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(IVÁN): ENGAÑANDO y LA NATURALEZA CARNAL DEL HOMBRE
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valarezo
2006-10-29 00:27:10 UTC
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Sábado, 28 de octubre, año 2006 de Nuestro Salvador Jesucristo,
Guayaquil, Ecuador - Iberoamérica


(Este Libro fue Escrito por Iván Valarezo)


ENGAÑANDO y LA NATURALEZA CARNAL DEL HOMBRE


Libra mi alma, oh Padre mío, de los labios mentirosos y de la lengua
falsa, que está en el hombre de gran maldad y de gran decepción, para
destruir la vida de Dios y de su Jesucristo en el hombre y en la mujer
de su fe angelical y mesiánica, en toda la tierra de nuestros días.
Porque el enemigo de toda verdad y de toda justicia ha entrado a la
vida del hombre en la tierra, como en su día de gran maldad en el
paraíso, por ejemplo, para destruirla y a cada uno de sus
descendientes, también, en toda la creación celestial y terrenal,
Padre Santo. Y Satanás persigue hacer todo este terrible mal al
corazón del hombre, porque sabe que sus días son cada vez más
cortos, para él descender a su lugar eterno de su muerte final, entre
las llamas eternas del lago de fuego: en donde el gusano jamás cesa de
atacar y de atormentar a todo espíritu perdido y alma perdida,
también.

Por lo tanto, no tiene nada que perder, Lucifer, al intentar atacar a
Dios y a su obra perfecta de sus manos santas, en el paraíso y por
toda la tierra, también, día a día y hasta el final de sus días
(todo lo que sea toda ella, hasta que se encuentre con su propia muerte
eterna, ¡Jesucristo!). Por eso, Satanás desea destruir toda vida del
hombre y de sus descendientes, también, a como de lugar, para que el
corazón de Dios y de su Hijo no sea feliz, en la tierra, ni menos en
la vida nueva del reino de los cielos: de todo ángel y de todo hombre,
mujer, niño y niña, de la humanidad entera.

Y esto es algo que Satanás siempre ha deseado hacer con la lengua, no
tanto de la serpiente del Edén, por ejemplo, sino con la de Adán y la
de sus descendientes, también, en sus millares, en la tierra y en toda
la creación, para por fin lograr su gran maldad en contra de Dios y de
su nombre santo. Y esto es de humillar el nombre del Señor Jesucristo,
mucho más que antes, como cuando fue humillado y crucificado hasta
morir sobre el madero, en la cima de la roca eterna, por ejemplo, en
las afueras de Jerusalén, en Israel.

Pero nosotros no debemos de complacer al pecado de Lucifer, jamás, por
ninguna razón, en nuestros corazones, ni en ningún momento de
nuestras vidas, por más pecadoras que sean (toda ellas) en toda la
tierra. Porque nuestro Dios no se merece tal maldad de parte de
nosotros, en contra de Él, ni de su Espíritu Santo, por ninguna
razón, para siempre. Realmente, nuestro Dios sólo se merece "amor y
verdad", de parte de nuestros corazones eternos, los cuales son la
obra más gloriosa de sus manos santas, en el paraíso y por toda la
tierra, también, a pesar de la presencia terrible del pecado y de su
profundas tinieblas del más allá.

Además, esto es verdad hoy en día, en la tierra y en el más allá,
como en el paraíso y como en todo su nuevo reino celestial, para los
nuevos días largos y venideros de una eternidad totalmente flamante y
llena de la gloria de su Jesucristo, para seguir "bendiciendo e
edificando" cada corazón y cada alma creyente en Él. Es decir,
también, de que esto ha de seguir siendo verdad, no sólo en la tierra
de nuestros días, sino también en el nuevo más allá de su nueva
ciudad celestial: La Gran Jerusalén Santa y Eterna del reino de los
cielos, para engrandecer nuestros corazones y nuestras almas vivientes
mucho más que antes y para siempre, en la eternidad venidera.

Puesto que, en esta gran ciudad celestial e infinita sólo se ha de
hablar día y noche de las glorias y santidades perfectas de su nombre
bendito, de su nombre sobrenatural, viviendo en cada uno de nuestros
corazones, de los que hemos sido redimidos por los poderes
sobrenaturales de la sangre santísima de Jesucristo, para vivir y
reinar con Él, eternamente. Por eso, nuestro Dios lucha día y noche
en contra de los poderes, de las profundas tinieblas del pecado en la
tierra y del más allá, también, para hacer los corazones y los
labios de los hombres, mujeres, niños y niñas de la humanidad entera
libres: libres para que crean en Él y así confiesen con sus labios su
nombre bendito.

Por todo ello, la lucha de la destrucción de los males del pecado y de
la salvación, del alma preciosa del hombre de toda la tierra, es de
Dios y de su Espíritu Santo, para que su nombre bendito entonces sea
eternamente y para siempre glorificado, en el corazón y en la sangre
bendita de su Hijo amado, ¡nuestro Señor Jesucristo! Porque su nombre
ha de seguir siendo honrado y eternamente bendito "en el corazón y
en la vida santísima" de su Árbol de vida, el Señor Jesucristo,
para bien eterno de cada ángel del cielo y de cada hombre, mujer,
niño y niña de toda la tierra, hoy en día y por siempre, en la
eternidad venidera del más allá.

Y esto es algo que todo hombre, mujer, niño y niña, debe de
comprender en lo profundo de su corazón y de su espíritu humano, para
que entonces pueda creer en su Dios y en su salvador eterno día y
noche y aun más allá de la eternidad venidera de su nueva vida
celestial e infinita, en el paraíso. Es decir, para que entonces crea
libremente en Él, en su Espíritu y en su Jesucristo profundamente en
lo más intimo de su alma y en su carne viva (como en su corazón
engañoso, por ejemplo), desde hoy y por siempre, para que su alma
eterna, entonces "cumpla toda verdad y toda justicia" de su Ley
Viviente eternamente y para siempre. Porque esto es lo que Dios desea
ver en nuestros corazones, su Ley cumplida a la perfección sólo de su
Jesucristo y no de ningún farsante o pecador de toda la tierra.

Por esta razón, oh Dios nuestro: Aparta por siempre de mí todo camino
de engaño, y enséñame tu Ley Viviente, en lo intimo de mi corazón,
con los poderes de los dones celestiales de tu Espíritu Santo, para
que mi alma viva, no sólo en la tierra, sino también en tu nuevo
reino santo del más allá. Por eso, he escogido desde siempre: el
camino de la verdad y de la justicia, de la vida gloriosa de tu Árbol
de vida, el Cristo del paraíso y el único posible Santo de Israel y
de la humanidad entera, de hoy y de siempre, en la eternidad venidera,
para bendecir mi vida y de los demás, también, por siempre.

Por esta razón, también, he puesto tus juicios delante de mí, para
agradar a tu corazón santo y, a la vez: ver la vida contigo y con tu
Espíritu Noble y Eternamente Santo, en mi corazón y en toda mi alma
viviente, en la tierra y en el cielo, en tu nuevo lugar eterno, de
gloria y de majestad infinita. Es decir, que todo éste gran bien
eterno ha de ser verdad en mí y en cada uno de los míos, también, en
esta vida terrenal y en la nueva vida venidera, de tu nuevo lugar
eterno, de gran gloria y de gran santidad infinita, en tu nuevo reino
celestial, en el más allá.

Por eso, te he pedido en oración y por siempre te suplicare, de que
apartes de mí: la maldad del camino perverso de los pensamientos
inicuos, de Lucifer y de sus ángeles caídos. Que no sea yo quien
tropiece en éste camino de error y de gran rebelión, sino sólo tus
enemigos, como en los días de la antigüedad, por ejemplo, cuando te
vieron y te oyeron, pero sus corazones se engrosaron y sus ojos se
cegaron con sus tinieblas para no entender nada jamás. Y esto es, de
todos ellos, de los que no te aman, ni jamás desearon invocar tu
nombre bendito con sus labios y desde lo profundo de sus corazones,
para bendecir tu corazón santo y poner una sonrisa en tu rostro
eternamente noble y sumamente honrado, en los cielos, para que los
ángeles se gocen junto contigo y con tu Espíritu Ilustre.

Por eso, te suplicó, oh Dios nuestro, que apartes toda maldad del
corazón engañoso, de Lucifer y de sus seguidores; y que yo, ni
ninguno de tus hijos e hijas en toda la tierra, jamás caiga en ninguna
de sus muchas maldades ni menos en ninguna de sus trampas eternas, para
que no muera mi alma eterna nunca más. Para que yo entonces pueda ser
libre para alabar tu nombre bendito y servirte eternamente, en tu nueva
vida infinita, desde mis días por la tierra, hasta entrar en tu reino
celestial, en tu nueva eternidad venidera de tu Hijo amado y de tu
Espíritu Santo, por siempre, rodeado de sus huestes de ángeles fieles
y gloriosos, en la inmensidad.

Por eso, enséñame la palabra de tu Ley día y noche, para que conozca
en mi corazón y en toda mi alma: todo lo bueno, todo lo glorioso, todo
lo honroso, que es (y que ha de ser), por siempre en mi vida en la
tierra y en mi nueva vida celestial, en tu reino infinito, en el más
allá. Porque mi corazón y mi alma desean ver la vida eterna, por
medio de tu Árbol de vida, tu Hijo Santo, el Hijo de David, el Cristo
de la eternidad, para vivir contigo y con cada uno de tus ángeles
gloriosos y de tu Espíritu Santo, felices y llenos de toda verdad y de
toda justicia infinita, para siempre.

Porque esto es vida eterna para mi corazón: el conocer sólo tu verdad
y no las palabras de mentira y de gran decepción cruel, de la lengua
engañosa de tus enemigos eternos, como, Lucifer, por ejemplo y cada
uno de sus seguidores, en el más allá y por toda la tierra, también.
Enséñame pues tu camino para caminar día y noche hacia ti y hacia tu
nueva vida infinita, en el paraíso. Enséñame tu salvación y veré
la vida eterna, para no sentirme herido, ni menos perdido en las
profundas tinieblas de las palabras mentirosas de mi adversario eterno,
Lucifer.

Enséñame a tu Hijo amado, tal como él es por siempre; enséñame tu
amor, sólo en tu verdad y en tu justicia infinita, manifestada a mi
corazón y a toda mi vida, en la vida bendita y eternamente honrada de
tu Hijo amado, el Cristo Vivo. Porque sólo tu Hijo es el único Cristo
posible de Israel y de la humanidad entera, hoy en día y como siempre,
en la eternidad venidera del nuevo más allá, de Dios y de su Árbol
de vida eterna. Porque sólo "en Él habita" toda la verdad de la
vida santa de tu reino celestial, para ángeles, para hombres, para
mujeres, para niños y para niñas de la humanidad entera, en la tierra
y en el más allá.

Y, además, también, sólo en Él habita toda la verdad y la justicia
infinita de tu Ley Viviente para Israel y para todas las naciones de la
tierra, de las que aman tu palabra y tu nombre santo, eternamente y
para siempre, en sus leyes y en sus millares de gentes, por todas
partes del mundo entero. Si, mientras aun hay tiempo, aparta mi vida
del mal del pecado, y enséñame la vida eterna, desde ya, desde mi
corazón y desde mis tierras, hasta que entre por fin a tus tierras
santas, tierras gloriosas de tu ciudad celestial del más allá.

Tierras eternamente libres del pecado y del mal eterno de la mentira y
de la muerte del corazón y del alma viviente del hombre, de la mujer,
del niño y de la niña de la humanidad entera, para siempre. Por esta
razón, he escogido por siempre tu camino de vida y de salud infinita,
de los pasos eternos de tu Árbol de vida, el cual me llevan de regreso
al paraíso día y noche, hasta que finalmente llegue a él. Pasos
santos, pasos de amor, de nuestro redentor eterno, que vienen hacia mi
y hacia cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera, desde
los tiempos inmemoriales del más allá, del reino de los cielos, para
manifestarnos sólo: tu verdad y justicia infinita, Padre Celestial, en
cada uno de nuestros corazones por el poder sobrenatural de tu nombre
bendito.

Por eso, velen y oren, día y noche y sin cesar jamás, para que no
entren en error sus corazones eternos, mis estimados hermanos y mis
estimadas hermanas: como le sucedió a Adán y a Eva, por ejemplo, en
el paraíso, por cuanto el enemigo asecha para hacer su mal siempre,
sin misericordia y sin piedad alguna. El enemigo asecha sin piedad
alguna en su corazón perdido, que no es (ni ha de ser jamás) un
corazón limpio, como el que Dios creó en el día de la formación del
hombre de la tierra, en su pecho humano para que ame toda verdad y toda
justicia infinita de tu Árbol de vida eterna, el Santo de Israel.

Por eso, el enemigo de Dios y de la humanidad entera no tiene en su
pecho un corazón humano, sino un corazón tras el fruto prohibido del
árbol de la ciencia del bien y del mal, para destruir toda vida
celestial y toda vida terrenal por igual, como lo hizo con Adán y Eva,
en el paraíso, por ejemplo. Por lo tanto, el enemigo de Dios y de su
Jesucristo asecha sin piedad alguna para destruir a cualquier hombre
desventurado o a cualquier mujer desventurada, en cualquier lugar de
toda la tierra, de nuestros días, como así lo ha hecho por siempre,
desde los días largos y remotos de la antigüedad y hasta nuestros
tiempos, también, en todo ser viviente.

A la verdad, el espíritu del hombre está dispuesto para hacer el bien
de Dios en su corazón y en su alma también, como los ángeles del
cielo, como siempre lo deseo hacer así en su vida celestial, en el
paraíso, por ejemplo, pero su carne lo traiciona. Pero su carne ha
sido débil desde siempre, por culpa del fruto prohibido, del árbol
del mal eterno, en su espíritu humano. Por esta razón, el Señor
Jesucristo siempre se apartaba de sus apóstoles y discípulos para
orar al Padre Celestial, en el secreto de su corazón santísimo.

Y así entonces decirle al SEÑOR, como siempre: --Padre mío, si no
puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba en Israel, pues
entonces hágase tu voluntad en todo mi corazón de todos modos y a
como de lugar, no sólo en Israel sino en toda la tierra. Hágase tu
voluntad perfecta en toda mi alma viviente, Padre Eterno, para cumplir
toda verdad y toda justicia para bien de todo hombre, mujer, niño y
niña de la humanidad entera, en esta vida y en la venidera, también,
de tu nuevo reino celestial, en el más allá.

Porque has de ser glorificado por los corazones y por los labios de
cada uno de ellos, de los que has llamado de las profundas tinieblas
del más allá, para que vean tu luz. Y sólo en tu luz, entonces te
lleguen a conocer en tu Espíritu y en tu verdad sin igual, de tu fruto
del Árbol de la vida, de tu reino santo; en donde sólo mora la
felicidad infinita del corazón del ángel, del hombre, de la mujer,
del niño y de la niña de la fe, de tu nombre virtuoso.

Porque no es posible que ningún ser creado, por tu palabra o por tus
manos santas, entonces te pueda conocer tal como siempre has sido (y
como has de ser), en el corazón y en la vida de cada uno de ellos, en
sus vidas por la tierra y en sus nuevas vidas glorificadas por su amor
en Cristo del nuevo reino celestial. Por esta razón, todo aquel que no
tenga al Espíritu de Dios en su vida, entonces no podrá tener jamás
el nombre del Señor Jesucristo viviendo en su corazón ni en su
espíritu humano, tampoco, en la tierra ni menos en el más allá, para
vencer todo mal del enemigo, para siempre, como la muerte y su bajo
mundo eterno.

Porque el Espíritu Santo ha llegado a la tierra mucho antes que el
pecador, para entonces preparar sus caminos por la tierra libre lo más
posible de tinieblas, hasta que pueda tener "un encuentro personal"
con su redentor de su alma viviente, del poder de sus pecados y de su
muerte infinita, en el lago de fuego eterno, del más allá. Por esta
razón, Dios siempre ha llamado a todo hombre a que ore hacia su trono
santo, en el cielo, en el nombre bendito de su Jesucristo, para que
entonces no caiga en la maldad del pecado, ni sufra jamás tampoco el
poder infinito del ángel de la muerte, en su corazón y en toda su
vida, también.

Porque la verdad siempre ha sido para con el hombre, desde sus primeros
pasos en el paraíso, por ejemplo, de que ha deseado hacer el bien de
su Dios y de su Jesucristo, pero su carne le ha sido infiel, desde el
comienzo y hasta nuestros días en su vida terrenal por toda la tierra.
Es decir, que su carne le ha sido muy infiel hacia él mismo y hacia la
verdad y la justicia viviente de su Espíritu Santo y del Señor
Jesucristo, en su corazón y en su vida, también, para maldición y
para perdición eterna de su alma viviente, en la tierra y en el más
allá, en el infierno candente y eterno.

Por eso, el hombre pecador siempre ha vivido en el peligro eterno de su
pecado, ciego en su corazón y en los ojos de su cara, también, para
caer en la trampa mentirosa de su enemigo eterno, Lucifer. Y esto es de
morir y perderse eternamente y para siempre en las palabras mentirosas,
llenas de las profundas tinieblas del corazón perdido de Lucifer, para
luego en su día final, entonces descender a su lugar eterno junto a
los ángeles caídos y las gentes rebeldes de la antigüedad, en el
más allá, en el lago del fuego eterno. En donde ya no hay posibilidad
jamás de invocar a Jesucristo para perdón y para bendición eterna de
su alma viviente, sino que sólo la segunda muerte eterna le espera
para devorar su alma eterna hasta destruirla para siempre y así no
vuelva entonces jamás a ofender a Dios y a su Jesucristo, con las
palabras mentirosas de su enemigo eterno, Lucifer.

Por esta razón, Dios ha llamado a todo hombre, mujer, niño y niña,
de la humanidad entera, comenzando con Adán, en el paraíso, por
ejemplo, para que reciba en su corazón y así confiese con sus labios
su nombre bendito, de perdón y de salvación eterna, de su corazón y
de su alma viviente, en la tierra y en el más allá, también. Porque
sólo de la verdad del fruto de vida eterna, el Señor Jesucristo, ha
de vivir todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera y no
en las palabras engañosas de la naturaleza perdida de Lucifer y de sus
seguidores rebeldes, como el hombre de pecado y de maldad infinita de
la tierra de nuestros tiempos, por ejemplo.


Libro 136

LA NATURALEZA CARNAL DEL HOMBRE

El hombre natural ha nacido bajo la ley del pecado, del fruto prohibido
del árbol de la ciencia del bien y del mal, el cual comió Eva
primero, en el día de su rebelión y de su primer pecado mortal, para
luego darle de comer a Adán y a cada uno de sus descendientes, en toda
la creación de Dios. Por eso, el hombre natural conoce sólo del amor
de Eva y de su fruto prohibido, pero no del amor de su Dios y de su
fruto de vida eterna, su Árbol Viviente, ¡el Señor Jesucristo! Por
lo tanto, el hombre natural vive en el amor de Eva y del espíritu de
rebelión y de error de su fruto prohibido, pero no del espíritu de
amor de Dios y de su Hijo amado, el Árbol de vida y de salud eterna,
Cristo Jesús, único salvador nuestro.

Es por eso, que cuando el pecador, como la pecadora, de toda la tierra
alcanza a saborear, en su corazón y con sus labios, "el nombre
milagroso del Señor Jesucristo", entonces está saboreando del
espíritu perfecto del fruto de vida de Dios y de su Espíritu Santo,
para obtener toda verdad y toda justicia en su vida, en la tierra y en
el más allá, también, para siempre. Es decir, de que el pecador,
como la pecadora, de toda la tierra, ha vuelto a nacer de Dios y de su
espíritu de vida eterna, su Árbol Viviente, su Hijo amado, ¡el
Señor Jesucristo! Porque todo aquel que cree en el fruto de vida del
Árbol de vida eterna, en el epicentro de la vida celestial del
paraíso, entonces está complaciendo a su Dios y Creador de su alma
viviente, en esta vida y en su nueva vida venidera, en el nuevo reino
de los cielos.

Por lo tanto, nuestro Padre Celestial ha percibido el olor grato del
corazón del hombre, cuando el nombre del Señor Jesucristo está
sentado en su centro, en su trono de gran gloria y de gran honra
infinita, para él y para su vida infinita, en la tierra y en su nuevo
reino celestial. Y ha juramentado por su nombre santo, que no volverá
jamás a destruir la tierra con diluvio, cuando lo tuvo que hacer en
los días de Noé, por ejemplo, por culpa del corazón malvado de
muchos, si no de toda la gente de aquellos días.

Por cuanto, el instinto hacia el mal del corazón del hombre ha sido
desde siempre, desde que nace en la tierra y, hasta aun, cuando está
por morir e irse a su lugar eterno, en el más allá, sin Jesucristo en
su corazón y sin la seguridad de su perdón y de su salvación eterna,
para su alma viviente. Y "por culpa" del corazón perdido de los
hombres y de las mujeres de gran maldad del pasado, porque rehusaron
amar a su Jesucristo en sus corazones y en sus vidas, entonces Dios no
quiso perdonar su pecado, sino que llamo a las aguas del cielo y de las
que están en las profundidades de la tierra, para destruirlos.

Con el fin de así entonces destruir a todo corazón perverso, como el
de Eva, hacia Él y hacia su Jesucristo de toda la faz de la tierra,
para luego levantar a un nuevo mundo, con un nuevo comienzo, sin la
maldad del espíritu de error de Lucifer, por ejemplo. Es decir, una
tierra totalmente nueva que sólo le ame a él, por medio del nombre de
su Hijo, viviendo en el corazón de cada hombre, mujer, niño y niña,
de la humanidad entera, en la tierra y en la eternidad venidera, para
siempre, como en su nueva ciudad celestial: ¡La Jerusalén Santa y
Eterna del reino de los cielos!

Por cuanto, el hombre ha nacido por el pecado, y en maldad ha sido
concebido en el vientre de su madre, entonces el nombre del Señor
Jesucristo no está en él, por ninguna razón; aunque haya nacido de
la tribu de Judá, de la familia directa de Cristo, por ejemplo. A no
ser que vuelva a nacer, no de la carne pecadora de sus progenitores,
sino de la carne viviente y eternamente honrada del Señor Jesucristo,
el Árbol de vida eterna del paraíso y del reino de los cielos, para
que viva su alma.

Es decir, para que entonces tenga en su pecho "un corazón limpio"
y libre del mal y que rija por siempre a su alma viviente, hacia la
vida y la salud eterna, de Dios y de su Espíritu Santo, en el paraíso
y en su nuevo lugar eterno, en el nuevo reino de los cielos, para
siempre. Porque todo hombre, mujer, niño y niña, si desea ver la vida
eterna, desde ya, en la tierra, «entonces tiene que complacer al
mandamiento del Padre Celestial, en su corazón y en toda su alma
viviente, también, para siempre».

Y esto es de volver a nacer, no de la carne del fruto prohibido, del
árbol de la ciencia del bien y del mal, sino del fruto de vida eterna,
al creer en su corazón y confesar con sus labios, de que el Señor
Jesucristo es su Hijo amado. En otras palabras, esto es, sin duda
alguna, de volver a nacer directamente del Árbol de la vida, de
ángeles del paraíso y del reino de Dios, también, el Señor
Jesucristo, para que sólo entonces su corazón pueda ver la vida
eterna, en la tierra y en el paraíso, para miles de siglos venideros
en la nueva eternidad infinita.

Por eso, Dios nos ha redimido de la maldad de Lucifer, en contra de
Adán y de todos los ángeles santos del reino de los cielos. Porque la
verdad es que nosotros hemos vivido en pecado, desde el día que
nacimos en la tierra, para aprender a discernir "entre lo malo y lo
bueno", de todas las cosas, en la tierra y en el más allá,
también, para siempre. Por esta razón, éramos legítimos hijos de la
ira de Dios, para ser destruidos en el juicio final de todas las cosas,
en la tierra y en el fuego eterno del infierno y del lago de fuego, en
la eternidad venidera.

Porque en vez de complacer la perfecta voluntad de nuestro Padre
Celestial, de amar a su Hijo amado en nuestros corazones, entonces
hicimos todo lo contrario para llevar a Dios a manifestar su gran ira
hacia cada uno de nosotros, en toda su creación. Y esto ha sido en
cada uno de nosotros, en nuestros millares, por culpa de obedecer, al
pecado de Lucifer, en todos los deseos de nuestra carne, en todos los
días de nuestras vidas, por la tierra y hasta finalmente entrar al
mundo de las almas perdidas, en el más allá, en el fuego eterno del
infierno, por ejemplo.

Por eso, nuestro destino final no era el regreso esperado por Dios de
cada uno de nosotros, hacia la tierra santa del paraíso y de su Árbol
de vida, sino el infierno eterno y violento, en el más allá, en la
eternidad venidera, para todo pecador y para toda pecadora, que jamás
ha amado a Dios, por medio de Jesucristo. Pero gracias a nuestro Padre
Celestial y a la gracia infinita de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, hoy en día, tenemos "la bendición de gozar de la vida
eterna" de un nuevo corazón, "libre de todo mal" de las palabras
mentirosas de Lucifer y lleno, a la vez, del nombre bendito de nuestro
Dios.

Por lo tanto, ya no somos hijos legítimos de la ira de Dios, como en
el principio, destinados finalmente a sufrir el fuego eterno del
infierno eternamente y para siempre, en el más allá, sino mucho más
que esto. Realmente, "somos hijos de su amor eterno", sólo posible
por medio de la fe viviente, de "creer tan sólo en el Señor
Jesucristo" y de confesar su nombre santo, para bendición y para
redención eterna, de todo mal de Satanás y de sus ángeles caídos,
en nuestros corazones eternos, en la tierra y en el paraíso, también,
por siempre.

Porque así como una vez el Señor Jesucristo le tuvo que llamar a
Pedro: Satanás. Porque le decía que no fuese a Jerusalén, para que
no le sucediese ningún mal, de lo que les había revelado a todos
ellos, horas antes, de cómo caería en las manos de sus enemigos.
Puesto que, en Israel iba a ser arrestado, juzgado y crucificado, por
culpa de las palabras mentirosas de sus crueles y viles enemigos del
más allá, entonces el Señor Jesucristo tuvo que reprenderlo, aunque
lo amaba mucho, como a uno de sus mejores apóstoles y "fiel
seguidor" de su doctrina justa y redentora, para Israel y para la
humanidad entera.

Pues así también, en su día de juicio, el SEÑOR le hablo a Adán,
en el paraíso, por haberse dejado engañar, por las palabras
mentirosas de Lucifer, de la boca de la serpiente antigua y de su
esposa, Eva, también. Realmente en aquel día, el SEÑOR le llamo a
Adán, literalmente: Satanás. Porque no había hecho su voluntad
perfecta, de comer del fruto de vida, su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, sino la voluntad de Lucifer al comer y beber del fruto
prohibido del árbol de la ciencia, del bien y del mal, para
maldición, para muerte y para destrucción de su alma y de los suyos,
en el infierno, por ejemplo.

Pues así también, Dios llama a todo hombre, mujer, niño y niña de
la humanidad entera, a que coma y beba de su fruto de vida, su
Jesucristo, para que obtenga su perdón y su bendición eterna, en su
corazón y en toda su alma viviente, también, para una vida nueva, en
la tierra y en el paraíso, para siempre. En otras palabras, mi
estimado hermano y mi estimada hermana, Dios te ha estado llamando
"Satanás" (¡el enemigo eterno!), porque le amas. Es decir, porque
no has comido ni bebido tampoco de su Hijo, el Señor Jesucristo, ya
sea en el epicentro del paraíso o en las afueras de Jerusalén, para
que obtengas tu perdón y tu salvación infinita de tu alma y así
entonces escribas tu nombre en "el libro de la vida", para que no
mueras jamás, sino que vivas.

Y la única manera, en la cual Dios ha de dejar de llamarte su
"enemigo eterno", ha de ser si realmente crees en tu corazón y
confiesas con tus labios, el nombre salvador de su Hijo amado, ¡el
Señor Jesucristo! Eso es todo lo que tienes que hacer, hoy mismo, para
dejar de ser enemigo de Dios y de su Árbol de vida eterna, el Señor
Jesucristo. Y así no sólo te vuelvas amigo de él, sino que has de
volver a nacer, no de la carne pecadora, sino de la misma carne y
sangre santísima de su Hijo, la cual ha de correr por tu corazón y
por tus venas, dándole a entender al SEÑOR de que le amas en
espíritu y en verdad, para siempre.

Porque realmente ésta es la única manera, en la cual Dios ha de poder
perdonar tus pecados y, al mismo tiempo, darte un nuevo corazón, lleno
de verdad y de justicia infinita de su Jesucristo, para que por fin
entonces entres de lleno a la vida eterna, sin ningún problema
relacionado al pecado de Adán o de Lucifer. Y esto ha de ser verdad en
ti, desde hoy mismo, desde tus días de vida por la tierra, por
ejemplo, hasta que finalmente abras tus ojos en el paraíso, para nunca
más volverte alejar de Dios y de tu salvador eterno, su Árbol de vida
eterna, en el epicentro del paraíso.

Por eso, desde hoy mismo, debes de comenzar a vestirte del Señor
Jesucristo; debes de tener su sangre en tu corazón y en tus venas; y
debes de tener de su carne santa en todo tu cuerpo, también, listo
para vivir la vida eterna, desde ya en la tierra. Es decir, debes de
estar completamente vestido del Señor Jesucristo para tu Dios, para
que Dios ya no te vea a ti como su enemigo antiguo, sino como su hijo
legitimo y moderno, para la vida eterna, en su nuevo reino celestial,
en el paraíso o en la nueva ciudad celestial: La Gran Jerusalén Santa
e Infinita del cielo.

ENGAÑOSO ES EL CORAZÓN DEL HOMBRE DE TODA LA TIERRA

Ciertamente engañoso es el corazón del hombre, más que todas las
cosas, y sin remedio alguno a su alcance.

¿Quién verdaderamente lo conocerá?

Sólo nuestro Dios lo conoce, en el poder sobrenatural de la sangre
bendita de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Porque sólo en la
sangre redentora del salvador del mundo es donde realmente están todos
los poderes sobrenaturales del Espíritu de Dios, para llegar a
entender el corazón más pervertido del hombre pecador de toda la
tierra, para ayudarlo a cambiar para gloria y para honra eterna de
nuestro Padre Celestial, en la tierra y en el cielo, por siempre.
Porque éste corazón que hemos heredado de Adán, no es el corazón
que Dios intenta tener en el pecho de cada hombre, mujer, niño y niña
de toda la tierra, sino el corazón del Árbol de la vida, su Hijo
amado, ¡el Señor Jesucristo!

Y Lucifer interrumpió "el plan de Dios", para bendecir al hombre,
comenzando con Adán, en el paraíso, por ejemplo, para hacer su nombre
aun mucho mayor que antes en toda la tierra de nuestros días y de
siempre en la eternidad venidera, en su nueva vida infinita, sólo
posible en la fe viviente, de su Árbol de vida, Jesucristo. Porque el
nombre santo de Dios "tiene que ser honrado" en toda la tierra,
así como ha sido por siempre honrado en todos los rincones, de la
tierra santa del reino de los cielos, en el corazón de cada uno de sus
ángeles, arcángeles, serafines, querubines y demás seres santos, de
Dios y de su Árbol de vida infinita.

Pero Lucifer ha hecho engañoso el corazón del hombre, poniendo sus
propias palabras por medio de los labios de la serpiente, las cuales se
multiplican en cada uno de nosotros día y noche en el corazón y en
los labios de cada pecador y de cada pecadora de la tierra, para mal de
su vida y de los demás, también. Y aunque esto es verdad, Dios tiene
aun poder "para cambiar el corazón y la vida" de cada pecador y de
cada pecadora, si tan sólo se acercase a Él, por medio de las
palabras y del espíritu del nombre glorioso y sumamente honrado de su
Árbol de vida eterna, ¡el Señor Jesucristo!

Porque sólo por medio del corazón y de las palabras santas de su Hijo
ha de ser que Dios mismo, con la ayuda de su Espíritu Santo, podrá
realmente cambiar en un instante de fe y de oración: la vida y el
destino eterno de cada uno de ellos, hoy en día y por siempre, en la
eternidad venidera, también. Es por eso, que para Dios, para ver
cumplida toda justicia y toda verdad, delante de su presencia santa,
entonces el pecador y la pecadora tienen que creer en sus corazones y
confesar con sus labios, de que el Señor Jesucristo es su Hijo amado.

Para que estas palabras de verdad y de salud eterna comiencen a obrar
maravillosamente, momento a momento en sus vidas y por siempre, para
entonces entrar a la vida eterna, desde hoy mismo y para la eternidad
venidera, con un corazón santo y verdadero para los estándares
espirituales de Dios y de su Espíritu Santo. Por lo tanto, «la sangre
del Señor Jesucristo es suprema para perdonar, bendecir y redimir cada
uno de los corazones de todos los pecadores y de todas las pecadoras de
toda la tierra», sin jamás hacer excepción de persona alguna, para
siempre.

Es decir, de que si "Dios ve" la sangre de su Hijo amado en el
corazón del pecador o de la pecadora, entonces ha de ver realmente el
mismo corazón de su Jesucristo, de su Árbol de vida, latiendo vida y
salud eterna, para cumplir fielmente su Ley Divina, en la tierra y en
los cielos, para siempre. Porque cuando "Dios ve" la sangre de
Jesucristo en el pecador más vil o en la pecadora más terrible,
entonces está viendo realmente: el corazón de Jesucristo "latiendo
vida y salud infinita", las cuales son solamente posibles, si es que
cada palabra, cada letra, cada tilde con su significado eterno, ha sido
honrada y exaltado, para gloria de su nombre.

Porque un corazón engañoso, como el corazón del pecador o de la
pecadora, jamás podrá realmente pisar tierra santa, ni menos ver la
vida eterna del nuevo reino de los cielos, ni hoy ni nunca. Porque Dios
no podrá jamás ser burlado por el corazón pecador del hombre, por
más rico que sea, por más pobre que sea, por más sabio que sea o por
cualquier otra razón. Pero, sin embargo, si esta mujer o este hombre
se arrepiente de su pecado, de no haber creído en su corazón, ni de
haber confesado jamás: el nombre de Dios y de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, entonces Dios es misericordioso y grandemente bondadoso,
para con él y para con ella, en la tierra y en el paraíso, también.

Para hacer que entonces la sangre de su Hijo Santo comience a correr
por su corazón y por sus venas, para santificar y honrar su vida, para
gloria y para honra infinita de su nombre santo, en la tierra y en el
cielo, también, para la eternidad, para la nueva vida eterna, en el
más allá. Porque sólo el corazón y la sangre del Señor Jesucristo
podrán realmente heredar la nueva vida eterna, en la nueva ciudad
celestial de Dios y de su Árbol de vida, su gran rey Mesías, el Hijo
de David, el Cristo, en La Nueva Jerusalén Santa e Infinita del más
allá y de la humanidad celestial.

Es por eso, que todo hombre, mujer, niño y niña de toda la humanidad,
de hoy en día y de siempre, está llamado directamente por Dios mismo,
"ha comer del fruto de vida" y de salud eterna, de su Árbol de
vida, para que vea la vida, desde ahora mismo en su corazón y en toda
su alma viviente, también. Es decir, para que vuelva a nacer con un
corazón santo y flamante, como el mismo corazón del pecho de Dios o
como el corazón sagrado del pecho de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo.

Y todo esto es sólo posible, si el pecador con el corazón cree y con
sus labios confiesa la verdad y la justicia eterna de su Ley Viviente,
para gloria y para honra infinita del nombre santo de Dios en el
corazón sagrado de nuestro salvador viviente, ¡el Señor Jesucristo!
Y esto es de que el Señor Jesucristo es su único Hijo amado, en el
cielo y en toda la tierra, también, para miles de siglos venideros, en
el más allá, en la nueva ciudad celestial de Dios: La Nueva
Jerusalén Santa y Eterna del nuevo reino de los cielos y de su gran
rey Mesías, ¡el Cristo de Israel!

LA CARNE NO SE SUJETARA JAMÁS A LA LEY DE DIOS

Porque la verdad es que el pecador o la pecadora de toda la tierra no
podrá vivir jamás con Dios, con el corazón pecador que lleva en su
pecho, todo contrario a su Ley Santa y a su nombre bendito y de
salvación eterna, por ejemplo. Dado que, la intención del corazón
pecador y de la carne corrupta es enemistad constante contra Dios y
contra su Árbol de vida eterna; porque no se sujeta a la Ley Divina,
ni tampoco puede cumplirla en su vida, por más que se esfuerce hacerlo
así en su corazón ciego, en las tinieblas de las primeras palabras de
gran mentira, de Lucifer.

Así que, los que viven según la carne no pueden agradar a Dios
jamás, en esta vida ni en la venidera, tampoco. Sin embargo, ustedes
no viven según la carne, sino según el Espíritu Santo de Dios, si es
que el Espíritu de Dios vive en sus corazones, por ejemplo, como ha
vivido por siempre en Jesucristo. Porque la verdad es que si alguno de
ustedes no tiene el Espíritu de Cristo viviendo en su corazón,
entonces no podrá ser de Él jamás, en esta vida ni en la venidera,
tampoco, para siempre.

Por esta razón, la palabra de Dios es muy importante para el corazón
y para el espíritu humano de todo hombre, mujer, niño y niña de
todas las familias, razas, pueblos, linajes, tribus y reinos de toda la
tierra. Porque la palabra de Dios "es el pan de cada día", para
todos los ángeles del reino de los cielos. Pues así también, Dios ha
hecho que "el pan del cielo", quien realmente es su fruto de vida
eterna, el Señor Jesucristo, es también para cada uno de sus hijos y
de sus hijas, en todas las naciones del mundo entero, sin jamás hacer
excepción de ninguno de ellos, ni hoy ni nunca.

Además, ésta palabra de vida es espíritu y verdad para cada uno de
nuestros corazones y de nuestras almas vivientes en el paraíso y en
toda la tierra, también, para acercarnos más y más a Dios, sólo por
medio de la vida y del nombre sagrado de su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo! Porque sólo "en éste pan sobrenatural de nuestro
salvador Jesucristo" es que realmente hemos de crecer, hasta
finalmente ver a nuestro Dios cara a cara en la luz viviente, de su
Árbol de vida eterna, en el más allá, en la nueva vida infinita del
nuevo reino de los cielos.

Porque para nosotros poder ver a nuestro Dios, entonces tenemos que
salir de nuestras profundas tinieblas habituales, las cuales Lucifer
las ha impuesto en nuestros corazones, cuando Eva y Adán creyeron a
sus palabras, de mentira y de muerte, para hacer que nuestros corazones
y nuestros espíritus humanos sean ciegos a la Ley y al nombre de Dios,
para siempre. Porque Lucifer jamás quiso que ninguno de nosotros, de
los hombres y de los ángeles del cielo amasen a Dios ni a su a su Hijo
amado, tampoco, para que su palabra y su nombre santo, no sean honrados
ni menos exaltados en toda la creación, sino sólo su propia voluntad,
de gran maldad y de gran mentira eterna, únicamente.

Puesto que, Lucifer buscaba establecer su reino más alto que el reino
de Dios en los cielos y en toda la tierra, también, para que sólo él
fuese el rey soberano de toda la creación de Dios, de ángeles y de
hombres, también, para siempre. Y para lograr esta gran maldad en
contra de Dios y de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, entonces
tenía que hacer que los corazones de los ángeles y así también los
corazones de todos los hombres y mujeres del paraíso y de toda la
tierra se llenasen de las profundas tinieblas, de gran rebelión de sus
palabras inicuas.

Y sólo así entonces comenzar a formar su reino inicuo, supuestamente
más alto que el reino de Dios en los cielos y en toda la creación de
nuestros días, también. Por esta razón, el corazón del hombre es
totalmente contrario a Dios y a su palabra santa, desde el vientre de
su madre, para mal eterno de su alma viviente y de los suyos también,
en la tierra y en el infierno. Porque es aquí, en donde Lucifer con la
ayuda de sus ángeles caídos está luchando día y noche para hacer
que cada corazón del hombre, de la mujer, del niño y de la niña, no
llegue jamás "al conocimiento perfecto", de la verdad y de la
justicia de Dios y de su Hijo amado, sino todo lo contrario.

Lucifer lo que desea hacer es que su palabra de gran mentira y de gran
maldad eterna florezca día y noche, para entonces destruir toda vida
en toda la creación de Dios, para que la voluntad perfecta de Dios
jamás se cumpla, en esta vida ni en la venidera, tampoco, para
siempre. Por lo tanto, para Lucifer alcanzar su objetivo
malintencionado, entonces tiene que tener corazones, como el tuyo, mi
estimado hermano y mi estimada hermana, sin el nombre y sin la fe
viviente, de la sangre bendita del Señor Jesucristo, como el corazón
de Adán y como el de Eva, también, por ejemplo, en los días del
paraíso.

Para entonces engrandecer su poder de grandes tinieblas en toda la
tierra, hasta lograr su propósito en contra de Dios, el cual comenzó
miles de años atrás en el reino de los cielos, en contra de su Árbol
de vida eterna, el Señor Jesucristo. Y es por eso que hoy en día
tenemos tantos conflictos por toda la tierra; la gente se ataca el uno
al otro, en vez de amarse como Dios ha mandado en su palabra y en su
Ley Santa. Realmente de toda mentira y de todo ataque a la humanidad,
Satanás está detrás de cada uno de estos males en el corazón del
pecador y de la pecadora, para robar, matar y destruir toda vida, en
todos los lugares de la tierra y así la voluntad de Dios jamás crezca
en ningún corazón del hombre y de la mujer.

EL HOMBRE NATURAL NO PUEDE ENTENDER: AL ESPÍRITU DE DIOS

Es por eso, que el hombre natural no acepta las cosas que son del
Espíritu de Dios, porque le son locura para su corazón lleno de las
palabras perdidas y de gran confusión eterna, de Lucifer y de la
serpiente antigua del paraíso, por ejemplo. Y, por ello, no las puede
comprender en su corazón humano, porque se han de discernir
espiritualmente solamente por el poder sobrenatural, del don del
espíritu de fe, del nombre del Señor Jesucristo viviendo en su
corazón y confesándolo así con sus labios, para gloria y para honra
eterna del nombre de nuestro Padre Celestial que está en los cielos.

Porque en el día que Adán comenzó a comer del fruto prohibido del
árbol de la ciencia, del bien y del mal, entonces sus ojos se abrieron
no para ver la luz del rostro santo de Dios, sino la de Lucifer, lo
cual es algo terrible de admitir y, a la vez, de entender en su
corazón perdido en sus tinieblas eternales. Y desde aquel día en
adelante, Adán ni ninguno de sus descendientes han podido realmente
ver a su Dios y Creador de su alma eterna, salvo el Hijo de David, el
Cristo de Israel y de la humanidad entera.

Dado que, sólo el Señor Jesucristo es el comienzo de la humanidad
entera, en el paraíso y en toda la tierra de nuestros días, por
ejemplo, como también así lo de ha de ser en las nuevas tierras con
nuevos cielos, en el más allá, en la nueva ciudad celestial: La Nueva
Jerusalén del nuevo reino de los cielos. Porque de Jesucristo ha
salido Adán y cada uno de sus descendientes por sus millares, de todas
las familias, razas, pueblos, linajes, tribus y reinos de toda la
tierra, para conocer a Dios cara a cara tal como él es y siempre ha de
ser, por los siglos de los siglos, en la eternidad venidera.

Entonces Adán no es realmente el primer hombre delante de Dios y de su
Espíritu Santo junto con sus huestes de ángeles, de gran gloria y de
gran honra infinita, en el reino de los cielos y en toda la creación,
sino sólo el Señor Jesucristo; porque el Señor Jesucristo es el
primero y el último, el Alfa y Omega. Por eso, el Señor Jesucristo es
su Hijo y, a la vez, también el Árbol de vida y de salud para todo
ser viviente, en el cielo con los ángeles y en la tierra con todo
hombre, mujer, niño y niña, de la humanidad entera, hoy en día y por
siempre, en la nueva vida venidera del reino de Dios.

Porque la verdad es que el Señor Jesucristo siempre ha declarado
abiertamente a través de los tiempos, hasta nuestros días, por
ejemplo, a cada uno de sus siervos y de sus siervas de todos sus
profetas en toda la tierra, comenzando en Israel, para decirles: Yo soy
el principio y el fin. Soy el Alfa y Omega. Soy también el primero y
el último. Y fuera de mí no hay otro igual, para los ángeles del
cielo y para los hombres del paraíso y de toda la tierra, también,
para siempre.

Entonces el Señor Jesucristo no sólo es el principio de la formación
y de la vida de Adán, el primer hombre de nuestra humanidad infinita,
sino que también lo es para cada uno de nosotros, de todos los
hombres, mujeres, niños y niñas de toda la tierra y para la eternidad
venidera, en el nuevo reino de los cielos, también. Es decir, de que
nuestra naturaleza original no es la del fruto prohibido del árbol de
la ciencia, del bien y del mal, sino del Árbol de la vida.

En otras palabras, nuestros primeros pasos, en la vida del paraíso y
de la tierra de nuestros días, no salieron del árbol de la ciencia
del bien y del mal, sino del Árbol de la vida, el Señor Jesucristo.
Por lo tanto, nuestro corazón eterno reposa en el Señor Jesucristo
desde siempre, desde mucho antes de la fundación del cielo y de la
tierra; por eso, nuestro corazón eterno se encuentra en el Señor
Jesucristo "protegido del mal" y de todo poder de la muerte, de las
palabras de mentira de Lucifer y de la serpiente antigua del paraíso.

Y el Señor Jesucristo protege nuestro corazón original en su corazón
santísimo, de la misma manera que siempre ha protegido el nombre santo
de Dios en el reino de los cielos y en toda la tierra, de nuestros
días, por ejemplo. Porque el Señor Jesucristo es el templo perfecto y
de santidad infinita e inigualable del nombre de nuestro Padre
Celestial, en el reino de los cielos y en toda la tierra de nuestros
días, también y para siempre, para la nueva eternidad venidera del
nuevo reino de los cielos.

Es por eso, que todo aquel que recibe al Señor Jesucristo, entonces
realmente está recibiendo el nombre sagrado de nuestro Dios para que
viva en su corazón y en su vida, en la tierra y en el paraíso,
también, para miles de siglos venideros, en el nuevo más allá de
Dios y de su Árbol de vida, el Señor Jesucristo. Por ello, todo aquel
que cree en su corazón y así confiesa con sus labios al Señor
Jesucristo, entones ha nacido de nuevo, no de la carne de Adán, sino
de la carne sagrada del Hijo de Dios, el Árbol de vida del paraíso y
del reino de los cielos, hoy en día y por siempre, en la eternidad
venidera.

LO DE LA CARNE, CARNE ES; LO DEL ESPÍRITU, ESPÍRITU ES, POR SIEMPRE

Por lo tanto, lo que ha nacido de la carne, entonces carne es; y lo que
ha nacido del Espíritu, entonces espíritu es para Dios y para su
Árbol de vida eterna, el Señor Jesucristo. Es decir, que el hombre
que tan sólo cree en su corazón y así confiesa en oración ante Dios
y ante su Espíritu Santo, de que el Señor Jesucristo es su Hijo
amado, entonces tiene vida y vida en abundancia en su vida por la
tierra y en su nueva vida celestial, en el paraíso.

Porque su corazón y su espíritu humano han hecho algo que Adán y Eva
no pudieron hacer jamás con sus corazones y con sus almas eternas
delante de Dios y de sus ángeles en el paraíso, por ejemplo. Y esto
es de comer del fruto de vida, para sus corazones y para sus espíritus
eternos, en la tierra y en el más allá, también, el nuevo reino de
los cielos. Porque sólo el Señor Jesucristo "es el pan de vida
eterna" para todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
entera, que Dios le dio primero a Adán y a Eva, para que nazcan de
nuevo, no de sus propias carnes o del fruto prohibido, sino de la carne
del Árbol de la vida, el Señor Jesucristo.

En otras palabras, cada vez que un hombre o una mujer había de nacer
en el paraíso o en la tierra, de nuestros días, entonces tenía que
nacer de la carne del Árbol de vida eterna, el Señor Jesucristo y no
de la carne de rebelión del fruto prohibido, del árbol de la ciencia
del bien y del mal. Como Adán y Eva lo hicieron, por ejemplo, en sus
vidas celestiales, en el paraíso. Porque cuando Adán y Eva fueron
formados de las manos de Dios en el paraíso, entonces fueron formados
como almas santas y eternas, libres de todo conocimiento del pecado y
de su mal eterno.

Y Dios los llama a vivir con Él, en el paraíso y en el reino de los
cielos, también, para comer por siempre de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo y nunca jamás de Lucifer o de otro ser rebelde, como la
serpiente antigua o alguno de los ángeles caídos, por ejemplo. Adán
y Eva con sus descendientes estaban llamados de Dios a sólo comer, del
fruto de vida eterna, Jesucristo, en el paraíso, en la tierra o en
cualquier otro lugar de toda su creación infinita, para luego entrar a
la nueva vida celestial, en su nuevo reino, como en la nueva Jerusalén
Santa y Eterna del gran rey Mesías.

Es por eso, que en el día que Eva y Adán comieron del fruto prohibido
por vez primera en el paraíso, entonces sus almas vivientes comenzaron
a ser cubiertas de la carne, del fruto prohibido del árbol de la
ciencia, del bien y del mal. Pues entonces separándolos así
temporáneamente de Dios y de su Árbol de vida eterna, el Señor
Jesucristo, como sucede hoy en día, en todo hombre, mujer, niño y
niña, que no ha llegado a creer en su corazón ni a confesado con sus
labios: la vida de Dios, el Señor Jesucristo.

Pero ésta separación del corazón del hombre de Dios y de su Árbol
de vida, solamente es vigente hasta que crea en su corazón y así
confiese con sus labios el nombre del Señor Jesucristo, el cual
borraría toda mentira y toda injusticia eterna de su corazón de las
palabras de mentira y de muerte de Lucifer y de la serpiente antigua,
por ejemplo. Y esto ha de ser verdad en todo hombre, mujer, niño y
niña de la humanidad entera, para llenarlo de vida y de salud
infinita, desde el momento que cree en su salvación y por siempre para
la eternidad de la nueva vida, de Dios y de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, en el nuevo reino de los cielos.

Es por eso, que para Dios, desde el momento que comenzamos a creer en
nuestros corazones y así confesamos con nuestros labios: el nombre
bendito del Señor Jesucristo, entonces hemos nacido de nuevo, no de la
carne de Adán o del árbol prohibido, sino de la carne del Árbol
Viviente de Dios, su Hijo amado, el Señor Jesucristo. Y ésta es la
vida, por cierto, que Dios siempre ha deseado para Adán y para cada
uno de sus descendientes, en sus millares, en toda la tierra, para
vivir la vida eterna, libre de todo mal y de todo poder de la muerte,
en el paraíso y en su nuevo reino de los cielos, en el más allá.

Por lo tanto, para nuestro Padre Celestial, el que nace de la carne en
el paraíso o en la tierra de nuestros días, entonces carne es; y el
que nace del espíritu en la tierra para su nueva vida eterna, en su
nuevo reino de los cielos, entonces espíritu es para la nueva
eternidad venidera, en el más allá. Es por eso, que para Dios todo
aquel que en Cristo Jesús está, entonces ha venido a ser una nueva
hechura en sus manos santas de su Espíritu Santo, para que viva y así
jamás muera su alma, en el más allá, para siempre.

Es decir, para que aquel hombre o aquella mujer viva su vida y nunca
más la vida perdida del árbol de la ciencia del bien y del mal, la
cual es la vida condenada a muerte de Lucifer. En verdad esta es la
vida rebelde y eternamente perdida de Lucifer, la cual Dios jamás
desea que sea parte de la vida de los ángeles del cielo o de los
hombres del paraíso y de la tierra de nuestros tiempos, por ejemplo,
sino que todo lo contrario. Dios ha deseado desde siempre sólo ver la
vida de su Hijo amado, en el corazón de Adán y de cada uno de sus
descendientes, comenzando con Eva, por ejemplo, su esposa en el
paraíso y sus hijos e hijas en la tierra, para gloria y para honra
infinita, de nuestro Dios y Padre Celestial que está en los cielos.

JESÚS HA CRUSIFICADO CON ÉL: LOS DESEOS DE NUESTRA CARNE

Porque los que invocan al Señor Jesucristo, delante de la presencia
santa de Dios y de su Espíritu Santo, entonces han crucificado sus
corazones y sus carnes con sus pasiones y sus deseos perdidos, para
deshacerse de una vez por todas y para siempre de todos sus males
eternos, en la tierra y en el más allá, también, para siempre.
Porque sabe muy bien su alma redimida por la sangre del Señor
Jesucristo, de que jamás podrá ver la vida, ni menos entrar en el
reino de los cielos, si es que aun permanece en las primeras palabras,
de gran mentira y de gran maldad eterna, de los labios de Lucifer y de
la serpiente antigua del paraíso, por ejemplo.

Porque la verdad es que el alma del hombre si sabe de donde a salido,
en el día que entro en el cuerpo de Adán, para empezar una vida
totalmente nueva para la vida del reino de los cielos y para toda la
creación de Dios, de hoy en día y de siempre. Por lo tanto, el alma y
el espíritu humano del hombre desean día y noche regresar a su lugar
de origen, Dios mismo, pero la carne pecadora de sus cuerpos se los
impide, porque siente los deseos del mundo y de su pecado eterno, para
siempre levantarse en contra de Dios y de su voluntad perfecta.

Y esto es, realmente, en la vida gloriosa y sumamente santa de su Hijo
amado, el Señor Jesucristo, manifestada a todo ángel en el cielo y a
todo hombre, mujer, niño y niña en el paraíso y en toda la tierra,
también. Porque la voluntad perfecta de Dios se encuentra solamente en
la vida sumamente gloriosa del Señor Jesucristo, su Hijo amado para
cada uno de ellos, en sus millares, en toda la creación de Dios, en el
cielo y por toda la tierra, también. Porque ha sido sólo Jesucristo,
quien realmente ha cumplido cada palabra, cada letra, cada tilde y cada
uno de sus significados eternos, en el corazón de todo ángel fiel y
en el corazón de todo hombre, mujer, niño y niña, fiel también a
Él, el Dios del cielo y de toda la tierra.

Entonces cada uno de ellos sea crucificado en la carne del Señor
Jesucristo, para resucitar a una nueva vida celestial, la cual jamás
ha de morir, en esta vida, ni en la venidera tampoco, eternamente, en
el nuevo reino de Dios y de sus millares de huestes celestiales fieles
a Él y a su Hijo Santo, en el más allá. Es por eso, que el Señor
Jesucristo moría en la cruz de los árboles cruzados secos y sin vida
de Adán y de Eva, para sufrir mucho por amor a cada uno de sus hijos y
de sus hijas, en toda la creación de Dios.

Ya que, cada vez que el Señor Jesucristo se dolía del pecado de Adán
y de cada uno de sus descendientes, en su corazón y en su carne santa,
entonces su espíritu noble y sobrenatural nos estaba dando una nueva
oportunidad infinita para ser redimidos, para Dios y para su nueva vida
eterna, en el reino de los cielos. Algo que ningún hombre, por más
santo que haya sido, todos los días de su vida por la tierra, podría
jamás alcanzar por sí sólo, en esta vida ni en el más allá,
tampoco, para siempre.

Pero gracias al espíritu de gracia y de bondad infinita del Señor
Jesucristo, entonces cada corazón del hombre, de la mujer, del niño y
de la niña de toda la tierra, que crea en él y en su obra
sobrenatural, sobre la cima de la roca eterna, en las afueras de
Jerusalén, en Israel, entonces podrá vivir. Es decir, que realmente
ha de ser hecho libre de todos los poderes sobrenaturales del pecado y
de su muerte eterna, en la tierra y en el infierno, también, para
siempre, en el más allá.

Porque el Señor Jesucristo posee cada uno de todos los poderes y
autoridades sobrenaturales para destruir no sólo al pecado, sino
también a cada uno de sus males eternos y enfermedades infinitas, como
la muerte, por ejemplo. Porque la muerte es una enfermedad que jamás
se cura, si es que el ángel de la muerte no muere primero. Y el Señor
Jesucristo le ha dicho ya a la muerte: -¡Muerte! Yo soy tu muerte.
Para que sepa el ángel de la muerte que el día de su muerte está en
Jesucristo.

Pero aunque el Señor Jesucristo le ha declarado a la muerte, de que
él es su muerte (porque el ángel de la muerte no sabia que Jesucristo
es su muerte), pues aun así la gente sigue muriendo día y noche en el
mundo, porque el ángel de la muerte no ha muerto aun, porque su hora
no ha llegado todavía. Pero aunque esto es verdad, todos los que creen
en el Señor Jesucristo en sus corazones y así confiesan su nombre
santo con sus labios, el ángel de la muerte ya no tiene poderes
sobrenaturales de muerte para ninguno de ellos, en todos los lugares de
la tierra y aun en el más allá, también.

Porque el que muere en Cristo Jesús, salvador eterno de su alma
viviente, entonces abre sus ojos delante de la presencia del Árbol de
vida, en el paraíso, para seguir viendo la vida eternamente, en el
más allá, gracias a la gran obra de misericordia y de verdad infinita
del gran rey Mesías de la humanidad entera, el Señor Jesucristo. Es
decir, otra vez, de que el que vive en el espíritu de fe, del nombre
del Señor Jesucristo en su corazón y en toda su alma viviente,
entonces ya no hay muerte alguna para él o para ella, en la tierra, ni
menos en el más allá, para siempre.

Porque en el paraíso o en la tierra nueva y santa del nuevo reino de
los cielos ya no hay mal alguno del pecado, ni su muerte para el
corazón y para el alma viviente del hombre, de la mujer, del niño y
de la niña, de toda la tierra, sino por lo contrario. Sólo hay vida y
salud en abundancia, de la vida sagrada del Árbol de Dios, el Señor
Jesucristo, para cada uno de todos ellos, comenzando, por supuesto, con
Adán y Eva, por ejemplo.

Ya que, cuando creyeron en el Señor Jesucristo en sus corazones
eternos, entonces crucificaron sus carnes pecadores con él sobre el
madero, para luego resucitar en el poder sobrenatural, de su Espíritu
de vida y de salud eterna, a una nueva vida infinita, no sólo en la
tierra, sino también, en la nueva Jerusalén Santa e Infinita del
cielo. Por lo tanto, ésta es la nueva vida celestial que Dios ha
preparado, desde mucho antes de la fundación del cielo y de la tierra,
para todo aquel que cree en él, por medio de su "fruto de vida y de
salud eterna", su Árbol de vida, su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo!

NUESTRO DIOS DETECTA EL GRATO OLOR DE CRISTO EN NUESTROS CORAZONES Y
QUISO NO VOLVER A DESTRUIR LA TIERRA CON AGUA

Nuestro Padre Celestial percibió "el grato olor" del hombre de fe, a
su nombre santo, el nombre de su Hijo amado, el Señor Jesucristo,
viviendo en su corazón, entonces dijo en su corazón santísimo para
que todos conozcan: "No volveré jamás a maldecir la tierra por
causa del pecador, porque el instinto de su corazón es malo desde su
niñez. Ni tampoco volveré a destruir todo ser viviente con agua, como
lo he hecho por culpa del corazón perdido en el pecado y en las
palabras de maldad eterna, de Lucifer y de Adán de los días del
paraíso.

Entonces nuestro Dios comenzó una nueva era de vida, para con todos
los hombres de la tierra, para que cada uno de ellos reciba en su
corazón su nombre salvador y sólo así entonces pueda ser redimido de
sus males eternos y de su muerte, entre las llamas de la ira eterna de
Dios, en el infierno, por ejemplo. Y éste nombre redentor de la
antigüedad es el mismo de hoy en día, su Hijo, ¡el Cristo de Israel
y de la humanidad entera!, para no volver a maldecir la tierra, como lo
tuvo que hacer en su día de gran juicio, en contra del corazón
pecador del hombre, de la tierra de los días de Noé.

Y desde aquel día en adelante y hasta nuestros días, por ejemplo, el
Espíritu de Dios ha estado ayudando a cada hombre, mujer, niño y
niña, de todas las familias, razas, pueblos, linajes, tribus y reinos
de la humanidad entera, "ha recibir" el nombre bendito del Señor
Jesucristo en sus vidas. Para que tengan el perdón de Dios y su
bendición infinita, de una nueva vida eterna, en el nuevo reino de
Dios en los cielos, desde sus días de vida en la tierra, hasta que
finalmente entren, en el más allá, ante la presencia santa de Dios y
de su Jesucristo.

Porque el nuevo reino de Dios y de su Árbol de vida tiene que comenzar
con un corazón, sólo lleno del Espíritu viviente del nombre del
Señor Jesucristo, para glorificar y para honrar "en perfecta pureza
infinita" el nombre bendito de Dios y de su Espíritu Santo, en la
eternidad venidera, junto con todas las huestes de ángeles gloriosos.
Porque el nombre santo de Dios tiene que ser honrado y exaltado por
cada corazón de los ángeles, arcángeles, serafines, querubines,
hombres, mujeres, niños y niñas de la humanidad entera, por igual.

Y esto ha de ser por siempre, con toda la humanidad, de la misma manera
que Dios con su nombre santo han sido día y noche "exaltados y
honrados" por las huestes de ángeles gloriosos, desde los primeros
días de la antigüedad y hasta nuestros tiempos, por ejemplo, pero con
mayor gloria y santidad infinita que antes, la de Jesucristo. Porque
sólo en el nombre del Señor Jesucristo, "nuestro Dios es
eternamente complacido" en toda verdad y en toda justicia infinita,
en la tierra y en el cielo, también, para siempre.

Es por eso, que cuando Noé con su familia fueron redimidos en el arca,
llena de los animales de la tierra, de dos pares, de hembras y machos,
como Dios se lo había ordenado para llenar la tierra una vez más de
vida, pero sin la maldad de las palabras mentirosas y llenas de
condenación, de las gentes de aquellos días. Entonces el corazón de
Dios se sintió satisfecho con Noé, porque "percibía el olor grato
del holocausto perfecto de su Hijo amado", el Señor Jesucristo, no
sólo en el corazón de Noé, sino también de los suyos.

Y éste es, por cierto, el holocausto eterno del Señor Jesucristo, el
cual iba a tomar lugar generaciones después, en la tierra y con la
gente escogida por Él mismo, para llevar acabo ésta gran obra
sobrenatural, para ponerle fin al pecado del corazón del pecador y de
la pecadora de la tierra de nuestros días y de siempre, también. Para
luego entonces empezar su nueva era infinita, la cual seria sólo llena
del espíritu de la palabra y del nombre de toda verdad y de toda
justicia celestial, del Árbol de la vida, ¡el Señor Jesucristo!

Porque la verdad es que Dios destruye el mundo antiguo con un gran
diluvio que descendida del cielo y subía de la de la tierra, también,
para destruir a todos los corazones de los hombres, mujeres, niños y
niñas, que no habían creído aun en el nombre del Señor Jesucristo,
su Hijo amado, ni tampoco le había honrado con sus labios. Entonces
Dios se dio cuenta, de que no podía seguir contendiendo con el
corazón de carne pecadora del hombre, porque él es espíritu y el
hombre es carne humana e imperfecta.

Porque la tierra, así como Dios mismo, sólo puede soportar el pecado
hasta cierto grado espiritual. Y cuando llega a su límite establecido
por Dios mismo al pecado, entonces Dios reacciona con su justo juicio y
con su ira eterna, para juzgar y destruir el pecado y a cada uno de sus
seguidores, sean ángeles, hombres, mujeres, niños o niñas de toda su
creación. Y en el día que Dios decidió destruir a todo el mundo
antiguo con su gran diluvio del cielo y de las profundidades de la
tierra, fue porque la maldad había llegado tan alta en el cielo, hasta
tocar su misma puerta de su lugar secreto, de su trono santo, en donde
mora su Espíritu Santo en perfecta santidad infinita.

Y para parar ésta maldad del pecador, entonces no tenía otro remedio
sino quitar su protección de sobre toda la tierra, y dejar que las
aguas inundan toda vida, hasta destruirla por completo, salvo los que
él había escogido para que entren en su arca y no mueran, sino que
vivan para una nueva vida, con menos maldad que antes. Es decir, para
que entonces comiencen todos juntos con Noé y con su familia: una
nueva vida en toda la tierra, sin el pecado y sin sus muchas maldades
en el corazón del pecador y de la pecadora de toda la tierra.

Pero como Dios sabia que el pecado iba a volver con sus muchas
maldades, de grandes enfermedades y muertes terribles, entonces juro no
volver a destruir la tierra, como lo había hecho antes, con el mundo
antiguo y sin Jesucristo en sus vidas viles. Porque ésta vez, él
mismo iba hacer que todo hombre oyese de su palabra y del nombre del
Señor Jesucristo para que sean escritos en sus corazones, para que
jamás se vuelvan tan viles y tan destructivos, como las gentes de las
generaciones viles y anticristo de Noé, por ejemplo.

Porque todo aquel que nace en la tierra, sea hombre o mujer, nace
realmente en el pecado y en la maldad de Adán y de su fruto prohibido
del árbol de la ciencia, del bien y del mal, para mal de su alma y de
los suyos, también, en toda la tierra. Y esto es algo que Dios jamás
quiso para el corazón y para toda el alma viviente de Adán y de cada
uno de sus descendientes, en sus millares, de todas las familias, de la
tierra, sino que Dios sólo quiso que comiesen y bebiesen de su fruto
de vida, de su Árbol de vida, su Hijo, ¡el Señor Jesucristo! Con el
fin de que el corazón de cada uno de ellos, sólo vea la vida y no la
muerte, jamás.

EN MALDAD HA NACIDO TODO HOMBRE, SALVO JESUCRISTO

Es por eso, que David le decía al SEÑOR día a día, en oración y en
sus salmos, también: - He aquí, Padre Mío, que en maldad he nacido,
y en pecado me concibió mi madre. No soy digno de ti, de ninguna
manera, ni menos de tu comprensión infinita. Pero por tu amor he de
vivir justificado por tu gracia, en la tierra y en la eternidad,
también, para agradar por siempre a tu nombre y a tu Espíritu Santo,
en tu nuevo reino celestial, en el más allá.

Es por eso, que mi corazón y toda mi vida te rinden gloria y honra,
día y noche, hoy en la tierra y por siempre, en tu nueva vida
celestial, en el más allá, en donde sólo habita el amor, la
compresión, la felicidad y la paz del corazón del hombre que ama a tu
Ley a tu Mesías celestial. Porque aunque he sido concebido en pecado,
en el vientre de mi madre, jamás me abandonaste, sino por lo
contrario. Te apiadaste de mí, para darme de tu amor, de tu único
amor divino, el cual siempre ha existido entre tú y tu Hijo amado, el
Señor Jesucristo, ¡Padre Eterno!

Por eso, te doy gracias y te rindo glorias y honras, desde lo profundo
de mi corazón, para tocar tu mismo corazón y tu misma alma santa, en
el cielo, con mi voz y con mis palabras de adoración hacia ti y llenas
del espíritu de tu verdad y de su justicia infinita de tu Jesucristo,
en quien he creído. Pues me has hecho ver y sentir el pecado, en mi
corazón y en toda mi alma, también, para que comience a entender,
profundamente, en mi espíritu humano, lo que es bueno y lo que es
malo, en la tierra y en el más allá, también, para siempre.

Para que yo conozca sólo de tu Espíritu de amor y de tu misericordia
infinita, al tan simplemente creer en mi corazón y confesar con mis
labios, de que tu Hijo amado, el Señor Jesucristo, ¡es SEÑOR!, para
la gloria y para la honra eterna de tu nombre bendito, en toda la
tierra y en el reino de los cielos. Y esto ha de ser verdad, hoy en
día y por siempre, en el corazón de los hombres, mujeres, niños y
niñas de la tierra y, también, en el corazón de los ángeles,
arcángeles, serafines, querubines, del nuevo reino de los cielos, por
igual, para miles de siglos venideros, en el más allá, en tu nueva
vida celestial.

Por cuanto, obra de tus manos hemos sido, en el vientre de nuestras
madres, para que en un día como hoy, por ejemplo, entonces "veamos
la luz" de tu vida infinita, sólo posible en la fe redentora, del
nombre del Señor Jesucristo, en nuestros corazones y en nuestros
labios, también. Por ello, en ésta luz confesar por siempre: toda la
verdad y toda la justicia, de que tu Hijo amado, ha sido el Señor
Jesucristo, desde los primeros días de la antigüedad, en el reino de
los cielos y por toda la tierra, de nuestros días, también.

En vista de que, como el Señor Jesucristo no hay otro igual, en el
cielo, ni menos en toda la tierra, para siempre. Y esta verdad "es
necesaria que viva en nuestros corazones" y en nuestras vidas, para
cumplir toda verdad y toda justicia infinita, de tu corazón y de tu
alma santísima, Padre Nuestro, en el cielo y por toda la tierra,
también, hoy en día y por siempre, en el más allá, en la nueva
eternidad venidera de siglos sin fin. Por eso, el hombre que confía en
tu nombre salvador, el de tu Hijo amado, el Señor Jesucristo, entonces
no le faltara nada jamás.

Porque Jesucristo es día y noche nuestro "pan de vida eterna", que
ha descendido del cielo, para todo hombre, mujer, niño y niña, de la
humanidad entera, que ha nacido en el vientre de su madre, por el poder
del pecado. Del poder del pecado que descendió directamente de la vida
de Adán del paraíso, para entonces regarse por toda la tierra, hasta
nuestros días y por siempre, hasta que la luz bendita de Cristo sea
una realidad infinita en toda la creación.

Pues hasta éste mismo nacimiento, en el vientre de las tinieblas, del
pecado de nuestros padres nos has perdonado, dándonos "el nacimiento
de tu mismo Espíritu de vida eterna", en el cual el Señor
Jesucristo tuvo que nacer en el vientre de su madre virgen, en la
tierra de Israel. Y esto fue, en aquellos tiempos, no sólo para el
Señor Jesucristo nacer y entrar en la vida del hombre pecador de toda
la tierra, sino más que esto. Jesucristo nació del poder del
Espíritu de Dios, para entrar en la nueva vida celestial del más
allá, del nuevo reino de los cielos, junto con la humanidad eterna de
Dios y de su Espíritu Santo, para que jamás muera, sino que sea libre
de todo pecado y de toda muerte, para siempre, para una nueva vida
celestial e infinita.

Es por eso, que todo hombre que ha sido concebido en maldad, y
concebido en el pecado de su madre, entonces tiene una oportunidad
singular, de parte de Dios y de su Hijo amado. Y esto es de "volver a
nacer", no de la carne de sus progenitores antiguos o modernos, sino
del poder del Espíritu de vida eterna, de Dios y de su Hijo amado, el
Señor Jesucristo.

Y éste Espíritu de vida de Dios, es el mismo Espíritu Santo que
entro en el vientre virgen de la hija de David, para concebir, no en
pecado, sino por la voluntad perfecta de Dios, al Hijo de David, al
Cristo de Israel y de la humanidad entera. Es decir, que del mismo
nacimiento del Espíritu de Dios, que el Señor Jesucristo tuvo que
tener en su vida, para nacer en la tierra de Israel, pues así también
nosotros tenemos que nacer del mismo Espíritu de Dios, para entrar a
la vida eterna del más allá, del nuevo reino de los cielos.

Y esto, el hombre, la mujer, el niño y la niña de todas las familias,
razas, pueblos, linajes, tribus y reinos, lo pueden muy bien conseguir
en sus vidas, con tal sólo creer en el Señor Jesucristo y así
entonces confesar con sus labios su nombre de grandes poderes y de una
salvación santa y perfecta para el alma viviente. Porque sólo en
ésta confesión sobrenatural del nombre del Señor Jesucristo es que
ha de ser como olor grato, por ejemplo, de un holocausto perfecto del
corazón pertinente del hombre, de la mujer, del niño y de la niña de
toda la tierra, que desee ser oído por su Dios y por su Árbol de su
única vida infinita. Para que en su vida terrenal y celestial,
también, entonces sólo haya: paz, gozo, felicidad, amor y vida en
abundancia por doquier, en la tierra y en el paraíso de nuevo y por
siempre, en la eternidad venidera.

SOMOS HIJOS DE LA IRA DE DIOS, POR NUESTROS PECADOS

En verdad, Dios nos quiere redimir de todo poder del pecado y de su mal
eterno, porque no nos ha creado para vivir su mal eterno, ni morir en
las profundas oscuridades de su muerte eterna, sino todo lo contrario.
Dios nos ha creado para que vivamos su vida perfecta y sumamente santa,
en la carne y en el espíritu del Señor Jesucristo, en la tierra y en
el más allá, también, como en la nueva ciudad celestial: La Nueva
Jerusalén Santa e Infinita.

Porque en otros tiempos todos nosotros vivíamos entre ellos, los viles
y pecadores de toda la tierra, siempre sufriendo día y noche las
pasiones de la carne, haciendo la voluntad de la carne y de la mente
pervertida, también; y por naturaleza éramos hijos e hijas de la ira
de Dios, como los demás, en todos los rincones del mundo. Es decir,
que Dios estaba airado con cada uno de nosotros, por los deseos
desordenados de nuestras carnes corruptas, al querer hacer siempre todo
a lo que la Ley de Dios se opone enteramente, desde siempre, desde los
primeros días de la antigüedad, en el más allá y hasta nuestros
tiempos, por ejemplo.

Pero Dios se apiado de nosotros, porque vio que jamás podíamos
complacerle a él, con nuestro corazón perdido y eternamente
pervertido, en cada uno de todos los deseos, de la carne pecadora y, a
la vez, eternamente contraria a la Ley Perfecta de Moisés y de Israel,
por ello nos entrego una salida de escape a nuestra condición
pecadora. Y ésta salida de escape tenía que ser, de modo definitivo:
su Hijo amado, el Señor Jesucristo, ni más ni menos, en el paraíso y
por toda la tierra de nuestros días, también.

Es por eso, que Dios le dijo a Adán, en el paraíso: - De todos los
árboles podrás comer y beber en el Edén y hasta del Árbol de la
vida eterna, también. Pero jamás has de comer del fruto del árbol de
la ciencia, del bien y del mal; porque en el día que de él comas, le
asegura el SEÑOR a Adán, entonces morirás irremisiblemente en tu
pecado, para no volver a ver la vida para siempre. Y éste mismo
mandamiento de vida, que le había dado a Adán, se lo estaba dando
también a cada uno de sus descendientes, por sus millares, en el
paraíso y por toda la tierra, también, para que acepten a Jesucristo,
para siempre, en sus corazones y en sus vidas eternas.

Es decir, para que entonces cada uno de ellos también coma de los
frutos de los árboles del paraíso y del Árbol de la vida eterna, su
Hijo amado, el Señor Jesucristo. Por lo tanto, cada uno de ellos
estaba prohibido acercarse y tocar del fruto del árbol de la ciencia,
del bien y del mal, por más llamativo que fuese para sus ojos y para
su paladar sediento y hasta hambriento, también, por ejemplo. Porque
Dios sabia muy bien, de que en el día que Adán, o cualquiera de sus
descendientes, se acercase y gustase del fruto prohibido, entonces su
cuerpo seria cubierto de la carne del árbol de la ciencia, del bien y
del mal, con todos sus deseos malvados, para luego morir en su pecado,
en su maldad eterna.

Por lo tanto, era imperativo que Adán le obedeciese a su Dios y así
entonces comiese del fruto de vida, de la carne santa y eternamente
viviente del Árbol de la vida eterna, el Señor Jesucristo, en el
paraíso o en la tierra, si así fuese necesario hacerlo. Pero sabemos
muy bien que Adán desobedeció, porque fue engañado por Eva su
Esposa. Eva, quien primero fue engañada por las palabras mentirosas de
su mejor amiga, en el Jardín del Edén, la serpiente antigua.

Y con ésta victoria sobre Adán, entonces realmente era una victoria
de Lucifer en contra de Dios y de su Hijo amado, el Cristo de Israel y
de la humanidad entera, para destruir todos los corazones, no sólo de
Adán y de cada uno de sus descendientes, sino también más que todo
esto. La destrucción total, supuestamente, de acuerdo a Lucifer, del
Árbol de la vida y de cada uno de sus millares de ángeles, del reino
de los cielos. Pero la verdad es otra.

Porque lo que "le pareció a Lucifer" y a sus secuaces una gran
victoria en contra, del Árbol de la vida en el paraíso, Dios entonces
la torna en una victoria aun mayor para los ángeles del cielo y para
todos los hombres, mujeres, niños y niñas, del paraíso y de toda la
tierra, de nuestros tiempos, también, por ejemplo. Y ésta victoria,
es realmente una victoria sobrenatural en contra de todo lo que Lucifer
representa, destruyendo así su plan de establecer su reino inicuo en
contra del Árbol de la vida, el Señor Jesucristo, al Dios bendecir
grandemente el corazón de cada uno de sus ángeles y de cada hombre y
mujer de toda la tierra.

Y esto es sólo posible, hoy en día como en la antigüedad, con tan
sólo creer en el corazón y confesar con sus labios, en un momento de
fe y de oración: de que el Señor Jesucristo es el SEÑOR, para gloria
y para honra de su nombre eterno, en el cielo y por toda la tierra,
también, para siempre. Porque la voluntad de Dios sobre todos sus
ángeles en el cielo y en la vida de todo hombre, mujer, niño y niña
de la humanidad entera, comenzando con Adán y Eva, en el paraíso, ha
sido la misma desde siempre.

Y esto ha sido de que cada uno de ellos crea en su corazón y así
confiese con sus labios, de que su Hijo amado es el Señor Jesucristo,
para destruir de una vez por todas y para siempre: el pecado y el
corazón perdido en su gran maldad, de Lucifer y de cada uno de sus
seguidores, en toda su creación. Porque Dios desea que su creación
sea totalmente santa y libre de todo mal de las palabras mentirosas, de
Lucifer y de la serpiente antigua, las cuales comenzaron a cambiar no
sólo la vida de Adán, sino también la de cada uno de sus millares de
descendientes, por doquier, en el paraíso y por toda la tierra,
también.

Porque un corazón que ha nacido en el pecado original de Adán, no
podrá jamás entrar en la vida eterna del paraíso, ni menos del nuevo
reino de los cielos, en el más allá, para siempre. Y esto es algo que
quedo muy claro, en la vida de Adán y de Eva, por ejemplo. Porque
ambos fueron llamados por Dios a comer primero de su fruto de vida
eterna, su Hijo amado, el Señor Jesucristo, pero rehusaron hacerlo
así en sus corazones, cuando tuvieron la oportunidad de hacerlo así y
quedar bien con su Dios para siempre.

Además, cuando Dios le hablaba a Adán "de comer y de beber" de su
Árbol de vida, entonces Adán contemplaba al Señor Jesucristo
colgando con clavos sobre su cruz, sobre la cima de la roca eterna, en
el epicentro del paraíso, en el cielo. Y cuando Adán intento obedecer
a Dios de inmediato, al querer morder del cuerpo del Señor Jesucristo
y de beber de su sangre viviente, entonces no quiso hacerlo, por el
momento, sino que decidió esperar un tiempo más. Y a Adán se le hizo
realmente muy difícil comer de la carne del Señor Jesucristo y de
beber de su sangre santa, para obtener la vida eterna en su cuerpo
recién formado por las manos de Dios mismo, en el cielo.

Es por eso, que Dios se alejo momentáneamente de Adán y del paraíso,
cuando vio que no obedecía a su voluntad santa de inmediato, sino que
parecía esperar más que antes, como quien dice para quemar tiempo,
siempre pensando, como comer de la carne de un ser vivo y, a la vez,
beber de su sangre santa, para obtener la vida eterna. Y es aquí,
cuando Lucifer se aprovecho del descuido de Adán, para actuar lo más
sutil posible y engañar su corazón, no con su persona inicua (ya
conocida por los ángeles del cielo), sino con la persona y con los
labios de la amiga de Eva, la serpiente antigua del Jardín del Edén.
Para lograr en Adán todo lo contrario que Dios deseaba hacer en su
vida.

Y lo que Dios deseaba en Adán es que su carne sea entonces la carne
santa de su Jesucristo y que su sangre de vida eterna sea la que
palpite vida en su corazón y en el corazón de cada uno de sus
descendientes, en el paraíso y en toda su creación, como en la
tierra, por ejemplo, para siempre. Porque un corazón sin Cristo
Jesús, entonces no tiene valor alguno para nuestro Dios, en el cielo
ni en toda la tierra, también, hoy en día y por siempre, en la
eternidad venidera.

Por esta razón, aunque Dios amaba mucho a Adán y a cada uno de sus
descendientes, desde mucho antes de la fundación del cielo y de la
tierra, entonces no podía quedarse, por ninguna razón, a vivir con su
corazón, sin Cristo Jesús viviendo en su vida celestial, en el
paraíso. Por lo tanto, Adán tuvo que abandonar el cielo, hasta que
reciba en su corazón y en toda su vida, al fruto de vida eterna, el
Señor Jesucristo, para que entonces su corazón sea perfecto ante su
Dios y ante su Espíritu Santo y ante sus huestes de ángeles
gloriosos, del reino de los cielos y del paraíso, para siempre.

SATANÁS NO PUEDE ESTAR EN LA OBRA DE DIOS

Así también podemos recordar a Pedro, en estos momentos, por ejemplo.
Porque Pedro amaba verdaderamente a su Dios y a su Hijo amado, el
Señor Jesucristo. Es más, él fue quien reconoció por vez primera,
en toda la existencia de Israel y de la humanidad entera, al Señor
Jesucristo, como el Hijo amado de Dios, el gran rey Mesías de Dios y
de la humanidad entera. Pero por no tener su corazón centrado en la
voluntad de Dios, entonces peco delante del Señor Jesucristo, al
decirle que no suba a Jerusalén y sufra esa muerte horrenda que le
esperaba a él, sobre la cima de la roca eterna, en las afueras de
Jerusalén, para ser azotado y muerto por culpa de nuestros pecados.

Y el Señor Jesucristo se enojo no tanto con Pedro, sino con su
corazón oscuro, ciegamente oscuro a la verdad y a la voluntad perfecta
de su Dios Santo y Eternamente glorioso, en el cielo y por toda la
tierra, también. Entonces el Señor Jesucristo volviéndose a él, le
dijo: --¡Pedro, quítate de delante de mí, porque me has hablado
rebelión. Y esto ha sido, de la misma manera que Satanás se rebelo en
su día, en contra de Dios y de su nombre santo, en el reino de los
cielos!

Ciertamente me eres tropiezo, Pedro, aun más que Satanás, el padre de
toda mentira. Porque no piensas en las cosas de Dios, sino en las de
los pecadores de toda la tierra. Porque es necesario que suba a
Jerusalén y sufra todo lo que tenga que sufrir, por culpa del hombre
de toda la tierra, para ponerle fin al pecado. Y éste pecado original
del hombre sólo se le puede poner fin, si la palabra viva de la Ley es
correctamente honrada y exaltada en su vida terrenal.

Además, sin sangre derramada sobre el altar de Dios, la Ley jamás
podrá ser cumplida ni exaltada en el corazón de todos los hombres,
mujeres, niños y niñas de la humanidad entera, comenzando con Adán y
Eva, en el paraíso, le decía el Señor Jesucristo a Pedro. Y Pedro le
oía de buena gana y asustado, a la vez, ya que lo había comparado,
momentos antes, con Satanás, su peor enemigo de su vida y de su alma
viviente, por haberle dicho tan sólo que éste terrible mal jamás le
ocurra a Él, en Jerusalén o en cualquier lugar de Israel.

Realmente, Pedro no sólo sabia lo que estaba hablando, cuando intento
reconvenir al Señor Jesucristo, para que no suba jamás a Jerusalén y
sufrir el mal terrible del pecado y de su muerte cruel, sino que
tampoco entendía la naturaleza del pecado ni de sus poderes ocultos y
destructivos en su vida y en la vida de la humanidad entera. Pedro
realmente estaba tan ciego, como cualquier pecador en toda la tierra,
de nuestros tiempos, ni más ni menos. Y tan ciego, también, como
cualquier ángel en el cielo, por ejemplo.

Porque los ángeles en el cielo, aunque ven al SEÑOR, realmente no le
conocen, como le conoce sólo el Hijo, el Señor Jesucristo. Porque
nadie realmente ha visto al Padre Celestial, sino sólo el Hijo. Y
nadie jamás le ha conocido, sino sólo el Hijo, el Señor Jesucristo.
Porque si los ángeles del cielo hubiesen visto y conocido de verdad al
SEÑOR en sus corazones, entonces jamás hubiese existido una rebelión
angelical tan grande en contra de su nombre santo, como sucedió con
Lucifer y con su tercera parte de los ángeles del cielo, por ejemplo,
en los días de la antigüedad. Porque en aquellos días los ángeles
caídos junto con su caudillo arruinaron tanto el reino de Dios, que
Dios sólo comenzó a buscar la manera de crear otro mejor que el
antiguo para vivir en paz con sus ángeles y con sus gentes de la
humanidad entera, redimida por la gracia del fruto de vida eterna, su
Jesucristo.

Pero la verdad es que nadie jamás ha visto al Padre Celestial, hasta
nuestros tiempos, por ejemplo, ni le conoce tampoco, como sólo el
Señor Jesucristo. Por lo tanto, Pedro no sabía que estaba pecando en
contra de la voluntad perfecta de Dios, cuando intenta reconvenirle,
para que no deje que le suceda, todo lo que les había dicho que
sufriría, en las afueras de Jerusalén, por culpa del pecado del
hombre y de la humanidad entera.

En verdad, el corazón del hombre es "tan vil", que no tiene
ningún entendimiento posible, de lo que realmente es el poder del
pecado en su vida y en la vida de los demás, en toda la tierra. Sólo
Dios tiene el poder sobrenatural para realmente ver conocer todos los
males del pecado, de los que se ven y de los que no (se ven), por
ejemplo. Es más, el poder del pecado es tan terrible que no sólo
puede destruir la vida preciosa de todo hombre, mujer, niño y niña de
la humanidad entera y hasta de ángeles y de Dios mismo en el reino de
los cielos, por ejemplo.

Verdaderamente, sólo la sangre del Señor Jesucristo tiene todos los
poderes sobrenaturales para entender en su corazón santo al pecado y a
cada uno de sus males eternos y hasta la misma muerte, también. Es
más, sólo Dios es la muerte del ángel de la muerte, en la tierra y
en el más allá, para siempre. Es por eso, que el Señor Jesucristo le
dice al ángel de la muerte en su día y delante de todos sus
apóstoles y discípulos: ¡Muerte! Yo soy tu muerte.

Esto era algo que el ángel de la muerte jamás lo había oído, ni
menos conocía que el Señor Jesucristo era la muerte del pecado y de
su espíritu inicuo, también, en la tierra y en el más allá, para
siempre. Por lo tanto, nadie puede destruir el corazón malvado de
Lucifer y del ángel de la muerte y de todos los ángeles caídos, si
no es sólo la sangre bendita del Señor Jesucristo, en el corazón de
cada hombre, mujer, niño y niña, de la humanidad entera, de hoy en
día y de siempre.

Es por eso, que el Señor Jesucristo tenía que "subir" a
Jerusalén y a "sufrir los males del pecado y de su muerte", sobre
la cima de la roca eterna, en sus afueras, para cumplir toda profecía
de los antiguos profetas de Dios, como el de Isaías, por ejemplo,
entre otros, muy importantes, por cierto, de la antigüedad. Porque la
verdad es que todo pecado le será perdonado al corazón perdido del
hombre, como los pecados en contra del Padre Celestial y de su Hijo
amado, el Señor Jesucristo.

Pero el pecado en contra del Espíritu de Dios no tiene perdón jamás,
en esta vida ni en la venidera, tampoco, para siempre. Por eso, el
Señor Jesucristo tenía que ponerle fin al pecado, para que Dios ya no
sufra más por culpa del corazón perdido del hombre y de su gran
maldad, en el paraíso y en toda la tierra, de nuestros días. Porque
el corazón del pecador sin Cristo Jesús sentado en su centro, no
podrá ver a su Dios jamás, en esta vida ni en su vida infinita, en el
más allá, cualquiera que sea toda ella sin Dios, en el infierno.
Sólo ha de ver total destrucción y desolación infinita en sus días
largos en la eternidad venidera, como en el infierno o como en el lago
de fuego, su segunda muerte final.

Porque la verdad es que ninguno podrá jamás pecar en contra del
Espíritu de Dios y luego vivir en la eternidad para recordarlo y
contarlo a sus amigos, sino que irremisiblemente a de sufrir la muerte
eterna junto con el corazón perdido de Lucifer, entre las llamas
eternas de la segunda muerte, en el lago de fuego. Porque nadie jamás
ha visto a Dios ni a su Espíritu Santo, sólo el Señor Jesucristo,
por eso, nadie puede decir nada de Dios ni de su Espíritu Santo, a no
ser que el Señor Jesucristo se lo revele al corazón del hombre.

Ahora, si el Señor Jesucristo vive en el corazón del hombre, entonces
ese corazón ha de tener su día, no muy lejano, de ver a su Dios y de
conocerle también, si es que es la voluntad perfecta del corazón
sagrado de nuestro salvador, el Señor Jesucristo. Porque sólo el
Señor Jesucristo tiene todos los poderes y autoridades especiales en
su cuerpo santo, en su espíritu y en su vida santa, también, para ver
y conocer al Padre Celestial, en el reino de los cielos, para siempre.

Por cuanto, sólo el Señor Jesucristo ha salido de Dios y ha
descendido sobre todo Israel, para perdonar y para bendecir en el
nombre santo de Dios: a cada corazón del hombre, de la mujer, del
niño y de la niña, de la humanidad entera. Porque la Ley de Dios
tiene su cumplimiento y su honra eterna en el corazón de todo hombre y
de toda mujer, así como la tiene en el corazón de cada ángel,
arcángel, serafín, querubín y demás seres santos del reino, en el
más allá, por ejemplo, para gloria y para honra infinita del nombre
santo de nuestro Padre Celestial.

Además, éste cumplimiento de la Ley de Dios sólo es posible en el
corazón del hombre, si tan sólo cree en él y así confiesa su nombre
bendito con sus labios, para cumplir toda verdad y toda justicia
infinita de su palabra viviente en su vida y en toda su alma viviente,
también. De otra manera, la Ley jamás ha de ser cumplida en el
corazón del hombre pecador y de la mujer pecadora de toda la tierra, y
su vida ha de ser de total destrucción en la tierra y en el fuego
eterno del más allá, como en el infierno o como en el lago de fuego,
por ejemplo.

Porque mientras el pecado viva en el corazón del hombre y del resto de
la humanidad, entonces nadie podrá ver el rostro del SEÑOR, y no ha
de poder conocerle tal como él siempre ha sido y ha de ser por
siempre, en la eternidad venidera, para con cada uno de nosotros, en
toda la tierra. Y por culpa del pecado y para cumplir la Ley Divina, el
Señor Jesucristo no dejo su rostro plasmado en una roca o en una tela
o en una tabla, sino que nadie conoce su rostro santo, como si jamás
nadie lo haya visto, sólo sus apóstoles y sus discípulos de la
antigüedad.

Es más, nadie conoce el rostro de Adán, sino sólo Dios, Eva,
Jesucristo y el Espíritu Santo con todas sus huestes angelicales. Es
por eso, que nuestro Padre Celestial, como su Hijo amado, por ejemplo,
son tan invisibles para con nosotros en toda la humanidad, como el
mismo Espíritu Santo de Dios. Porque ningún hombre tiene su rostro
santo plasmado en un ídolo o en una imagen, en el cielo, en el
paraíso o en toda la tierra, de nuestros días. Porque la verdad es
también que ni aun en el reino de los cielos, ni en ninguno de sus
lugares gloriosos, está el rostro de Dios o de su Jesucristo plasmado
sobre una roca o algún material del más allá. Y esto es verdad,
porque Dios es fiel a su misma Ley Eterna, en su corazón y en toda su
vida también.

Es por eso, que los ángeles jamás han visto al SEÑOR, ni tampoco le
conocen, como sólo el Señor Jesucristo le ha conocido a través de
los siglos, hasta nuestros tiempos, por ejemplo. Por lo tanto, nuestro
Padre Celestial no tan sólo es invisible para nosotros, sino también
para Lucifer y para cada uno de sus seguidores, en el más allá y en
toda la tierra, también. (por eso, si alguien te dice vamos a ver el
rostro del SEÑOR que está plasmado en una roca o algo parecido así;
no vayas, por ninguna razón, porque Satanás no conoce el rostro de
Dios; Satanás que te está hablando rebelión para matarte con sus
palabras de muerte eterna.) Consiguientemente, así como nuestro SEÑOR
es invisible ante todos sus enemigos, pues así también el Señor
Jesucristo es invisible ante Lucifer y cada uno de sus seguidores,
ángeles caídos, pecadores y pecadoras de toda la tierra, para
siempre.

Además, Dios es invisible a los ojos de los ángeles caídos y de los
hombres rebeldes de toda la tierra ante su Ley Bendita y ante su Hijo
amado, por las palabras rebeldes de Lucifer que tienen raíces en sus
corazones profundos de sus pechos. Y Dios desea cambiar éste mal
eterno en cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera,
para entonces empezar su nuevo reino celestial, desde ya, libre de todo
pecado y de cada uno de sus males eternos, para que sólo la paz, el
amor y la felicidad infinita del corazón existan, para siempre, en la
eternidad venidera.

ARRÓPENSE TODOS DE LAS VESTIDURAS DEL SEÑOR JESUCRISTO

Por esta razón, Dios ha llamado a todo hombre, mujer, niño y niña,
de la humanidad entera, ha vestirse del nuevo hombre que a sido creado
a semejanza de Dios, en justicia y en santidad infinita. Y éste nuevo
hombre, en cada uno de nosotros, en toda la tierra, es el mismo Señor
Jesucristo, para perdonarnos nuestros pecados y para darnos vida en
abundancia, en la tierra y en el más allá, también, en su nuevo
reino celestial. Porque hoy en día, todo hombre nace en la tierra en
la carne que Adán recibió, en el día de su rebelión en el paraíso,
al comer y beber del fruto prohibido del árbol de la ciencia, del bien
y del mal, para recibir en su cuerpo: un corazón corrupto y una carne
pecadora.

Cuando realmente Dios había creado al hombre a tan sólo comer y beber
de su Hijo amado, su Árbol de vida eterna, en el epicentro del
paraíso, para la vida eterna. Porque en el día que Adán comiese de
su fruto de vida, entonces iba a recibir del Árbol de vida, de su
espíritu, de su carne y de su sangre santísima, para que viva
eternamente y por siempre, en la tierra y en el más allá. Para que
entonces su cuerpo ya no sea un cuerpo indiferente a su Dios y Creador
de su vida celestial, sino que seria un cuerpo totalmente nuevo, con
una sangre plenamente llena de la vida perfecta y sumamente santa de
Dios, para la vida nueva en la eternidad venidera, del nuevo reino de
los cielos, en el más allá.

Y sólo así entonces Dios ya no sólo tendría a su Jesucristo vestido
de su carne sumamente santa y de su sangre supremamente gloriosa y
perfecta para vivir su nueva vida infinita, en el cielo para miles de
siglos venideros, en la nueva eternidad celestial, sino que tendría
millares más de "hijos e hijas" de parte de Adán. Y esto era algo
glorioso para nuestro Padre Celestial, que no deseaba perder por nada
ni por nadie en toda su nueva creación, sino obtenerla y gozarse con
toda ella en su corazón santo, para miles de siglos venideros, en la
nueva eternidad venidera del más allá, de su nueva era de vida
celestial, de hombres y de ángeles santos.

Porque para la mente y el corazón santo de nuestro Padre Celestial es
sinceramente glorioso ver a cada hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, comenzando con Adán, por ejemplo, "totalmente
arropados" de la carne santa y llenos de vida de la sangre bendita,
de su Árbol de vida eterna, el Señor Jesucristo. Pero como Adán le
falla junto con Eva, entonces desde esos días rebeldes, lo único que
Dios ha hecho es luchar para que la carne de Adán y de sus
descendientes, en sus millares, ya no sea la carne del fruto prohibido
de Lucifer, sino sólo la carne obediente y la sangre bendita del
Señor Jesucristo en sus cuerpos eternos.

Y esto ha de ser sólo posible en cada uno de ellos, de todas las
familias, razas, pueblos, linajes, tribus y reinos, si tan sólo creen
en sus corazones y así confiesan su fe, del nombre sagrado de su
única posible salvación eterna, ¡el Señor Jesucristo!, para gloria
y para honra de nuestro Padre Celestial que está en los cielos. Porque
en el día que Dios llame a todo hombre, a entrar en su nuevo reino de
los cielos, y el que no esté transformado en su corazón y en todo su
cuerpo: de la carne, del espíritu, de la sangre viviente de su Hijo
amado, entonces no podrá entrar en su nueva vida infinita, para
siempre.

Es por eso, que si hoy oyes la voz de tu SEÑOR llamarte, a que recibas
del nombre y de la sangre bendita de su Árbol de vida, entonces no le
hagas esperar más, porque ya ha esperado mucho por ti, hasta que esta
hora crucial para tu vida llegue, para que hagas la decisión correcta
para tu vida infinita. Por esta razón, vístete del poder del
Espíritu de Dios y de la carne bendita que vive por siempre, por el
espíritu de vida de la sangre santísima, de su Hijo amado, ¡el
Señor Jesucristo!

Para que entonces veas la vida y así no tengas que jamás morir con tu
corazón eternamente perdido, por culpa de las palabras mentirosas de
Lucifer y de la serpiente antigua en la vida de Adán y en tu sangre
enferma, por ejemplo. Para que de esta manera única, entonces
complazcas a la voluntad perfecta de Dios, la cual debió haber sido
cumplida, no sólo en Adán y Eva, en el paraíso, sino también con
cada uno de sus descendientes, incluyéndote a ti y a cada uno de los
tuyos, también, en el paraíso.

Y esto es, de ser vestidos del Espíritu de la carne y de la sangre
santísima del fruto de vida, el Árbol de Dios, el Señor Jesucristo,
para no estar desnudos jamás ante Dios, ante su Espíritu Santo y ante
sus huestes de ángeles santos del reino de los cielos. Porque el
Señor Jesucristo es el único salvador posible para los ángeles del
cielo y para los hombres del paraíso y de toda la creación de Dios,
hoy en día y por siempre, en la eternidad venidera, en el más allá.
Y de Él, nosotros tenemos que llevar de sus vestiduras por la
eternidad, para no estar desnudos ante Dios, como le sucedió a Adán y
a Eva, en el día que se vistieron del pecado del fruto prohibido, del
árbol de la ciencia del bien y del mal, por ejemplo, para vergüenza
de muchos, como hoy en día contigo mismo.

ENGAÑOSO ES EL CORAZÓN SIN CRISTO JESÚS

En realidad, ¿Quién jamás entenderá el corazón del pecador y de la
pecadora de toda la tierra?

Sólo el espíritu de la sangre y de la carne bendita del Señor
Jesucristo.

Es por eso, que Dios sólo oye al hombre pecador y a la mujer pecadora,
por medio del nombre bendito de su Hijo amado, el Señor Jesucristo. Y
esto era algo que Dios deseaba que Adán entendiese en su vida
santísima del paraíso, para que no pecase jamás en contra de Él y
de su vida eterna, en el cielo. Pero Adán no pudo entender jamás
ésta gran verdad en su corazón, ni menos Eva, su esposa.

Porque ambos decidieron comer y beber del fruto prohibido del árbol de
la ciencia, del bien y del mal, para mal eterno de sus vidas y de las
de sus descendientes, también, para siempre. Y desde éste día
crucial para las vidas de Adán y cada uno de sus descendientes,
entonces no sólo el corazón de Adán se perdido, en las palabras
mentirosas de Lucifer y de la serpiente antigua, sino también todo
hombre, mujer, niño y niña, de la humanidad entera.

Por lo tanto, cada uno de ellos posee en su pecho "un corazón
igual" al de Lucifer y más no al de Dios o de su Jesucristo, por
ejemplo. Porque cuando Dios crea al hombre, entonces lo comenzó a
formar en sus manos santas, para que llevase un corazón santo y
glorioso, como el de su mismo corazón, para que le amase aun mucho
más que los ángeles del cielo, como jamás ha sido amado en todos los
días de su existencia y hasta nuestros tiempos, por ejemplo.

Por lo tanto, Dios tenía que hacer que Adán comiese del fruto de vida
eterna de su Árbol de vida, en el paraíso, para que su corazón fuese
un corazón perfecto, como el de Él mismo o como el de su Hijo amado,
el Señor Jesucristo. Para que entonces no sólo Adán, sino también
cada uno de sus descendientes "tenga derecho" a la vida eterna, en
su nuevo reino de los cielos, en el nuevo más allá de Dios y de su
Árbol de vida eterna.

Porque en estos tiempos, Dios deseaba crear un nuevo reino celestial,
porque el antiguo lo había corrompido Lucifer, con su "ego
enfermo", con su deseo diabólico de exaltar su nombre inicuo más
alto que el nombre de su Dios y salvador de su vida, el Árbol de Dios,
el Señor Jesucristo. Por lo tanto, Dios tenía en su corazón,
planeado, crear un reino lleno de corazones que sólo le amasen a Él y
a su Espíritu Santo junto con su Árbol de vida eterna, rodeado por
siempre por sus huestes de ángeles fieles: a su nombre bendito y a su
vida infinita, en el reino de los cielos.

Es por eso, que Adán es creado para procrear naciones de gente santa,
llena de hombres, mujeres, niños y niñas, sólo fieles a Él, con un
corazón sumamente santo y eternamente honrado por la presencia y por
la sangre bendita, de la carne sagrada, de su Árbol de vida, el Señor
Jesucristo. En otras palabras, Dios deseaba tener en su reino de
millares de seres tan santos y tan gloriosos, en sus espíritus y en
sus carnes (cuerpos) humanas, como su Árbol de vida, en todo el reino
de los cielos, para que le sirvan a Él, en espíritu y en verdad,
junto con sus huestes de ángeles celestiales, para siempre.

Pero Lucifer entra al paraíso para corromper el corazón de Adán y
destruir así entonces el gran plan de Dios y de su Árbol de vida
eterna, para crear un nuevo reino celestial, sin Dios y sin ninguno de
sus ángeles santísimos y eternamente fieles a Él y a su vida
sumamente honrada por los siglos de los siglos. Y para llevar acabo
ésta gran maldad en Adán y en contra de Dios y de su Jesucristo,
entonces tenía que sembrar su palabra de mentira y de gran maldad, en
el corazón de Adán y de cada uno de sus descendientes, también, para
siempre.

Es por eso, que Adán tuvo que abandonar inmediatamente el paraíso, no
para que se pierda para siempre, sino para que luego tenga la
oportunidad de recibir en su vida, por medio del espíritu de fe, de su
corazón moribundo: al dador de la vida eterna, el Señor Jesucristo. Y
esto fue, precisamente lo que Adán logra hacer junto con su esposa,
Eva, para volver a ser tenidos por Dios, como dignos de regresar desde
la cima de la roca eterna, crucificados con Cristo hacia la vida
eterna, en el más allá, al paraíso de siempre y de la antigüedad.

Porque desde el día que Adán peca en contra de su Árbol de vida,
desde entonces todo deseo de su corazón y de su carne a sido enemistad
constante contra Dios y contra su Ley, porque no se sujeta a la palabra
de vida ni a su nombre, tampoco, aun por más que lo desee hacer así
en su vida. Pero el que ha recibido en su corazón y confesado con sus
labios el nombre del Señor Jesucristo, entonces ya no es así su
manera de vivir.

Pues ahora sólo desea su corazón y su espíritu humano complacer al
espíritu de su Dios y de su Ley Eterna, en el nombre y en la vida
sagrada de su Hijo amado, el Señor Jesucristo. Es por eso, también,
de que todo aquel que invoca el nombre del Señor Jesucristo, entonces
lo hace por el poder sobrenatural, de la presencia gloriosa del
Espíritu de Dios, en su corazón y en toda su vida, también, en la
tierra y en el cielo, para siempre.

Y el hombre pecador, como la mujer pecadora, no han recibido a Cristo
en sus corazones, porque aun viven en su corazón natural, del primer
pecado de Adán, para perdición y para maldición eterna de sus almas
vivientes, en la tierra y en el más allá, también, como en el
infierno o en el lago de fuego, por ejemplo. Y el pecador se ha de
perder eternamente y para siempre, en las profundas tinieblas de su
maldad, porque no puede entender las cosas de Dios, ni menos de su
palabra viva en su corazón, ni pueden jamás salir de sus labios; a no
ser que Dios le ayude, por medio del poder sobrenatural de su Espíritu
Santo.

Porque la verdad para Dios es que sólo su Espíritu Santo puede hacer
que el corazón del pecador y el corazón de la pecadora vuelva a
nacer, como el Señor Jesucristo tuvo que nacer en Israel, por ejemplo,
para el servicio santo de su nombre y de su palabra, en la tierra y en
el reino de los cielos, para siempre. Porque para Dios lo que es nacido
de la carne de Adán, entonces carne en pecado es; y el que es nacido
de la carne gloriosa de su Hijo amado, el Árbol de vida eterna,
entonces espíritu de vida es para la eternidad venidera, de su nuevo
reino celestial, en el más allá.

Por lo tanto, todo aquel que ha creído en su corazón y a invocado con
sus labios: el nombre salvador del Señor Jesucristo, entonces ha
crucificado todos los deseos de su carne pecaminosa para recibir la
vida eterna, sólo en el espíritu de vida, de la carne y de la sangre
del corazón santo, del Árbol de vida eterna, ¡Jesucristo! Y si lo
hacemos así, para agradar a nuestro Dios, entonces nuestros corazones
y nuestras carnes humanas, glorificadas en Cristo Jesús, han de darle
gloria y honra a nuestro Padre Eterno, en el espíritu y en la verdad
perfecta de la vida gloriosa, del reino celestial, desde nuestros días
en la tierra, hasta entrar en el cielo, también, para siempre.

Y entonces cada uno de nosotros tendrá en su pecho un corazón santo y
perfecto, sólo lleno del amor a la verdad y a la justicia infinita de
nuestro salvador celestial, ¡el Señor Jesucristo! Porque de otra
manera y con un corazón totalmente contrario y en enemistad eterna de
Dios y de su Ley Viviente, entonces no podremos entrar jamás a la
nueva tierra santa de la gran ciudad celestial del más allá, La Nueva
Jerusalén Infinita del gran rey Mesías, el Hijo de David, el Cristo
de Israel y de la humanidad entera.

El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su Jesucristo
es contigo.


¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en el
nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman, Señor. Nuestras
almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras almas te rinden gloria y honra
a tu nombre y obra santa y sobrenatural, en la tierra y en el cielo,
también, para siempre, Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado,
el Señor Jesucristo.

LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo a la
verdad de Dios y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo eterno, para
que la omnipotencia de Dios no obre en tu vida de acuerdo, a la
voluntad perfecta del Padre Celestial y de su Espíritu Eterno. Pero
todo esto tiene un fin en tu vida, en ésta misma hora crucial de tu
vida. Has de pensar quizá que el fin de todos los males de los ídolos
termine, cuando llegues al fin de tus días. Pero esto no es verdad.
Los ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán atormentando día
y noche entre las llamas ardientes del fuego del infierno, por haber
desobedecido a la ley viviente de Dios. En verdad, el fin de todos
estos males está aquí contigo, en el día de hoy. Y éste es el
Señor Jesucristo. Cree en Él, en espíritu y en verdad. Usando
siempre tu fe en Él, escaparas los males, enfermedades y los tormentos
eternos de la presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de
espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de los tuyos
también, en la eternidad del reino de Dios. Porque en el reino de Dios
su ley santa es de día en día honrada y exaltada en gran manera, por
todas las huestes de sus santos ángeles. Y tú con los tuyos, mi
estimado hermano, mi estimada hermana, has sido creado para honrar y
exaltar cada letra, cada palabra, cada oración, cada tilde, cada
categoría de bendición terrenal y celestial, cada honor, cada
dignidad, cada señorío, cada majestad, cada poder, cada decoro, y
cada vida humana y celestial con todas de sus muchas y ricas
bendiciones de la tierra, del día de hoy y de la tierra santa del más
allá, también, en el reino santo de Dios y de su Hijo amado, ¡el
Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de Israel y de las naciones!

SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en tu
corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en abundancia, en la
tierra y en el cielo para siempre. Y te ha venido diciendo así, desde
los días de la antigüedad, desde los lugares muy altos y santos del
reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo
que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas
debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas ni les rendirás
culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios celoso que castigo la
maldad de los padres sobre los hijos, sobre la tercera y sobre la
cuarta generación de los que me aborrecen. Pero muestro misericordia
por mil generaciones a los que me aman y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová tu
Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre en
vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el
séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en ese día
obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu
sierva, ni tu animal, ni el forastero que está dentro de tus puertas.
Porque en seis días Jehová hizo los cielos, la tierra y el mar, y
todo lo que hay en ellos, y reposó en el séptimo día. Por eso
Jehová bendijo el día del sábado y lo santificó".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que tus
días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".

NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de tu
prójimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su
buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu prójimo".


Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y déshazte de todos estos
males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno de los tuyos,
también. Hazlo así y sin mas demora alguna, por amor a la Ley santa
de Dios, en la vida de cada uno de los tuyos. Porque ciertamente ellos
desean ser libres de sus ídolos y de sus imágenes de talla, aunque
tú no lo veas así, en ésta hora crucial para tu vida y la vida de
los tuyos, también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres
de todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde los
días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas, en el día
de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos males en sus vidas, sino
que sólo Él desea ver vida y vida en abundancia, en cada nación y en
cada una de sus muchas familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y digamos
juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de la presencia
santa del Padre Celestial, nuestro Dios y salvador de todas nuestras
almas:

ORACIÓN DEL PERDÓN

Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la memoria de
tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo amado. Venga tu reino,
sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra. El
pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas,
como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas
en tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el poder
y la gloria por todos los siglos. Amén.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre Celestial
también os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los hombres,
tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la VERDAD, y
la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO, sino es POR MÍ".
Juan 14:

NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.

¡CONFÍA EN JESÚS HOY!

MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA TI Y LOS
TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de éste MUNDO y
su MUERTE.

Dispónte a dejar el pecado (arrepiéntete):

Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al tercer
día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que entré en tu
vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.

QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ DECIRLE
AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di: Dios mío, soy un
pecador y necesito tu perdón. Creo que Jesucristo ha derramado su
SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi pecado. Estoy dispuesto a dejar mi
pecado. Invito a Cristo a venir a mi corazón y a mi vida, como mi
SALVADOR.

¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No _____?

¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?

Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de una nueva
maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con Dios,
orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate en AGUA y en
El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y sirve con otros
cristianos en un Templo donde Cristo es predicado y la Biblia es la
suprema autoridad. Habla de Cristo a los demás.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros cristianos
que los hermanos Pentecostés o pastores del evangelio de Jesús te
recomienden leer y te ayuden a entender mas de Jesús y su palabra
sagrada, la Biblia. Libros cristianos están disponibles en gran
cantidad en diferentes temas, en tu librería cristiana inmediata a tu
barrio, entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros está a tu disposición, para que te
ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti, para que
te goces en la verdad del Padre Celestial y de su Hijo amado y así
comiences a crecer en Él, desde el día de hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la paz de
Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras oraciones. Porque ésta
es la tierra, desde donde Dios lanzo hacia todos los continentes de la
tierra: todas nuestras bendiciones y salvación eterna de nuestras
almas vivientes. Y nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno:
"Vivan tranquilos los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén". Por causa de mis hermanos
y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti, siempre Jerusalén".
Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en el cielo y en la
tierra: imploraré por tu bien, por siempre.

El libro de salmos 150, en la Santa Biblia, declara el Espíritu de
Dios a toda la humanidad, diciéndole y asegurándole: - Qué todo lo
que respira, alabe el nombre de Jehová de los Ejércitos, ¡el
Todopoderoso! Y esto es, de toda letra, de toda palabra, de todo
instrumento y de todo corazón, con su voz tiene que rendirle el
hombre: gloria y loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las
alturas, como antes y como siempre, por la eternidad.



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http://radioalerta.com
gamo
2006-11-01 16:15:03 UTC
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Post by valarezo
PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".
SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo
que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas
debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas ni les rendirás
culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios celoso que castigo la
maldad de los padres sobre los hijos, sobre la tercera y sobre la
cuarta generación de los que me aborrecen. Pero muestro misericordia
por mil generaciones a los que me aman y guardan mis mandamientos".
TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová tu
Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre en
vano".
CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el
séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en ese día
obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu
sierva, ni tu animal, ni el forastero que está dentro de tus puertas.
Porque en seis días Jehová hizo los cielos, la tierra y el mar, y
todo lo que hay en ellos, y reposó en el séptimo día. Por eso
Jehová bendijo el día del sábado y lo santificó".
QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que tus
días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te da".
SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".
SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".
No fornicarás.
Post by valarezo
OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".
NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de tu
prójimo".
DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su
buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu prójimo".
Parece que Moisés en vez de bajar con un par de tablas de piedra grabadas,
bajó con un portátil con el hard disk repleto.
L'Araña Prieta
2006-11-05 12:04:09 UTC
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Tenien que miravos la concencia, naide sabe onde ta.

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