.

Por esta razón, Dios no desea que el hombre siga viviendo su vida del
primer pecado de Adán, sino que cambie a su vida original del más
allá, del paraíso y del reino de los cielos. Y esta vida del hombre
es la misma vida divina de Dios y de su Árbol de vida, el Señor
Jesucristo. Porque como ésta vida infinita del Árbol de la vida, no
hay otra semejante, en el paraíso, ni en el reino de los cielos,
tampoco, ni menos en la tierra, de nuestros días.

ABRIGENSE DE JESUCRISTO Y NO DEN PASO A LOS DESEOS DE LA CARNE

Por eso, arrópense todos del Señor Jesucristo espiritualmente
hablando, y no hagan provisión para satisfacer los malos deseos de la
carne, como lo hicieron Adán y Eva, en el día que le creyeron a la
serpiente antigua, que les hablaba de parte de Lucifer para hacerlos
caer en una trampa eterna, que sólo Dios y su Hijo los podía liberar.


En la medida en que, los deseos de la carne jamás fueron buenos para
la salud del hombre, ni para la relación espiritual de él, ni menos
del Dios del cielo y de toda la tierra. Porque Dios jamás aprobó, ni
aprobará tampoco los frutos del primer fruto prohibido del árbol de
la ciencia, del bien y del mal, en el corazón y en el cuerpo del
hombre de toda la tierra, sino que sólo Dios ha de aprobar siempre:
¡los frutos del fruto de vida eterna!

Y esto es, realmente, el Señor Jesucristo, en el corazón y en el alma
viviente de cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera,
para que viva en eterna paz y armonía espiritual con su Dios y con su
Árbol de vida, el Señor Jesucristo, en la tierra y en el paraíso,
también, para siempre.

Por cuanto, Dios desea ver sólo los deseos del espíritu de vida y del
cuerpo santo y sumamente honrado por la palabra viviente de la Ley de
Dios y de Moisés del Señor Jesucristo, en el corazón y en el cuerpo
de cada hombre, mujer, niño y niña, no sólo de Israel, sino de todas
las naciones de la tierra.

Porque éste es el reino celestial del más allá, el cual Dios siempre
soñó y preparo en su corazón para llevarlo acabo, no sólo con sus
ángeles santos, sino también, con Adán y cada uno de sus
descendientes, como personas como tú, hoy en día, en tu hogar y en
tus tierras, mi estimado hermano y mi estimada hermana.

Por eso, Dios ha preparado grandes bendiciones celestiales de la tierra
y del más allá, también, «para cada uno de los que sólo vivan por
los deseos del espíritu de vida y de la carne santo y eternamente
glorioso de nuestro salvador, el Señor Jesucristo», ¡el Todopoderoso
de Israel y de las naciones!, por ejemplo.

Es por eso, que es muy importante que cada hombre, mujer, niño y
niña, sea bautizado en el agua, "en el nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo de Dios", para cumplir toda justicia, en la
tierra y en el paraíso, también, para gloria y para honra infinita de
la Ley Divina de Dios y de Moisés, por ejemplo.

Ya que, si no nacemos del agua y del Espíritu de Dios, entonces no
podremos jamás vivir los deseos del Espíritu de vida y del cuerpo de
la carne, de nuestro gran rey Mesías, el Cristo de Israel y de la
humanidad entera, el Hijo de David. En verdad, permanecemos en el
pecado eterno y mortal de Lucifer y de Adán en nuestras sangres
manchadas (o selladas) por la muerte eterna.

Porque así como en el cielo con los ángeles santos, también, en la
tierra, la voluntad perfecta de nuestro Padre Celestial tiene que
llevarse acabo, a como de lugar, en el corazón de cada uno de sus
hijos y de sus hijas, de todas las familias, razas, linajes, tribus,
pueblos y reinos de la tierra.

Para que de esta manera única y sumamente honrada, entonces los frutos
del espíritu de vida y de la carne del Árbol de vida eterna, el
Señor Jesucristo, se manifieste en cada uno de nosotros, en nuestros
millares, en todos los lugares de la tierra y del reino de los cielos,
también, para seguir viviendo divinamente por la eternidad venidera.

Dado que, sin los frutos del espíritu de vida y del cuerpo santo del
Señor Jesucristo, en cada uno de nosotros, entonces no podremos jamás
ser felices con nuestro Dios. Ni Dios ha de poder ser feliz con cada
uno de nosotros, en toda la existencia de la tierra, por miles de años
venideros, en la eternidad.

Porque entonces los frutos de nuestra carne y de nuestro espíritu
humano, contaminados por las palabras mentirosas de Lucifer, han de ser
el fruto de nuestros cuerpos y de nuestros espíritus humanos y
pecadores, igualmente, para con Dios y para su Ley Viviente, en la
tierra y en el más allá, también, como en el bajo mundo de las almas
perdidas.

De las almas perdidas, de las cuales "jamás nacieron de nuevo" del
poder sobrenatural del Espíritu Santo, al creer en sus corazones y al
confesar con sus labios, de que "el Señor Jesucristo es su Hijo
amado". Ellos permanecen en la condena eterna de las palabras
mentirosas y de muerte de Lucifer, que llego a Eva primero y luego a
Adán, por boca de la serpiente antigua, para "separarlos del fruto
de vida eterna", el Señor Jesucristo, en el paraíso y en la tierra,
de nuestros días, también, para mal de muchos, para siempre.

Porque todo hombre, mujer, niño y niña, comenzando con Adán, por
ejemplo, tiene que creer en su corazón y confesar con sus labios, de
que Jesucristo es su Hijo, para gloria y para honra de nuestro Dios y
Padre Celestial, en la tierra y en el reino de los cielos, hoy en día
y por siempre, en el más allá.

Entonces hoy mismo, antes que se haga más tarde para ustedes,
"invoquen el nombre del Señor Jesucristo" en sus corazones,
pronunciando su nombre santo con sus labios, para que sus cuerpos y sus
espíritus humanos ya no sean arropados por el espíritu de error de
Lucifer, sino por el Espíritu de Dios y de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo.

LA GRACIA HA DESENDIDO DE DIOS PARA ENSEÑARNOS A VIVIR COMO ÉL

Porque la gracia salvadora de nuestro Dios se ha manifestado a todos
los hombres, mujeres, niños y niñas de la tierra, enseñándonos a
vivir de manera prudente, justa y piadosa en nuestros tiempos,
renunciando así a la impiedad y a las pasiones mundanas, que proceden
del fruto del árbol de la ciencia, del bien y del mal, en nuestros
cuerpos.

Por cuanto, la verdad es que los frutos del fruto prohibido que Eva y
luego Adán mordió para ingerir, aun están en nuestros cuerpos y en
nuestra sangre, también, para llevarnos al infierno. Porque ése es el
poder primordial del pecado, de llevarnos día y noche a la orilla de
la muerte y del abismo del infierno, para tirarnos al fuego eterno.

Haciéndonos realmente tanto daño como el que se le hizo a nuestros
progenitores, en el paraíso, en el día que cayeron de la gracia de
nuestro Dios y Padre Celestial, al no comer de los frutos de vida
eterna, de su Árbol Santo, por ejemplo, el Señor Jesucristo, para
perdición eterna de nuestras almas en éste pecado mortal e infinito.

Es por eso, que nuestro corazón y nuestro espíritu humano han nacido
en la tierra, en el día que nacimos del vientre de nuestra madre, para
seguir obedeciendo y haciendo las maldades mundanas del fruto
prohibido. Y estas son maldades tras maldades que van día y noche en
contra de Dios y de su Árbol de vida eterna, el Señor Jesucristo, en
la tierra y en el paraíso, para afectar toda vida, en el hombre y en
Dios, también, en el más allá.

Porque estos son pecados, de los cuales comenzaron en Adán, para
separación de nuestro Árbol de vida y condenación infinita, de
nuestras almas en las llamas del infierno y del lago de fuego, para
nuestra segunda muerte final, de nuestros corazones, de nuestras
sangres y de nuestras almas contaminadas y perdidas, en el poder de la
gran mentira de Lucifer.

Por esta razón, es que nuestros corazones siempre están pensando en
el mal del pecado para hacerse daño a sí mismos y a los demás,
también, en todos los lugares de la tierra y en cada momento del día,
hasta entrar en las llamas del infierno, candente y eternamente
tormentoso, para jamás volver a tener la oportunidad de ver la vida.

En verdad, estos son los poderes sobrenaturales del fruto prohibido del
árbol de la ciencia, del bien y del mal, que actúan día y noche en
cada uno de nuestros corazones y de nuestros espíritus humanos, para
desfigurar y destruir, también, a la misma vez, nuestra alma viviente,
en la tierra y en el más allá, en el infierno eterno.

Es por eso, que el hombre se hace imágenes de talla, usa el nombre de
Dios en vano, roba, miente, mata y se hace dueño de lo ajeno,
rompiendo así día y noche la palabra de la Ley de Dios y de Moisés,
en nuestros corazones y en nuestras vidas humanas, en la tierra y en el
más allá, también.

Puesto que, la Ley de Dios aun se sigue deshonrando en el más allá,
cuando caen los impíos / paganos, burladores eternos de la voluntad
perfecta de Dios y de su Árbol de vida eterna, entre las llamas
eternas del fuego del infierno y del lago de fuego, también, por
ejemplo.

Porque toda alma que pecare en contra de la Ley de Dios ha de morir
irremediablemente en su pecado y en su culpa eterna, si es que no se
arrepiente de su mal proceder hacia la palabra de Dios y de su mal
camino por la tierra, a tiempo, en contra del nombre bendito de su
Hijo, ¡el Señor Jesucristo!

Dado que, cada uno de los deseos del corazón y del espíritu humano de
la carne del hombre, de la mujer, del niño y de la niña, si es que
Jesucristo no está en su corazón, entonces está en contra de su Dios
y de la vida perfecta y sumamente honrada del Cristo de Israel y de la
humanidad entera.

Y esto es muerte eterna para todo aquel que peque en contra de su
palabra, de su Ley, de la vida de la sangre gloriosa y sumamente
bendita por Dios y por su Espíritu Santo, su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, en su corazón y en su alma viviente, también, para muerte
eterna, entre las llamas candente del infierno eterno.

Ya que, escrito está, de que todo aquel que "pisoteare la vida"
del Señor Jesucristo, entonces ya no tiene remedio, ni perdón para
alcanzar su bendición y la salvación de su alma viviente, en esta
vida, ni en la venidera, tampoco, como en el más allá, en el
infierno, ni en su segunda muerte, en el lago de fuego, por ejemplo.

Aquel blasfemo, como la escritura lo llama, sólo le espera su condena
eterna, entre las llamas de la ira de Dios y de su Espíritu Santo, las
cuales arden cada vez con mayor fuerza y violencia, para recibir aquel
impío, pagano, ateo, corrupto, adultero, mentiroso, dueño de la ajeno
y burlador eterno del nombre y de la Ley de Dios.

Pero para los que "aman los deseos santos y sumamente gloriosos"
del fruto de vida eterna, del nombre del Señor Jesucristo y de su
espíritu de gloria, viviendo en sus corazones y en sus almas eternas,
las cosas son diferentes para cada uno de ellos, su final en la tierra
es de gloria infinita, en el reino de los cielos.

Porque si glorificaron a su Dios y salvador de sus almas eternas, el
Señor Jesucristo, en sus corazones, entonces también lo han de hacer
así en el paraíso o en el nuevo reino de los cielos, por ejemplo,
para gloria y para honra infinita del nombre de Dios y de sus huestes
de ángeles gloriosos del más allá.

Dado que, todo aquel que desee entrar en la vida del reino de Dios, ha
caminar por calles de oro, para entrar en su mansión celestial, en
donde ha de vivir por siempre, glorificando y honrando día y noche: el
nombre glorioso y sumamente santo de nuestro Padre Celestial, entonces
tiene que amar a Cristo, en su corazón, desde ya.

EN CRISTO SOMOS PARTICIPANTES EN PLENO DE LA NATURALEZA DIVINA, PARA
ESCAPAR TODA CORRUPCIÓN DE LA CARNE

Desde que, nuestro Dios nos ha dado una nueva vida infinita, en la
misma vida de su Hijo amado y no de ángeles poderosos y eternamente
gloriosos de su reino celestial, para que vivamos eternamente y por
siempre delante de Él, en la tierra y en el cielo, también. Porque
simplemente no hay otra vida mayor que la de Dios mismo para cada uno
de nosotros, en el cielo, ni menos en la tierra, de nuestros días, por
ejemplo, que Dios nos pueda regalar.

Por esta razón, mediante esta nueva vida infinita nos han sido dadas
preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas sean hechos
participantes de la naturaleza divina, santa, pura y eternamente
perfecta, después de nosotros mismo haber huido de la corrupción que
reina en nuestros corazones y en el mundo entero, debido a las bajas
pasiones del poder del pecado.

Porque las pasiones del pecado en nuestros corazones y en nuestra
sangre humana han sido las mismas de siempre, que comenzaron a
manifestarse en la vida de Adán y de Eva, en el día que comieron del
árbol de la ciencia del bien y del mal. En verdad, estas son las
pasiones del cuerpo perdido en las profundas tinieblas de Lucifer, que
se manifiestan en el pecador y en la pecadora para pecar más y más
ante Dios y su Árbol de vida eterna, Jesucristo.

Y estas pasiones del pecado, en nuestros cuerpos humanos, son las que
nos "separa de Dios" y de su Árbol de vida eterna, el Señor
Jesucristo, día a día hasta finalmente destruir nuestras vidas
totalmente, no sólo en la tierra, sino también entre las llamas
eternas de la ira de Dios, en el infierno candente y eternamente
violento.

Además, estas pasiones terribles del fruto prohibido que Adán comió,
se manifiestan en nuestros corazones y en nuestros cuerpos humanos,
día y noche, desde el primer instante que el pecado entro en Adán,
cuando sentimos deseo de pecar en contra de Dios, de su Espíritu, de
su Hijo y de nuestro prójimo, también, en toda la tierra.

Por ejemplo, también, cuando sentimos deseo de mentir, de engañar, de
adorar dioses ajenos a la Ley de Dios y de Moisés, de usar el nombre
de Dios en vano, de maldecir, de matar, de adultera y de querer hacerse
dueño de lo ajeno, entre otros frutos terribles, del fruto prohibido
del árbol de la ciencia, del bien y del mal.

Porque cada uno de estos males, y aun peores, se manifiesta siempre en
la vida del pecador y de la pecadora, por ejemplo, que no ha conocido,
ni ha vuelto a nacer de nuevo del Espíritu Santo, su Árbol de vida
eterna, el Señor Jesucristo, en el corazón de cada ángel del cielo y
de cada hombre de la tierra.

Por eso, es muy bueno que todo hombre, mujer, niño y niña, reciba ya
en su corazón el nombre de Jesucristo, para que los frutos agradables
de vida y de gloria eterna de nuestro Padre Celestial asciendan hacia
Él y hacia su trono santo, para que entonces nos bendiga y no nos
maldiga, ni nos condene su Ley Santa, tampoco.

Porque esta es la única manera, por la cual el corazón del hombre ha
de poder cumplir con la justicia y la voluntad perfecta de nuestro
Dios, en su Árbol de vida eterna, el Señor Jesucristo, en cada uno de
nuestros corazones, en todas las familias, razas, pueblos, linajes,
tribus y reinos de la humanidad entera, en toda la tierra.

Y sólo así entonces hemos de poder ser hallados justos para entrar,
desde hoy mismo, en la vida santa y sumamente honrada de su Árbol de
vida, en el paraíso o en el nuevo reino de los cielos, como la gran
ciudad celestial del gran rey Mesías: La Nueva Jerusalén Celestial de
Dios y de su nueva vida infinita.

En estas tierras con nuevos cielos, libres del mal de la mentira de
Lucifer y de Adán, entonces hemos de conocer día a día sólo los
frutos, de la carne y del espíritu de vida de nuestro salvador, el
Señor Jesucristo, nuestro único posible Árbol de vida y de salud
eterna, para cada uno de nosotros, en toda la tierra.

En otras palabras, en éste nuevo reino celestial para la humanidad
entera, sin que falte ningún hombre, mujer, niño y niña, de todas
las familias del mundo, de los que hayan recibido en sus corazones a
Jesucristo, "sólo vivirá el gozo y la felicidad" en su corazón,
por haber llegado a conocer el nombre de Dios y de su Jesucristo.

Porque el corazón del hombre fue puesto en su pecho por Dios, igual al
de Él y de su Jesucristo, para que viva su vida en el paraíso o en el
nuevo reino de los cielos, más no en la tierra. Y no en la tierra,
jamás, porque es en donde las profundas tinieblas de la palabra de
mentira y de gran maldad de Lucifer viven, día a día y por siempre,
hasta el fin del mundo.

O hasta el día que, por ejemplo, el Señor Jesucristo vuelva a tomar
total control de toda la tierra, con su palabra y con su justicia
infinita, de su sangre y de su nombre glorioso y eternamente
sobrenatural, también. En verdad, nuestro Dios nos ha dado mucho de su
amor infinito, y sin medida alguna, desde mucho antes que el cielo y la
tierra fuesen formados, para que no exista mentira, ni menos maldad en
nuestras vidas, en la tierra ni menos en el reino de los cielos, por
ejemplo.

Además, éste amor sobrenatural y sobreabundante, nos lo ha
manifestado el Señor Jesucristo, no sólo al vivir su vida santa y
sumamente honrada ante la Ley de Dios y de Moisés, sino que mucho más
que esto. Porque el Señor Jesucristo fue siempre santo más aun hasta
que fue enjuiciado injustamente por sus enemigos, y dejo correr su
sangre santa sobre el madero, el cual esperaba por Él, desde mucho
antes de la fundación del mundo, para ponerle fin, con su propio amor
infinito, a nuestros pecados y a nuestra muerte eterna.

Y es precisamente éste mismo amor sobrenatural e infinito, el cual nos
ha de llevar día y noche hasta el seno y el corazón sagrado de
nuestro Padre Celestial, que está en los cielos, si tan sólo creemos
de todo corazón para confesar finalmente su nombre sagrado con
nuestros labios, para viva y para felicidad eterna, también, de
nuestras almas.

Para que con esta confesión de fe, de que el Señor Jesucristo es su
Hijo, entonces seamos ungidos por el Espíritu de vida eterna y lleno
de cada uno de sus dones sobrenaturales, de milagros, de maravillas y
de prodigios del cielo y de la tierra, para sanarnos de muchos males y
del mal eterno de la muerte en el infierno.

Y nuestro Dios ya ha hecho cada una de estas grandes misericordias,
para amarnos por siempre, en Jesucristo. Con el fin eterno de edificar
nuestras vidas más y más hasta que sea igual a la vida gloriosa y
sumamente honrada de nuestro rey Mesías, el Señor Jesucristo, el
único salvador posible de Israel y de la humanidad entera, hoy en día
y por siempre, para entrar desde ya, a la vida eterna de su reino
infinito.

Ya que, tenemos que entrar de nuevo a la vida eterna del paraíso y del
nuevo reino de los cielos, santos y salvos, no con el pecado de Adán
viviendo en nuestros corazones, sino con la gracia redentora, de la
sangre sobrenatural de nuestro único y gran salvador de nuestras vidas
y de nuestras almas eternas, ¡el Señor Jesucristo!

A DIOS LE DOLIÓ HABER CREADO AL HOMBRE POR CULAPA DE SU CARNE CORRUPTA

Es por eso, que cuando nuestro Dios vio que la maldad del hombre era
mucha en la tierra, y que toda tendencia de los pensamientos de su
corazón, era entonces de continuo sólo al hacia el mal. Pues nuestro
Dios lamentó haber hecho al hombre en la tierra, y le dolió en su
corazón, porque veía que no había amor en ninguno de ellos.

Cuando la verdad era que Él mismo, y no otro, los había formado uno a
uno con sus manos santas, para ser amado sólo por ellos, en sus
corazones eternos, para gloria y para honra de su nombre bendito, en la
tierra y en el cielo, también. Porque para Dios no hay mayor amor en
el cielo, que tan solo ver a su Hijo amado, creciendo cada vez más y
más en el espíritu de vida y del amor infinito, en el corazón del
hombre y de la mujer de toda la tierra, por siempre, en el infinito.

Pero al ver Dios, que el hombre sólo pensaba en el mal de su corazón
y de su hermano o de su hermana, entonces se dio cuenta de que esto no
podía seguir así en la tierra, para que luego entren en la vida
eterna del más allá, del paraíso o del nuevo reino de los cielos,
por ejemplo.

Y entonces Dios decidió destruir a toda la vida de la tierra, con
aguas del mar y del abismo. Porque de todos los hombres de la tierra de
aquellos días, sólo Noé era fiel ante su Dios y ante su nombre
salvador, en toda la tierra. Él había engendrado a tres hijos: Sem,
Cam y Jafet, quienes también le servían al Señor, en el poder
sobrenatural de su nombre santo, el de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo.

Ellos no se habían corrompido tras los pecadores y las pecadoras de
aquellos días, en el mundo antiguo; ellos eran fieles a Dios con sus
esposas y con sus hijos, también. Entonces Dios se agrada de ellos en
gran manera en su corazón santo, para redimirlos y no destruirlos
junto con los demás pecadores, del mundo antiguo.

Por eso, Dios le dijo a Noé hazte un arca de quinientos codos de
largo, de cincuenta codos de ancho y de treinta codos de alto. Solo
tendrá una puerta en sus lados, y dentro del arca habrá dos pisos,
uno bajo y otro alto. En estos pisos han de entrar todos los que deseen
ser redimidos del mal, que envié sobre la tierra, en los postreros
días.

Todos los que entren en el arca se salvaran, del gran diluvio del cielo
y de la tierra. Estas aguas alzaran el arca con todos los tuyos y los
que hayan entrado en ella contigo, como gentes y animales de todas sus
especies, machos y hembras, dos de cada especie de ellos, según su
genero serán redimidos.

Redimidos y escogidos por Dios mismo, para que sobrevivan el mal que
viene sobre la tierra, y puedan volver a llenar la tierra, como antes,
pero sin el pecado y sin su violencia mortal, que se ve en todos los
hombres pecadores y en todas las mujeres pecadoras de tu era, Noé.
Pues así lo hizo Noé.

Noé obedeció a su Dios, y con él se salvaron todos los de su familia
y dos de todas las especies de los animales de la tierra, machos y
hembras, Dios los redimió de morir en este gran castigo sobre toda la
tierra, en aquellos días. Así Dios puso fin al pecado del deseo de la
carne, de todo los infieles al nombre santo de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo.

Porque todos, en aquellos días, que habían oído de la llegada del
gran rey Mesías a toda la tierra, para redimirla de su mal eterno, se
salvaron de su muerte segura, en el arca de Noé. Ellos obedecieron a
la voz de Dios, para redimir sus vidas de tan gran mal. Pero más
fueron los animales que oyeron la voz de Dios, y se salvaron entrando
en el arca de Noé, antes que el diluvio comenzase.

Es decir, que sólo los que fueron encontrados por Dios, de ser dignos
de invocar y de creer de todo corazón en su nombre salvador, entonces
entraron en el arca de Noé, junto con los animales de toda la tierra,
pues, se salvaron antes que el gran diluvio sumergiese a la tierra en
su castigo y en su muerte.

Así Dios le tuvo que poner "fin" al pecado de los deseos de la
carne y del corazón malvado de todo hombre, mujer, niño y niñas,
infieles al nombre santo y salvador de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo. En el mundo antiguo, más fueron fieles a Dios y a su
nombre salvador, el Señor Jesucristo, los animales de la tierra, que
el hombre pecador y la mujer pecadora.

Y después de haber destruido a todo avaro, maligno, pagano, adultero,
mentiroso, idolatra, criminal, ladrón, hipócrita, cobarde, infiel,
personas afectas a su mismo sexo y a los animales también, entonces
Dios le volvió a dar vida a la tierra, pero sin ninguno de los
pecadores mencionados antes, para que la tierra fuese libre del mal
ante su presencia, en el reino de los cielos.

Además, sólo así Dios podía ser feliz en el cielo ante la presencia
de la humanidad entera, en su trono santo y ante su altar glorioso, en
el reino de los cielos. Por lo tanto, Dios destruye a toda la tierra
con un gran diluvio, por amor a la humanidad entera y no tanto por su
ira al pecado.

Para que entonces el pecado de todo pecador y de toda pecadora "no se
expanda" en toda la vida del resto de la humanidad, para las
generaciones venideras. Porque si Dios no hubiese actuado con amor
infinito, en aquellos días de Noé, para ponerle fin al pecado y a sus
muchas maldades en toda la tierra, entonces no existiera la humanidad
entera, hoy en día.

Ni menos el Señor Jesucristo hubiese descendido a la tierra para
redimirla con su sangre santa, dejándola correr sobre el madero y
sobre la cima de la roca eterna, en las afueras de Jerusalén, en
Israel, para ponerle fin al pecado y a la muerte eterna, del alma
perdida del hombre de toda la tierra.

Es más, ya no existiera vida en toda la tierra, sino sólo total
desolación por doquier, para siempre. Y Dios no deseaba éste terrible
mal para la tierra y para su humanidad infinita, sino todo lo
contrario. Dios deseaba tornar a la tierra, a pesar de sus profundas
tinieblas de las palabras de gran mentira y de maldad eterna de
Lucifer, en un nuevo paraíso eterno, para su Árbol de vida y sus
frutos benditos de cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
entera.

Y hoy en día vivimos, gracias al amor y a la misericordia infinita de
nuestro Dios, al ponerle fin al pecado y a los deseos de la carne y del
corazón infiel de los antiguos, de los días de Noé, por ejemplo.
Porque ellos fueron verdaderamente malos para con su Árbol de vida
eterna, el Señor Jesucristo. Y esto Dios no lo pudo sufrir tanto en su
corazón sagrado, que tuvo que ponerle fin inmediatamente a sus deseos
perdidos de sus carnes corruptas.

Porque cada uno de ellos llevaba a la vida de la tierra hacia su
destrucción prematura entre las llamas eternas del fuego eterno, sin
que Jesucristo aun no haya descendido del cielo, aunque conocían de
él, para ponerle fin al pecado con su sangre bendita de su
"holocausto supremo", en las afueras de Jerusalén, en Israel, para
la humanidad entera.

Es decir, de que si Dios no actúa así, a tiempo, en aquellos días,
con su gran diluvio, para destruir a toda la vida corrupta del mundo
antiguo, entonces el Señor Jesucristo no hubiese descendido del cielo
para entregarnos tan gran salvación, de nuestros corazones y de
nuestras almas, en toda la tierra, de hoy en día y de siempre.

Por esta razón, le damos gracias a nuestro Padre Celestial por haberle
puesto fin a los deseos malvados de la carne y de los corazones
perdidos e infieles de los antiguos ante su verdad y ante su justicia
infinita de su Hijo amado, el Señor Jesucristo. Y sólo así entonces
podamos tener una gran esperanza, de un nuevo amanecer eterno, en
nuestros corazones con Jesucristo para el nuevo mundo infinito de Dios
y de su Espíritu Santo, en la nueva inmensidad venidera del más
allá, por ejemplo.

Para que en un día como hoy, por ejemplo, mi estimado hermano y mi
estimada hermana, entonces recibas cada una de tus muchas bendiciones y
con ellas tu gran salvación infinita, a la misma vez, en tu corazón y
en tu alma viviente, en esta vida y en la venidera del nuevo reino de
los cielos, en el más allá.

NO REINE EL PECADO EN SUS CORAZONES PARA QUE SUS CUERPOS NO OBEDEZCAN A
SUS DESEOS CARNALES

Por eso, no reine, pues, la inmoralidad en sus cuerpos mortales, de
modo que obedezcan a sus malos deseos, como lo hicieron corrompidamente
los antiguos en los días de Noé, para provocar a nuestro Dios, ha
derramar de su juicio y de su ira infinita sobre toda la tierra, para
destruir a todo pecador y a toda pecadora, para siempre.

Y sólo Noé con su familia vivió, en aquellos días de juicio final
sobre toda la tierra, porque el Señor Jesucristo tenía que descender
del cielo a terminar su gran obra sobre el madero. Ésta era una obra
sobrenatural que tenia que llevarse acabo sobre su roca eterna, en las
afueras de su ciudad escogida, para que quede sellada en el corazón
del hombre de toda la tierra, como testimonio eterno de su amor hacia
cada uno de ellos, comenzando con Adán.

Es decir, su única obra infinita, de bendición y de gran salvación,
en las afueras de Jerusalén, y en cada hombre, mujer, niño y niña,
de la humanidad entera, para que el pecado ya no reine, sino sólo la
verdad y la justicia infinita de la vida de Dios y de su gran rey
Mesías, su Árbol de vida eterna.

Por cuanto, Dios había determinado mucho antes de la fundación del
reino de los cielos y de toda la tierra, de que la tierra tenía que
ser redimida por Él y por la sangre bendita de su Árbol de vida
eterna, para gloria de su nombre santo. Con el fin de volverle a dar
vida y vida en abundancia a toda ella y a su inmensa humanidad eterna,
también, libre de todo mal del pecado y de las profundas tinieblas de
la muerte, de Lucifer y de sus ángeles caídos, por ejemplo.

Ya que, toda la tierra ha sido creada por Dios, sólo para su nuevo
reino de los cielos. Es decir, que la tierra ha de ser como el
paraíso, por ejemplo, para que Adán y sus descendientes suban al
cielo y bajen a la tierra, libremente, para servirle a su Dios y a su
Árbol de vida eterna, por los siglos de los siglos.

Entonces el Árbol de vida del reino de los cielos y del paraíso ya
está establecido en su lugar eterno, en las afueras de Jerusalén y
sobre su roca eterna, la cual está en el cielo, en estos momentos.
Pero el lugar de gloria eterna para que Dios reine sobre todas las
naciones de la tierra, por ejemplo, ha de ser desde su ciudad eterna,
Jerusalén, en Israel y sobre el trono de David, también.

En la medida en que, la promesa que Dios le hizo a David, fue que su
mismo Hijo, y no otro, iba a sentarse sobre su trono para siempre, para
reinar sobre cada una de las naciones de toda la tierra. Y esta palabra
se está cumpliendo poco a poco. Porque primero tenia que tener la
tierra en su epicentro, en la tierra prometida, su Árbol de vida. Y
esto ya ha sido hecho una realidad eterna por nuestro Dios y por su
Hijo amado, el Señor Jesucristo.

Para que muy pronto, el gran rey David vuelva a Jerusalén, Israel;
pero esta vez, va a ser para sentarse sobre el trono de su padre David
y desde aquel momento reinara a toda la tierra, para gloria y para
honra infinita de nuestro Dios y Padre Celestial que está en los
cielos. Porque ésta gloria infinita y celestial que viene a la tierra,
especialmente en Israel, es de Dios, y no del hombre, para la eternidad
venidera.

Por eso, Dios no desea que el pecado siga manchando sus vidas, como
mancho la de Adán en el paraíso y de muchos, en el pasado y hoy en
día, también, en toda l tierra, por ejemplo, sino que Dios desea ver
vida: sólo vida, como la del cielo, libre de los males del pecado y de
la muerte, por ejemplo.

Es decir, la vida preciosa del reino de los cielos y del paraíso,
también, que sólo el espíritu de vida del Señor Jesucristo ha
traído a la vida del hombre, para que la reciba, creyendo tan sólo en
su corazón y confesando con sus labios su nombre salvador, de vida y
de salud infinita, para la humanidad entera.

Porque sólo en la invocación del hombre del Señor Jesucristo es que
se abre el corazón de Dios y las ventanas de los cielos, para que cada
una de las bendiciones de milagros, de maravillas, de sanidades, de
salud y de salvación eterna desciendan a la vida de cada hombre,
mujer, niño y niña de la humanidad entera.

Con el fin de redimirla de todos los males, del pecado y de su muerte
del mundo perdido, de Lucifer y de sus ángeles caídos, por ejemplo,
en la tierra y en el más allá, también, como en el fuego eterno del
infierno y del lago de fuego, la segunda muerte final de Lucifer y del
alma pecadora del hombre.

MANTÉNGANSE LEJOS DE LOS DESEOS DE LA CARNE, PORQUE CAMBATEN CONTRA EL
ESPÍRITU DE LA LEY Y DEL NOMBRE DE JESÚS

Por esta razón, mis estimados hermanos y mis estimadas hermanas, yo,
les exhorto como peregrinos y expatriados de sus tierras, a que se
absténganse / renuncien de las pasiones carnales que combaten contra
sus almas para contaminarlas con el pecado y destruirlos, perdidos
entre las profundas tinieblas de la tierra y del más allá, también,
en el fuego del infierno.

Ya que, el enemigo de nuestras almas ha descendido con gran ira en su
corazón perdido para atacar y atacar siempre, a cada uno de todos los
hombres, mujeres, niños y niñas de la tierra, para que jamás
conozcan en sus corazones: la luz y las verdaderas pasiones del
Espíritu Santo y de la carne sagrada del Hijo amado de Dios.

Porque Lucifer sólo quiere tener tinieblas tras tinieblas, en la
tierra y en el mundo bajo de los muertos, en el más allá. Es por eso,
que la luz del espíritu de la palabra y del nombre de Dios le
atormentan día y noche, en la tierra y en el más allá, y no lo deja
vivir en paz, (cualquiera que sea esa paz, sin Jesucristo, como su
Árbol de vida y de paz eterna para su espíritu perdido, por ejemplo).


Además, la única manera que su corazón perdido en las tinieblas, de
su primer pecado de rebelión, en contra del nombre del Señor
Jesucristo y de su Ley, ha de ser feliz si la luz del Árbol de la vida
dejase de existir, no sólo en la tierra, sino también en el paraíso
y en el reino de los cielos.

Y para lograr esta gran obra diabólica de su corazón perdido, en la
oscuridad de su mentira y de su gran maldad, entonces Lucifer tiene que
atacar y atacar siempre a los ángeles del cielo y a todos los
potenciales hijos e hijas del nombre sagrado de su Hijo amado, el
Señor Jesucristo, en todos los lugares de la tierra.

Es por eso, que muchas veces han llegado ataques terribles a tu vida,
mi estimado hermano y mi estimada hermana, desde las profundas
oscuridades del corazón perdido de Lucifer y del más allá, también,
como desde el mundo bajo de los muertos, perdidos en sus profundas
tinieblas, sin la luz del Señor Jesucristo en sus almas eternas.

Porque no es posible que el corazón del hombre pecador, lleno de los
deseos de su carne, del fruto prohibido, regrese al paraíso, para
seguir pecando y comiendo del árbol de la ciencia del bien y del mal,
sino todo lo contrario. Dios desea ver que su Árbol de vida eterna, el
Señor Jesucristo, sea eternamente honrado por siempre, la vida del
hombre, de la mujer, del niño y de la niña del paraíso y de toda la
tierra, también.

Es decir, que Dios desea que el corazón del hombre regrese a su vida
celestial, de sus primeros pasos, en el paraíso, "siempre
comiendo" de su fruto de vida eterna, su Jesucristo, para que siga
comiendo de Él, en su nuevo reino celestial, es decir, en su ciudad
santa y eterna, La Nueva Jerusalén, de su Árbol de vida eterna.

Por esta razón, todos los deseos malos del corazón pecador y de los
deseos de la carne del fruto prohibido, del árbol de la ciencia del
bien y del mal, tienen que terminar aquí, en la tierra de nuestros
días, por ejemplo, y no en el más allá, en el paraíso o en el nuevo
reino de los cielos.

Porque en el reino de los cielos, sólo los deseos del fruto de vida,
los cuales "emanan del corazón del hombre de fe", del nombre
sagrado del Señor Jesucristo, han de seguir viviendo sus nuevas vidas
infinitas, en el más allá. Y esto ha de ser por siempre, delante de
Dios y de su Árbol de vida eterna, el Señor Jesucristo, hoy en día,
como en los días de la antigüedad, en la nueva eternidad venidera, de
su nuevo reino celestial, por ejemplo, de su humanidad y de sus
ángeles infinitos, también.

Porque sólo la vida preciosa y sumamente gloriosa de su Hijo amado ha
de reinar por siempre, en el corazón de la vida, de cada ángel del
cielo y de cada hombre, mujer, niño y niña, redimido por los poderes
sobrenaturales de la sangre y de la carne mesiánica del Cordero
Escogido Dios, su Hijo amado, el Cristo.

Por cuanto, ha sido sólo Jesucristo, quien dio su vida santa y los
deseos sagrados de su carne sublime, por la salvación perfecta de la
humanidad entera, sobre la cima de la roca eterna, en las afueras de
Jerusalén, en Israel, para ponerle fin al pecado, y levantarse de su
muerte a la eternidad, a una nueva vida, libre del mal.

Para que en un día como hoy, por ejemplo, haya vida en abundancia para
todo aquel, como tú, mi estimado hermano y mi estimada hermana, que se
acerque con fe, en su corazón, de su nombre santo, ante Él y ante sus
huestes de ángeles gloriosos del más allá, del nuevo reino de los
cielos, para vivir la vida, desde ya.

Y sólo así entonces su alma pueda ver la vida eterna de su nuevo
mundo celestial, en el más allá, sólo por medio de la sangre y de
los deseos perfectos y de la carne gloriosa y sumamente sagrada del
Señor Jesucristo, el único posible y verdadero gran rey Mesías para
Israel y para las naciones de la tierra.

Por lo tanto, sólo al Señor Jesucristo sea de nuestro corazón y de
nuestra alma viviente: toda la gloria y la honra para nuestro Padre
Celestial que está sentado en su trono de gozo eterno, en el nuevo
reino de los cielos, como la nueva ciudad celestial prometida a los
antiguos, La Nueva Jerusalén Perfecta.

En donde, sólo los deseos del corazón y de la carne del Árbol de
vida han de vivir y, a la vez, han de ser una realidad, en cada hombre,
mujer, niño y niña, de todas las familias, razas, pueblos, linajes,
tribus y reinos del mundo entero, que amen a Dios, sólo por medio de
su Hijo, ¡el Señor Jesucristo!

ES MUY BUENO DESECHAR LOS DESEOS DE LA CARNE PECADORA

En vista de que, todos los deseos de la carne provienen del fruto del
árbol, de la ciencia del bien y del mal, del presente mundo, y no de
nuestro Dios que está en los cielos. Y el mundo está pasando con los
deseos desordenados, de la carne del hombre rebelde a Jesucristo, pero
el que hace la voluntad de Dios permanecerá para vida eterna, en el
paraíso y en el nuevo reino de los cielos.

Y ésta es la voluntad de Dios que crean todos en el nombre de su Hijo
amado, el Señor Jesucristo, para bendición, para perdón de pecados y
para vida y salud eterna, en la tierra y en el nuevo reino de los
cielos, hoy en día y por siempre, en la eternidad venidera, de su
humanidad infinita redimida por amor.

Por cuanto, sólo en el corazón y en la carne de su Hijo amado están
los deseos que agradaran por siempre a nuestro Dios y Padre Celestial,
en la tierra y en el paraíso, para miles de siglos venideros, en el
más allá. Es por eso, que sólo los que hacen la voluntad del
corazón y de la carne de su Árbol de vida eterna, han de permanecer
para siempre y jamás han de morir, en esta vida, ni en la venidera, en
el nuevo más allá de su reino de los cielos y de su Espíritu Santo,
por ejemplo.

Ya que, los engaños del corazón puesto en las riquezas del mundo y
las codicias de la carne entre otras cosas, que no son de Dios, pues,
ahogan la palabra de vida, y así queda sin fruto alguno en el corazón
del pecador, sino sólo los frutos prohibidos del árbol de la ciencia
del bien y del mal, prevalecen siempre.

Es decir, que los deseos perdidos del fruto prohibido que Adán comió
en el día de su rebelión, en el paraíso, entonces se manifiestan en
la sangre del pecador constantemente, para mal eterno de su vida y de
los demás, también, en la tierra y en el más allá, como en el mundo
bajo de los muertos, en el infierno.

Porque cada pecador y cada pecadora son seducidos y arrastrados día y
noche hacia la orilla del abismo, del mundo de los muertos, para que
caigan perdidos eternamente y para siempre, entre las llamas eternas de
la ira de Dios, en el infierno, por ejemplo, como le sucedió a Lucifer
y a cada uno de sus seguidores, en la antigüedad.

Por cuanto, son las tinieblas engañadoras de la palabra de mentira de
Lucifer, en la sangre de Adán y de cada uno de sus descendientes, como
tú y yo, hoy en día, mi estimado hermano y mi estimada hermana, que
nos llevan ciegos hacia el pecado y a la orilla del abismo, para caer
por fin perdidos en el castigo eterno.

Es por eso, que es muy bueno cada hombre, mujer, niño y niña, de la
humanidad entera, crea en su corazón e invoque con sus labios: el
nombre redentor del Señor Jesucristo, para que su corazón, su
espíritu humano y su alma viviente junto con su cuerpo sean protegidos
de todo mal eterno, en la tierra y en el más allá.

Y, a la vez, arrópense con el espíritu de la palabra y del verbo
hecho carne, para manifestar siempre los deseos perfectos, de los que
siempre agraden al Espíritu Santo, de nuestro Padre Celestial, en la
tierra y en el paraíso, también. Y esto ha de ser verdad en cada
viuda nueva e infinita de cada creyente por siempre, en la tierra y en
la eternidad venidera, del nuevo reino de los cielos, como la nueva
ciudad celestial y eterna, La Nueva Jerusalén Gloriosa y Brillante por
el rostro del SEÑOR.

Es decir, también, de que si viven arropados y llenos del nombre y del
espíritu de la sangre, de vida eterna del Señor Jesucristo, entonces
de ninguna manera los frutos del fruto prohibido del árbol de la
ciencia, del bien y del mal, se han de manifestar en ninguno de
ustedes, en ninguna manera, ni de ninguna forma, jamás.

Como también jamás se han de manifestar en el paraíso o en el nuevo
reino de los cielos, porque el fruto de vida eterna del Árbol de Dios,
el Señor Jesucristo, prevalece en contra de cada uno de los deseos
malvados, de la carne del pecador, en la tierra y en el más allá,
también, hoy en día y por siempre.

Por esta razón, Dios nos ha manifestado de su gracia salvadora, sólo
por medio de la fe, de creer y de confesar con nuestros labios: el
nombre del Señor Jesucristo. Con el propósito de enseñarnos a vivir,
de la misma manera que Él vivió, con los deseos santos de su corazón
y de su carne consagrada, para agradar: "a la verdad y a la justicia
perfecta e infinita de la Ley, en el corazón de cada uno de nosotros,
en la tierra y en el paraíso de regreso, para siempre.

El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su Jesucristo
es contigo.


¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en el
nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman, Señor. Nuestras
almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras almas te rinden gloria y honra
a tu nombre y obra santa y sobrenatural, en la tierra y en el cielo,
también, para siempre, Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado,
el Señor Jesucristo.

LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo a la
verdad de Dios y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo eterno, para
que la omnipotencia de Dios no obre en tu vida de acuerdo, a la
voluntad perfecta del Padre Celestial y de su Espíritu Eterno. Pero
todo esto tiene un fin en tu vida, en ésta misma hora crucial de tu
vida. Has de pensar quizá que el fin de todos los males de los ídolos
termine, cuando llegues al fin de tus días. Pero esto no es verdad.
Los ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán atormentando día
y noche entre las llamas ardientes del fuego del infierno, por haber
desobedecido a la ley viviente de Dios. En verdad, el fin de todos
estos males está aquí contigo, en el día de hoy. Y éste es el
Señor Jesucristo. Cree en Él, en espíritu y en verdad. Usando
siempre tu fe en Él, escaparas los males, enfermedades y los tormentos
eternos de la presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de
espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de los tuyos
también, en la eternidad del reino de Dios. Porque en el reino de Dios
su ley santa es de día en día honrada y exaltada en gran manera, por
todas las huestes de sus santos ángeles. Y tú con los tuyos, mi
estimado hermano, mi estimada hermana, has sido creado para honrar y
exaltar cada letra, cada palabra, cada oración, cada tilde, cada
categoría de bendición terrenal y celestial, cada honor, cada
dignidad, cada señorío, cada majestad, cada poder, cada decoro, y
cada vida humana y celestial con todas de sus muchas y ricas
bendiciones de la tierra, del día de hoy y de la tierra santa del más
allá, también, en el reino santo de Dios y de su Hijo amado, ¡el
Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de Israel y de las naciones!

SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en tu
corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en abundancia, en la
tierra y en el cielo para siempre. Y te ha venido diciendo así, desde
los días de la antigüedad, desde los lugares muy altos y santos del
reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo
que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas
debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas ni les rendirás
culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios celoso que castigo la
maldad de los padres sobre los hijos, sobre la tercera y sobre la
cuarta generación de los que me aborrecen. Pero muestro misericordia
por mil generaciones a los que me aman y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová tu
Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre en
vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el
séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en ese día
obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu
sierva, ni tu animal, ni el forastero que está dentro de tus puertas.
Porque en seis días Jehová hizo los cielos, la tierra y el mar, y
todo lo que hay en ellos, y reposó en el séptimo día. Por eso
Jehová bendijo el día del sábado y lo santificó".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que tus
días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".

NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de tu
prójimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su
buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu prójimo".


Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y déshazte de todos estos
males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno de los tuyos,
también. Hazlo así y sin mas demora alguna, por amor a la Ley santa
de Dios, en la vida de cada uno de los tuyos. Porque ciertamente ellos
desean ser libres de sus ídolos y de sus imágenes de talla, aunque
tú no lo veas así, en ésta hora crucial para tu vida y la vida de
los tuyos, también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres
de todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde los
días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas, en el día
de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos males en sus vidas, sino
que sólo Él desea ver vida y vida en abundancia, en cada nación y en
cada una de sus muchas familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y digamos
juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de la presencia
santa del Padre Celestial, nuestro Dios y salvador de todas nuestras
almas:

ORACIÓN DEL PERDÓN

Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la memoria de
tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo amado. Venga tu reino,
sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra. El
pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas,
como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas
en tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el poder
y la gloria por todos los siglos. Amén.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre Celestial
también os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los hombres,
tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la VERDAD, y
la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO, sino es POR MÍ".
Juan 14:

NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.

¡CONFÍA EN JESÚS HOY!

MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA TI Y LOS
TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de éste MUNDO y
su MUERTE.

Dispónte a dejar el pecado (arrepiéntete):

Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al tercer
día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que entré en tu
vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.

QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ DECIRLE
AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di: Dios mío, soy un
pecador y necesito tu perdón. Creo que Jesucristo ha derramado su
SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi pecado. Estoy dispuesto a dejar mi
pecado. Invito a Cristo a venir a mi corazón y a mi vida, como mi
SALVADOR.

¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No _____?

¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?

Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de una nueva
maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con Dios,
orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate en AGUA y en
El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y sirve con otros
cristianos en un Templo donde Cristo es predicado y la Biblia es la
suprema autoridad. Habla de Cristo a los demás.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros cristianos
que los hermanos Pentecostés o pastores del evangelio de Jesús te
recomienden leer y te ayuden a entender mas de Jesús y su palabra
sagrada, la Biblia. Libros cristianos están disponibles en gran
cantidad en diferentes temas, en tu librería cristiana inmediata a tu
barrio, entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros está a tu disposición, para que te
ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti, para que
te goces en la verdad del Padre Celestial y de su Hijo amado y así
comiences a crecer en Él, desde el día de hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la paz de
Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras oraciones. Porque ésta
es la tierra, desde donde Dios lanzo hacia todos los continentes de la
tierra: todas nuestras bendiciones y salvación eterna de nuestras
almas vivientes. Y nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno:
"Vivan tranquilos los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén". Por causa de mis hermanos
y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti, siempre Jerusalén".
Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en el cielo y en la
tierra: imploraré por tu bien, por siempre.

El libro de salmos 150, en la Santa Biblia, declara el Espíritu de
Dios a toda la humanidad, diciéndole y asegurándole: - Qué todo lo
que respira, alabe el nombre de Jehová de los Ejércitos, ¡el
Todopoderoso! Y esto es, de toda letra, de toda palabra, de todo
instrumento y de todo corazón, con su voz tiene que rendirle el
hombre: gloria y loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las
alturas, como antes y como siempre, por la eternidad.



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L'Araña Prieta
2006-10-02 18:48:26 UTC
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¡Dios! Que pesadín yes. Amigu.

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